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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Todos la llaman Ajo. Gritan su nombre desde la platea de un teatro donde se dedica a regar al personal con micropoesía; se lo susurran en el salón de su casa de Malsaña los amigos, para hacerle una confidencia. La llama Ajo el mundo entero porque una tiene derecho a elegir su nombre si lo que va a hacer con él es micropoesía. Así que la llamamos Ajo. Y pocos conocían su nombre del DNI hasta que el comisario que hay detrás de Facebook la obligó a ponerse María José Martín de la Hoz. A veces, los informáticos son tan estrechos que no pasan ni a una micropoetisa. Aquel episodio le costó un cabreo.
-La mala leche es un conservante natural, Juanín.
No se cabrea con facilidad, pero sí se cabrea muy bien. Es de esas personas que cuando se cabrean tienen razón en todo. Y como la mala leche es un conservante natural, Ajo se conserva milagrosamente joven. Ayudan a este síndrome de Dorian Gray el tequila, la carcajada y la marihuana. A mí me llama Juanín, porque tiene una tendencia a la miniatura y a ponerle nombre a las cosas. No ha tenido hijos, pero la acompaña una perra inspiradora, de nombre Musa, de envergadura lo que un cojín y más lista que los ratones coloraos. No pueden vivir la una sin la otra.
Hemos quedado en el arranque del Paseo de Gracia, pero a petición de mi invitada nos vamos al Raval para charlar. El Paseo de Gracia, con todas sus boutiques de moda, no puede competir para Ajo con una terraza de bar. Una vez, en Roma, se compró un vestido azul lucirlo para sus microshows. Nunca se lo ha puesto. Sus microshows son elegantes, sí, pero lo que más le gusta es un anillo luminoso de los que venden los chinos, o confetis con forma de corazón. Es la primera persona que elijo para este paseo barcelonés porque fue la primera persona que conocí del mundo del artisteo. Antes de irme a estudiar la carrera, Alejandro Castillo, mi profesor de teatro en el instituto, me habló así:
-Si vas a ir a vivir a Madrid, tienes que visitar el Teatro Alfil, donde trabaja mi amiga Ajo. Ella te dará entradas gratis.
Dicho y hecho. Las entradas gratis no fueron lo mejor que saqué de este consejo. Ajo tiene una tendencia natural al teatro y a hacerse amiga de la gente. Ajo trabajaba en el teatro Alfil, y antes había trabajado limpiando casas, y hasta trabajó en una morgue transcribiendo a máquina las autopsias. Mientras tanto, tenía un grupo llamado Mil dolores pequeños, y antes de conocerla había oído la voz de Ajo porque cantó con Los Enemigos en el mejor concierto que ha dado nunca un grupo español: Obras escogidas.
Siempre llega envuelta en una nube de humo. Fuma tanto que nadie le podría decir que fuma demasiado. Cuando no tiene apetito se lamenta de que no se puedan fumar las lentejas y los bocadillos, y fuma con gracia, como una aristócrata, inhalando con paciencia y con hache intercalada. Es una de esas mujeres hacen sentir a un hombre como un rey persa si le piden que las acompañe a comprar merluza en Congelados La Sirena. Por ella vale la pena atracar un furgón blindado.
Sin embargo, más de uno le ha roto a Ajo el corazón. Nos sentimos afortunados de que Chavela Vargas sufriera por amor, porque gracias a eso nos consolaba a nosotros con sus canciones cuando se nos desmadejaba el dormitorio. Igual con Ajo: de las penas que le ha ido dando el peral surgen sus cuatro libritos de micropoemas. De vuelta de las cañas, Ajo le echa un ojo al Paseo de Gracia y todas sus tiendas. Y dice:
-Bastante tiene una con lo que no tiene.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.