El lujo es socialismo

Un servidor tiene un anorak de la marca suiza Moncler. Me costó 500 euros en el año 2004. Una década después sigue siendo mi prenda de abrigo fundamental en los meses de frío. Me ha acompañado en Berlín, en Pekín o en Siberia. En Barcelona también, pero sin llevar forro interior. “Menuda pijada”, dirá alguno. “No, gran inversión”, respondería mi madre. No hay nada más socialista que el lujo. Porque el lujo es calidad, y la calidad te permite ahorrar y fortalecer una economía más justa.

Si en vez de mi Moncler me hubiera comprado prendas más económicas, seguro que en estos diez años habría tenido que comprar dos o tres piezas, en vez de una. El total habría superado los 500 euros. No solo hubiera sido negativo para mi bolsillo, también habría perjudicado al mercado laboral –a más barato el producto, peores las condiciones laborales-  y al medio ambiente –la energía consumida en la confección y transporte de un prenda es menor que si son tres.

Recuerdo que a finales de la década de los 90, paseando con un amigo por la Diagonal, vimos a un político profesional –no ha hecho nada más en la vida que ocupar un cargo político-, exmilitante del PSUC y de Iniciativa, conduciendo un Mercedes. Mi amigo, muy convergente él, se indignó por lo que él consideraba una hipocresía de la izquierda. Nada más lejos de la realidad. Conducir un Mercedes puede ser tan comunista como una cooperativa agraria en Georgia. Un Mercedes, bien cuidado, te puede durar toda la vida. Más todavía: buscad en los informes de IG Metal, el sindicato industrial más poderoso de Europa: el grupo Daimler es una de las compañías que cuida mejor la remuneración y el bienestar de sus trabajadores. ¿Sabéis cuál es la empresa ideal para trabajar en Alemania, según Ig Metal? ¿La empresa que los sindicatos aplauden hasta con las orejas? Porsche. Tuve la ocasión de entrevistar hace años al secretario del comité de empresa de Porsche. Era un tío burro, bregado en una cadena de montaje de deportivos. Salí del encuentro convencido que había descubierto el paraíso marxista.

Juanjo Sáez diseñó para PDG un lema que me parece brillante: “Lujo sí, estupidez no”. Para mí la estupidez es vivir para amasar lujo. Para mí, comprarte tres bolsos LV en un mes es estupidez, porque con uno al año vas que chutas. El lujo o las rebajas de Zara son para muchos una herramienta para sublimar traumas mediante el consumo desenfrenado.

La madurez es encontrar la justa medida de cada experiencia.

Hace un par de meses visité la tienda de Stella McCartney en Paseo de Gracia. En un colgador cualquiera, todo muy informal, tenían trajes que habían utilizado estrellas de Hollywood. La encargada del establecimiento me mostró un vestido con ornamentos de Swarovski que Cameron Diaz había lucido en una gala. Contra lo que yo esperaba oír, la única pieza que habían vendido de ese traje de noche, lo había adquirido una clienta catalana. Estoy convencido que una clienta así, por mucho dinero que tenga, no comprará cada mes un traje de noche de tanto caché. Porque tampoco tendrá tantas oportunidades para lucirlos.

El consumo de bienes materiales ‘porque sí’ es la pornografía de nuestra era. La clave es invertir bien tus recursos, de tal manera que lo que te ahorres comprando una prenda de calidad, o comprando solo un coche en diez años, puedas gastarlo en otros sectores de la economía, sea en una buena cena, en noches de teatro, en películas, en libros, en un viaje astral con ayahuasca o en escapadas de fin de semana.

Para cerrar este círculo virtuoso, el siguiente paso podría ser que un valiente emprendedor inaugurara en Paseo de Gracia un ‘flea market’ de ropa y creaciones de diseño de gama alta, para dar salida a ese fondo de armario que tiene el adicto al marquismo, pero también para popularizar los valores socialistas de eso que llamamos ‘lujo’.