R t V f F I
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Las aventuras de un señor de Santa Eulalia en el Paraná

El buen aventurero no viste de Coronel Tapioca o de Quechua cuando ha de pasar varios días fuera de casa.

Categoría: Cultura | 11 diciembre, 2014
Redacción: Cristian Segura

Ignasi Barba es un señor que viste de Santa Eulalia. De Santa Eulalia y de otras tiendas, pero es en Santa Eulalia donde se encuentra mejor. Consume horas en este establecimiento, en él se siente seguro porque la vida corre pero nada cambia ahí dentro. Hombre de tradición y de orden, es traficante del sector textil, aunque esto es un accidente en la compleja expansión del universo: él tenía que ser aristócrata, tataranieto de un capitán isabelino –algo liberal, sobre todo en lo pecaminoso- herido en una guerra carlista y merecedor de algún marquesado en el Ampurdán.

El señor Barba se ofreció gustosamente a acompañarme en un viaje extraño a lo largo del río Paraná. El buen aventurero es aquel que tiene curiosidad universal. El buen aventurero lo es en Tres Torres o en el Amazonas; en Vilafranca o en el Annapurna. El buen aventurero no viste de Coronel Tapioca o de Quechua cuando ha de pasar varios días fuera de casa; el buen aventurero viste cómodo y sin perder su identidad. Y Barba recorrió el Paraná vistiendo de Santa Eulalia: jersey de lana merino, zapatos ingleses, pantalones de algodón pepelín, camisa a medida y chaqueta Loro Piana. Vestido como Santa Eulalia manda, Barba se codeó con policías maltratadores de prostitutas, con hombres sin dientes en salones de juego rurales, con barras bravas en estadios de fútbol que eran monumentos al aluminosis, con taxistas con más miedo que él en adentrarse en villas leprosas de Rosario: “¡Menudo viaje! Cruzar el mundo para entrevistar a corruptos, favelistas y sepultureros”.

Gracias a sus maneras, diputados convertidos en especuladores inmobiliarios nos abren su corazón. Gracias a su verborrea, las mafias de la reventa del fútbol nos protegen para no ser emplumados. Incluso los perros sarnosos que custodian la estación de tren del puerto de Rosario le mueven la cola cuando le ven. Le acompañé a cagar en el baño de un centro de reinserción de delincuentes juveniles. Cómo acabamos allí, es todavía hoy un misterio. Nadie dijo nada porque suponían que se trataba del edil que pone el dinero. Recuerdo en especial una escena en el cementerio municipal de Santa Fe, cuando Barba se coló en un entierro. Una familia pobre de solemnidad daba sepultura al padre. El ataúd encima de una carreta que eran cuatro tablones. Un hombre lo empuja, la familia y los perros sarnosos alrededor. Y Barba detrás, con las manos en la espalda, siguiendo el cortejo fúnebre. Nadie pregunta quién es ese señor de Santa Eulalia, su presencia se da por hecho aunque un extraterrestre hubiera llamado menos la atención.

Su porte haddockiano es tal que nadie se atreve a darle una hostia cuando de forma sistemática, con cada argentino que le saluda, repite que Leo Messi es un enano defraudador de Hacienda suficientemente tonto como para que le pillen. Porque Barba es del Espanyol, como la mayoría de personas con personalidad que quedan en Cataluña. Barba es un Dalí de Matadepera: del Espanyol, independentista, pujolista y franquista. Todo esto lo cuenta a los habitantes del Paraná y ellos no saben cómo reaccionar. A Barba en verdad las ideologías le dan igual. Él ha venido a observar y a dar cuerda a su show.

Ignasi Barba ha descubierto un nuevo mundo en lo digital: colecciona personajes interesantes para llenar su vida. Ellos le cuentan su biografía y él se queda con lo que le interesa. El resto de información que le dan, es suficientemente educado como para no decir abiertamente que le importa un bledo.

Yo supe de existencia por su ‘alter ego’ en Twitter, Nacho de Sanahuja. El salto a la vida real fue gracioso: andaba yo rápido por el mercado Galvany, llegaba tarde a una cita en un centro de yoga para pijas del Iradier, cuando de repente, un vecino elegante como un guante me detiene y me dice: “Ahora alucinarás. Soy Nacho de Sanahuja y estos son mis zapatos”. Y sí, era él.

Es un hombre tribal, como si se hubiera educado en un cuartel militar: “He decidido que estos son mis amigos, y hagan lo que hagan, con ellos a muerte”. Yo creo que todo esto se explica porque Barba todavía no se ha encontrado con su ‘yo’. Durante días compartiendo coche salió su ‘yo’ más íntimo, más allá del circo digital: sus debilidades, su mal humor verdadero y sus inquietudes humanas. Lo único que no cambia es que siempre viste de Santa Eulalia.

Categoría: Cultura | 11 diciembre, 2014
Redacción: Cristian Segura
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