Visión anarquista de la Guerra Civil
El Arxiu Fotogràfic de Barcelona presenta una exposición centrada en la gráfica anarquista del conflicto bélico.
La palabra persona procede de la máscara que usaban los actores en el teatro griego y romano para interpretar un rol. La máscara ha tenido (y todavía tiene) un uso extendido en rituales, en todo tipo de sociedades y a lo largo de la historia. Así que es una representación de algo.
Probablemente hoy día, si se nos preguntase, no otorgaríamos ese sentido de máscara a la palabra persona.
Sin embargo, la representación está activa en nuestras vidas. Utilizamos una “máscara” con la que nos movemos en nuestro quehacer cotidiano. Vamos con ella a trabajar, a una boda, a una cena con la familia… A esta faceta de la persona le llamo el presentador.
Así pues nos personamos en los acontecimientos sociales utilizando una máscara. Quizás en el fondo estamos muy preocupados por algo, o tristes, o nerviosos… sin embargo vamos a un evento social y lo disimulamos. Nos ponemos la sonrisa, aparentamos estar bien, o ser felices, etc.
Lo cierto es que tenemos todo el derecho del mundo a utilizar este personaje del presentador. Tiene su función: quizás me apetece contar mis preocupaciones sólo a alguna amistad. Con el resto, voy a utilizar el personaje del presentador para que haga de maestro de ceremonias… y lidie, probablemente, con otros maestros de ceremonias.
Sin embargo, me llama poderosamente la atención un común denominador entre personas de distintas clases y procedencias. En un cara a cara terapéutico surge habitualmente el desprecio que se tienen y el maltrato que se dispensan. Algunas persones tienen inflación de ego. Quizás por compensar. De todos modos, la gran mayoría tenemos deflación de ego: parece que no nos caemos demasiado bien.
Lo más habitual es reaccionar buscando en el exterior, en otros, un amor y un apoyo que uno no es capaz de darse a sí mismo. Entonces el énfasis y los enfados van dirigidos a cómo me tratan esos otros, a que no me dan el trato que me gustaría. Otra vez se da la paradoja de pedirles a otros que nos den aquello de lo que nosotros mismos no somos capaces.
Probablemente no nos han enseñado a querernos y apoyarnos, para empezar. Esta mirada despreciativa y de rechazo hacia uno mismo se gesta en la infancia y la adolescencia, sea por actitudes reales de las figuras de referencia, sea por interpretaciones del niño que fuimos, o una combinación de ambas.
No se trata de cargar las tintas contra esas figuras de referencia y cuidado. Seguramente a ellos también les faltó apoyo y ternura y transmitieron ese trato que recibieron. Así es como se perpetuan actitudes entre generaciones.
Ha habido poco espacio para el juego, la risa, el compartir. Poco afecto y sí mucha orden, ley, mando o indiferencia.
En un ambiente así es complicado que uno reaccione mirándose de otra manera que no sea desde la falta y la carencia.
Las palabras carencia, vacío, soledad, tristeza, entre otras, se desencadenan –en el espacio terapéutico- cuando se habla del contacto con uno mismo. Esa es la vivencia real que queda detrás de muchas máscaras y presentadores.
Por eso muchos maestros espirituales han dicho que la única revolución posible es la interior. Empezar a mirarse con otros ojos, unos que incluyan ternura y compasión, es esa revolución interior.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
El Arxiu Fotogràfic de Barcelona presenta una exposición centrada en la gráfica anarquista del conflicto bélico.
Escondida en la ciudad encontramos los restos materiales de muros, calles, tumbas y acueductos de la hija de Roma.
Ahora que Barcelona sale a la calle para reivindicar sus derechos recordamos una gran victoria de la clase obrera.
Un repaso a los orígenes de la emblemática arteria, desde finales del siglo XIX a la Guerra Civil.