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La nave de la histeria

Exposición Cuarto Milenio en Barcelona.

Categoría: Cultura | 30 septiembre, 2015
Redacción: Óscar Broc

La exposición de “Cuarto Milenio” ha sumergido a Barcelona en las tinieblas durante 15 días. Los doscientos mil restaurantes de brunch de la capital catalana huelen a la colonia de Iker Jiménez. Ha aumentado dramáticamente el número de pulseras energéticas por habitante. Top manta de ouijas. Los barceloneses se sorprenden sosteniendo el bolígrafo con ambas manos mientras buscan ovnis en Collserola.

Los “moñecos” han llegado a la ciudad. Como esas ferias de monstruos que a principios del siglo XX recorrían la pústula rural de la América profunda. La diferencia es que los freak shows de antaño manejaban aberraciones reales y acojonaban cosa mala; aquí, en cambio, se masca látex, cartón piedra y cachondeo fino a la española. En otras palabras: cuando en la misma entrada del evento te recibe un alienígena rapero con auriculares, empiezas a vislumbrar que la toña va a ser de padre y señor mío.

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Celebro que la superchería y el esoterismo también tengan espacio en la Barcelona chupi de Woody Allen, Pep Guardiola y Sergi Belbel. Llenar el teatro Coliseum de extraterrestres, guiñoles diabólicos, deformidades de ultratumba, dinosaurios y critters no es baladí. Sobre todo si tenemos en cuenta que ya hemos visto todos los insectos en “Cuarto Milenio”, convenientemente deconstruidos por el siempre ojiplático Iker Jiménez.

El vitoriano es un fenómeno sobrenatural en sí mismo. Ha extirpado la parapsicología de los círculos new age y de las tiendas de piedras mágicas, y la ha convertido en un blockbuster para todos los públicos. Los domingos por la noche son suyos. Mi plasma le ama. Sus recreaciones peliculeras de encuentros entre catetos y extraterrestres en la campiña soriana son ya historia de la televisión española reciente, pero si algo enamora a sus devotos es la facilidad con la que llena su plató de gremlins y alimañas de látex.

De Bluespace al Coliseum
Lo cierto es que muchos se preguntan qué demonios hace Iker con todos esos “moñecos” cuando termina el programa. Me gusta pensar que se queda con los mejores. Un yeti en el vestidor de Carmen Porter. Un chupacabras al lado de la estufa. Nosferatu reutilizado como paragüero… No obstante, ¿qué ocurre con las docenas de bichas restantes? ¿En qué polvoriento almacén de Bluespace residen todas esas criaturas? Y lo que es mejor, ¿cómo rentabilizar tanto monigote esotérico?

Pues sacando los “moñecos” de paseo y metiéndolos a bulto en una exposición itinerante, previa donación a la causa. Ni más ni menos que 14 eurazos es lo que cuesta la entrada, un precio que, de primeras, se ve atenuado por la ilusión del fan; un precio, sin embargo, que se torna cósmico a medida que vas sorteando marionetas y peluches malditos.

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La decepción eso sí, se digiere mejor si la visita se hace en grupo, y con varios vasos de vino en el píloro. Es lo que hacemos yo y la pareja que me acompaña, vaciar tres botellas de tinto durante la comida y salir pitando a la exposición. En la entrada nos espera nuestro as en la manga. Un agente del caos del Baix Llobregat que será nuestro guía particular. Accedemos al recinto sumidos en un delicioso trance alcohólico y, pum,  ya estamos abrazados a una especie de Chewbacca con cuernos.

Prescindimos de los auriculares. Resulta que nuestro guía del Baix Llobregat es un experto en “Cuarto Milenio”, conoce los materiales usados en cada figura, sabe en qué puto programa aparece cada animalejo, desgrana la historia de todos los monstruos como si los hubiera hecho él. Mr. Baix Llobregat es una enciclopedia, pero hay tipos aquí dentro que llevan su fanatismo más allá. Adictos a Iker que escrutan y tocan con lascivia el material. Morcillones de lo paranormal. Si estuvieran solos lamerían la naricilla de una momia azteca o le morderían el lóbulo de la oreja a la Quimera Humana.

Y junto a los ocultistas pervertidos y otros freakazos, también hay un importante número de visitantes consumidos por un estrago bipolar de lo más común entre los ikeradictos: admiración y cachondeo. Estamos aquí porque somos fans, pero reconocemos lo grotesco del cuadro y no dudamos en utilizar los “moñecos” como reclamo humorístico para nuestro Instagram. Una chica se arrima a un alienígena a lo cerdo y se troncha. Un tipo mete la cabeza en la boca de un velociraptor. Le doy la mano al Hombre Elefante como si fuera mi novia y alguien dispara el flash. Joder, esto es una fiesta.

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De hecho, muchos visitantes encuentran un perturbador regocijo en la deformidad. Joseph Merrick es uno de los adefesios favoritos. La gente se fotografía con sorna junto a esa masa de quistes y contempla los infinitos errores genéticos del pobre diablo como si estuviera delante de uno de los personajes que acompañan a Leticia Sabater en “Fronze”. El yeti no se queda corto. Parece la alfombra de un narco y la peña lo adora. Eso sí, a pesar de la chanza,  pocos valientes tienen los arrestos de fotografiarse en la sección de muñecos malditos, por si las moscas. Ingenuos, seguramente la hija de Iker y Carmen ha jugado ya con ellos como si fueran Barriguitas de Famosa.

Monstruos, S.A.
Más que una exposición, estamos siendo víctimas de un atracón esotérico tutti frutti de serie Z. Enriqueta Martí con la capa de Ramón García. La prima tonta de Abe Sapien. Un chimpancé con una disquetera de 3,5 en la cocorota. El chamán de la terrible sonrisa de Papúa (o un tipo disfrazado de avestruz con un cono en la cabeza). Un cocodrilo con sobrepeso espachurrado sobre el mármol. Un viejo decrépito y desnutrido agonizando en un barreño… Esto es la cantina de Mos Eisley de “La Guerra de las Galaxias”. Un desfile caótico e incoherente de mutaciones, con un hilo musical de terror tan insistente, que termina convirtiéndose en paródico. La exhibición muestra algunos muñecos cojonudos, lo admito, pero no puedo sacudirme los persistentes copos de seborrea que la santísima cutrez deja en mis hombros a medida que avanzo.

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Las notas personales  de Iker, desveladas al gran público por primera vez, son la monda –atención a los dibujitos estilo Juanjo Sáez-. El salón de las caras de Bélmez se ve poca cosa; si hubieran puesto ahí sentada a la abuela de la Fabada Asturiana otro gallo cantaría. Por 14 euros, esperas salir de ahí con el mayor pedete de tu trayectoria vital en el calzoncillo, pero la realidad es que vuelves a casa con la sensación de haber soltado un pastón por ver la colección de juguetes de tu mejor amigo. Y no acaba ahí la sangría. En la salida, una tienda de souvenirs con toda suerte de parafernalia ikeriana se cierne agresivamente sobre el fan. Algunos pican. Algunos hasta se compran una camiseta de “Cuarto Milenio”… ¡La prenda ideal para ligar!

No ha sido un mal viaje, ni mucho menos. Sé que el alcohol y la botánica del Baix Llobregat han ayudado. De todos modos, la inversión habría sido mucho más satisfactoria si la exposición hubiera incluido caras conocidas del programa en el  elenco de espectros, vampiros y criptoanimales. Falta una réplica en látex del desterrado Santiago Vázquez, con su barba luciferina, un cartón de Don Simón y un bocata de panceta. Ya puestos, y dado que uno de los mayores atractivos de “Cuarto Milenio”, aparte de los bichos de goma, es la pandilla de outsiders que ejercen de colaboradores, ¿tan difícil sería incluir “moñecos” aberrantes del doctor Cabrera, Santiago Camacho o Carmen Porter? Si me prometen una figura de Enrique de Vicente en triquini decapitando elfos oscuros a mordiscos, el año que vine pagaré los 14 euros gustoso. Diablos, hasta me compraré la camiseta.  

Categoría: Cultura | 30 septiembre, 2015
Redacción: Óscar Broc
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