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Bono, vete ya

El circo de U2 ha vuelto a sacarle los cuartos a Barcelona con cuatro actuaciones, ¡cuatro!, y una semana de pesadilla.

Categoría: Cultura | 9 octubre, 2015
Redacción: Óscar Broc

Entradas mega VIP a 415 euros. Pantallotes Imax. Un teñido capilar galáctico. Un disco que alguien metió en nuestro iPhone sin pedir permiso. Un billonario narcisista que se cree el nuevo benefactor de los desvalidos. El circo de U2 ha vuelto a sacarle los cuartos a Barcelona con cuatro actuaciones, ¡cuatro!, y una semana de pesadilla. Pero lo peor no es eso, lo peor que por muy pesadillesco que sea el panorama, Barcelona ha vuelto a hacer el ridículo perdiendo estrepitosamente el culo por Bono y sus colegas. No aprendemos.

Estoy hasta el gorro de Bono. Estoy hasta el gorro de esta multinacional llamada U2. Pero sobre todo estoy hasta el gorro de la pesadez de sus fans catalanes. Sabíamos que el desembarco de los irlandeses iba a ser una colonización de Barcelona en toda regla. El problema es que la sobreexcitación del público local es tan ridícula, tan bochornosa, que la indiferencia que muchos sentimos hacia el grupo ha mutado en un odio visceral. Lo digo alto y claro: que se piren YA.

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En Barcelona podemos ser muy cosmopolitas, pero nos comportamos como un hatajo de provincianos cuando ciertos tótems internacionales de la cultura y el espectáculo supuestamente catalan friendly se pasan por aquí a comer canelones. ¿Nadie recuerda ya los codazos y puñales que volaron entre el star system burgués catalán para salir de extra en “Vicky, Cristina, Barcelona” de Woody Allen? Pasa lo mismo con Bruce Springsteen, cada vez que pisa Barcelona parece que venga el Dalai Lama a repartir bendiciones. Pues U2 es el tercer lado de este triángulo perverso de deidades intocables para los barceloneses. Por alguna razón, sus fans están convencidos de que Bono y The Edge se pasan todo el año comiéndose las uñas, pensando en el día que irán a la ciudad de sus putos sueños, esa Barcelona que adoran por encima de todas las cosas.

Ridiculez al cubo. Estoy convencidísimo de que a U2 Barcelona se la trae al pairo. A Springsteen, tres cuartos de lo mismo. Y Allen se vino a rodar aquí por la pasta de Mediapro y las siestas antológicas entre toma y toma. Aunque eso es de cajón, los fans barceloneses de U2 crean un muro infranqueable entre la lógica y su alucinación, una burbuja de entrega absoluta al ídolo, por mucho que haga años que sea un ídolo con pies de barro. Se ciegan y caen en las actitudes vergonzosas de siempre.

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Como por ejemplo esos artículos de periódico trufados de tópicos, con la lista de restaurantes que Bono y sus secuaces suelen visitar cuando viajan a Barna (como si fueran tan gilipollas de repetir los mismos sitios). Habré leído ya unas doscientas crónicas hablando del día que Bono fue al bar La Plata hace unos años y el dueño no le reconoció. Qué pesados, por Dios. Es como si las calles de la ciudad cobraran vida y luz solo porque este irlandés teñido por el mismísimo diablo se dedica a comer boquerones fritos en el Barri Gòtic.

Como barcelonés orgulloso de su ciudad, siento vergüenza ajena viendo cómo perdemos los papeles con una banda rock paleolítica que toma el pelo al personal desde hace 20 años. U2 apela a todo lo que no debería ser la música: el exceso, la pirotecnia, el cinismo, la ferocidad recaudatoria, la carencia de talento. Hablamos de un grupo que funciona por una inercia empresarial nociva y entiende la música como un espectáculo estruendoso, cegador, con un presupuesto de superproducción, pero como la mayoría de blockbustrers con cero sustancia.

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U2 no graba nada destacable desde hace siglos. Sus singles se pasean como espectros por la radiofórmula. Ningún grupo nuevo lo menciona como influencia básica. Diablos, hablamos de una banda tan acabada y a la sazón tan endiosada, que se cree legitimada para meter su último LP en nuestro iPhone sin pedir permiso. Para que lo escuchemos sí o sí. Una violación feroz de nuestra sacrosanta biblioteca musical que todavía hoy cuesta perdonar. Pensaba que esto de la música funcionaba de otro modo, que tú sacabas un disco y era la gente la que decidía meterlo en su iPhone, no al revés. Soy un romántico.

Quizás por eso, me resisto a pensar que Barcelona y U2 están hermanados. Somos mejores que eso. No hay historia de amor posible con un grupo que tiene como líder a un tipo tan viscoso. Bono, el gran agitador de conciencias que va soltando limosnas a causas perdidas sin preguntarse por qué se han perdido dichas causas. El tipo que llora por las desigualdades, pero no duda en lamer los culos más apetecibles del poder y estratificar sus conciertos en capas sociales con entradas de diferentes precios, llegando el absurdo de un pase VIP exclusivo que cuesta 400 eurazos.

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Qué feliz sería el sistema si todas las voces disidentes fueran tan amables y domesticables como la de este cantante mesiánico. Bono es una maldita postal anticuada y reiterativa de la que se burla medio mundo. Sin embargo, el muro de cinismo e hipocresía que se ha montado a su alrededor parece invisible cuando pisa Barcelona, donde seguimos contemplándole como el tío más enrollado y comprometido del show business.

U2 no es un grupo de música, es una multinacional, una empresa billonaria de espectáculos masivos. La pantalla monstruosa que lleva en esta gira resume en lo que se ha convertido actualmente la banda. Pero mientras Bono siga paseándose por la ciudad en pelotas y Barcelona siga fingiendo que lo ve vestido, esta farsa seguirá más viva que nunca. Por suerte, el sábado se acaba la semana U2, los barceloneses ya podremos dejar de buscar a Bono en El Vaso de Oro o el Butafumeiro. Disfrutemos de la calma porque volverán, vaya si volverán. Y nosotros volveremos a hacer el ridículo, como los paletos de Villar del Río que cantaban aquello de “Americanooos…” en “Bienvenido Mr. Marshall”. Vaya si volveremos.

Fotografías: u2Barcelona

Categoría: Cultura | 9 octubre, 2015
Redacción: Óscar Broc
Tags:  barcelona, Bono, u2,

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