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Duchamp, me, myself and I

El dibujante belga François Olislaeger, narra vida y obra del enigmático y relevante Marcel Duchamp en una peculiar novela gráfica.

Categoría: Cultura | 2 marzo, 2016
Redacción: Isabel Cortés Navarro

El dibujante belga François Olislaeger (Lieja, 1978) narra vida y obra del enigmático y relevante Marcel Duchamp en una peculiar novela gráfica, presentada con motivo de la gran retrospectiva que el Centro Pompidou de París dedicó a su faceta pictórica. Recientemente la editorial Turner lo ha adaptado para el mercado hispano.

Si el sueño de la razón produjo monstruos a finales del siglo XVIII, inmortalizados por Goya en su famoso grabado, la vigilia de la misma condujo a aberraciones no despreciables a principios del siglo XX: dos guerras mundiales. La razón ilustrada y el avance científico y tecnológico no garantizaban el progreso, mucho menos un mundo mejor. Esto pensaron los románticos en el siglo XIX y gran parte de los artistas que se embarcaron más tarde en lo que ha quedado consagrado como las vanguardias históricas, dispuestos a no reafirmar los valores de una sociedad que encontraban absurda y enferma.

Entre ellas destacó el dadaísmo por su subversión y negación, por su contestación de todos los valores empezando por el arte mismo. Y entre los dadaístas destacó Marcel Duchamp, artista francés fervoroso defensor del individualismo al que no le gustaría ser presentado como parte de un grupo. Lo cierto es que fue mucho más que todo eso, artista y dadaísta, pues es unánimemente reconocido como uno de los padres del arte contemporáneo, para algunos en singular.

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Duchamp abrió el camino por el que transitaría más tarde el happening, el arte del comportamiento, el arte corporal, el land art, el arte conceptual, el arte povera, el pop art, el arte de guerrilla… Un imprescindible.

Marcel Duchamp. Un juego entre mí y yo, del belga François Olislaeger, es una novela gráfica con forma de acordeón que permite ser consumida en páginas plegadas gráficamente indivisas, o ser extendida en sus más de seis metros de longitud —12 en total por la doble impresión— y devorado a modo de friso narrativo en el que se yuxtaponen diversos aspectos de la vida de este artista: obras, conceptos, amigos, mujeres, cartas, partidas de ajedrez, viajes, bodas, exposiciones, encuentros. La distribución libre de elementos aportan ritmo, así como las imágenes que se desdoblan: las formas se extienden para atrapar a otras, en un juego muy apropiadamente duchampiano.

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Una puerta se abre
Narrado en primera persona ­–tras un intenso trabajo de documentación– con sobrios dibujos en blanco y negro, Marcel abre una puerta en el libro y comienza a deambular pipa en mano por su propia biografía. Y a lo largo de un paseo sereno y libre recorre momentos decisivos. Como sus inicios en la pintura, donde tras tanteos impresionistas y fauvistas, realiza en 1912 un cuadro clave, Desnudo bajando una escalera nº 2, que escandaliza por título y formas: parecía cubismo pero no lo era; representaba el movimiento, pero no era futurista. Aún peor, un desnudo que bajaba por unas escaleras sólo podía ocurrir en un burdel.

Tras sus exploraciones sobre la representación del objeto en el espacio plástico descubre su propia dimensión: el azar. Crea en su estudio su primer ready-made en 1913. Ya no crearía más objetos para convertirlos en mercancía y su correspondiente riqueza y autoridad y poder, y no se guiaría por la lógica, sí por el azar puro. Claro que no sabía entonces que el mercado (del arte o no) es un monstruo que lo engulle todo. En 1917 presenta en la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York Fuente, un urinario fechado, firmado y titulado. El ready-made cambiará el lenguaje del arte; para el artista conceptual Joseph Kosuth llega a cambiar la propia naturaleza del arte, que pasa de ser una cuestión morfológica a una cuestión funcional: de la apariencia al concepto. Aún más, el crítico François Pluchart responsabiliza al ready-made de la liberación del arte de lo bello.

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Pero Duchamp no puede parar de “explorar los límites”, y en 1920 quiso cambiar de identidad: se traviste en Rrose Sélavy (“el arte es vida”“hacer en la vida un gesto tan estético como un cuadro”); poco antes, casi hiere de gravedad a Man Ray con uno de sus artilugios ópticos. Su afán experimentador y vocación visual lo llevan a probar complejos ensayos, como los rotorrelieves que presentó en un Salón de los inventos. También a realizar trabajos cinematográficos entre otros proyectos, acciones, decisiones o declaraciones que tan bien enhebra Olislaeger en su libro.

Una puerta se cierra
En las últimas páginas de esta novela gráfica aparece la enigmática obra final de Duchamp, conocida abreviadamente como Étant Donnés, a la que dedicó dos décadas en las que todos pensaban que ya solo jugaba al ajedrez. En las viñetas de Olislaeger también aparece el Duchamp relajado, suspendido en una hamaca en Cadaqués, donde “permanecía a la sombra. Era maravilloso”.  Allí viajó desde 1958 hasta su muerte, diez años después. Cuenta la historiadora del arte Victoria Combalía que en una de estas estancias se dio un salto a la Ciudad Condal para visitar una casa de citas. En realidad, su relación con Barcelona había comenzado mucho antes: en 1912 su polémico cuadro Desnudo bajando una escalera nº 2 se expuso en la Galeríes Dalmau de la calle Portaferrissa, sin escándalo registrado.

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Al final del libro, Duchamp cierra la puerta sin coger el abrigo. No lo necesita, va camino de la posteridad.

Categoría: Cultura | 2 marzo, 2016
Redacción: Isabel Cortés Navarro
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