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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
En los últimos capítulos, estamos revisando este binomio de bien-mal o bueno-malo que tanto parece influirnos en nuestra sociedad post-apostólica, católica y romana.
El peso de la moralidad nos acarrea debates internos sobre si lo que estamos pensando, sintiendo o haciendo está bien o está mal.
Vimos que hacer una evaluación de nuestros actos y arrepentirnos en un momento dado es un acto de responsabilidad que demuestra que nos importan las consecuencias de nuestras acciones y cómo éstas pueden afectar a otros.
¿A quién no le ha ocurrido? Uno se autoculpa como malo malísimo, y por poner un ejemplo, por estar sintiendo que no corresponde en cuanto a afectos se refiere a otra persona, sea su pareja, su abuelo o una amistad.
Lo cierto es que las personas cambiamos con el paso del tiempo.
No me relaciono con los mismos amigos con los que me relacionaba a los 18. Ni tampoco a los 31. A veces, simplemente ocurre que los amigos se van a vivir a otro país o a otra ciudad y uno pierde el rastro.
Lo más frecuente es que cada uno emprende un camino y eso puede traer cierto distanciamiento o diferencias más o menos agudas.
Las experiencias nos cambian: a nosotros, a nuestros valores, objetivos o puntos de vista y, por ende, afecta a las relaciones que mantenemos con los otros.
No siempre ocurre claro está. Dos buenos amigos pueden mantener una muy buena amistad aunque lleven vidas completamente distintas.
Sin embargo, eso no siempre se da. Las personas evolucionamos y podemos encontrarnos que, aquellos valores que una vez compartimos con otros, ya no son los mismos. Pasamos a sentir que somos casi desconocidos con aquél con el que un día reíamos.
Oigo frecuentemente la autoacusación de estar siendo una mala persona por dejar de querer a alguien. “Es tan bueno, me hace la vida fácil, está por mí… y sin embargo no le quiero”. La persona se siente mal y siente culpa por no corresponder. Implícitamente, se da a entender que si alguien te quiere mucho, le deberías corresponder del mismo modo. Eso sería “lo correcto”. Si te dan amor, debes devolverlo.
La deuda asoma la cabeza por aquí. No deja de parecerme curioso lo que nos cuesta que otros nos den, nos regalen o nos cuiden y no entrar en el sentimiento de deuda.
Me parece que lo mínimo que podemos hacer los unos por los otros es tratarnos con amabilidad y cordialidad. A partir de aquí cada uno sabrá qué quiere dar de más o de menos a otros. Que alguien te trate bien, no significa que tengas que ser su mejor amiga o su marido.
A veces se da aquello que dice el refrán de más vale caer en gracia que ser gracioso. Por qué le agradas o le dejas de agradar a alguien es algo difícil de definir y cuantificar. La cuestión es que uno no puede responsabilizarse de los afectos de otros. Al menos no del todo.
Los cambios nos pueden llevar a ese lugar en el que uno siente que ya no comparte lo que compartía con un ser querido. Nadie tiene la culpa. Así que sentirse mal por ello, tampoco parece que tenga mucho sentido.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.