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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
En esta exploración sobre lo que entendemos por ser malo, hay un punto a destacar: cómo frecuentemente confundimos el poner límites a otros, con ser malo. Si lo sentimos de esta manera es porque fácilmente nos hacemos responsables de la reacción emocional del otro, como que somos los causantes de lo que pueda sentir el otro. Vamos a verlo con un ejemplo.
Yo sé que me siento atraído por las personas de mi mismo sexo. Puedo tenerlo muy claro y vivirlo sin complejos y sin importarme (o no demasiado) lo que otros puedan considerar al respecto.
Sin embargo, puedo tenerlo más o menos claro y esconderlo. ¿Por qué? En muchas ocasiones porque uno sabe de manera más o menos clara, que en su familia no lo van a aceptar o cree que será rechazado en algún grado.
Quizás ahora está más normalizado. Pero no hace tanto tiempo, había personas que vivían dobles vidas antes que exponerse públicamente. ¿El motivo? Muy frecuentemente porque no querían decepcionar a sus padres.
De hecho, hay padres que han dejado de hablar y tener contacto con sus hijos al reconocer éstos abiertamente su homosexualidad. Esta situación es la que ha llevado a muchos otros a mantener la boca callada, vivir una vida de postín y llevar otra paralela. Con las consecuencias que puede traer llevar esta doble vida en la que en el fondo se acaba engañando a tanta gente.
Parece como si planara sobre nosotros un mandato: no puedes decepcionar a tus padres. Me hace recordar el mandamiento del “honrarás a tu padre y a tu madre”. Parece como si tuviéramos que estar solamente y eternamente agradecidos a nuestros padres y fueran intachables e intocables.
En realidad, nuestros padres son personas y, como tales, no son todopoderosos. Tienen virtudes y defectos. A veces se equivocan y meten la pata soberanamente.
Una cosa es respetarles y otra, muy distinta, tener que acatar todo lo que nos dicen o cumplir con sus expectativas.
De este modo, no siempre podemos hacernos responsables de lo que pueden o no pueden aceptar nuestros padres. Que ellos tengan una visión de cómo deberían ser las cosas (y las personas) no implica que tengamos que compartirla.
En una sociedad basada en la causa-consecuencia y la búsqueda de culpables, temer decepcionarles implica que seremos los causantes y detonantes de su dolor. Por eso a menudos nos sentimos “malos” hijos.
Por mucho que mi padre quiera que sea un matemático brillante y gane el premio Nobel, si soy un negado de las matemáticas, le voy a decepcionar automáticamente. Mejor dicho: se va a decepcionar él. Yo no he escogido ser un negado en las matemáticas, así que no lo hago con intención de agraviarle.
Es más ¿por qué tengo que cumplir con su expectativa?
Aunque a muchos padres les desagrade oír esto, los hijos no somos extensiones de sus brazos o piernas: somos seres autónomos y tenemos derecho a vivir nuestra vida como mejor encaje con nosotros.
Incluso tenemos derecho a cometer nuestras propias equivocaciones.
Y, sobre todo, no tenemos por qué compartir con ellos una visión de la vida y de cómo tienen que ser las cosas.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.