R t V f F I
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Ya lo decía mi abuelo

La relación entre el Rey Felipe VI y las elites catalanas es buena, básicamente porque es inexistente. A diferencia de su padre, Su Majestad no tiene amigotes catalanes.

Categoría: Cultura | 4 julio, 2014
Redacción: Cristian Segura

Ha pasado por Cataluña el nuevo Rey y el editor de PDG me pide que analice qué relación mantiene Su Majestad con nuestras élites. Su relación es buena, básicamente porque es inexistente. A diferencia de su padre, Felipe VI no tiene amigotes catalanes, ni de correrías ni de confidencias. Creo que es un detalle que dice mucho del centralismo mental del Estado. Las élites locales no le conocen, pero como el sistema lo ha promocionado como el ave fénix de España, esta gente poderosa le abraza y le ríe las gracias con amor. Como le reirían las gracias a un lelo con un palo que hubiera sido consagrado patrón de Barcelona –siempre que fuera provechoso/necesario hacerlo.

En mi anterior artículo hablaba de la hipocresía de las nuevas élites independentistas, que venden el proceso soberanista como una oportunidad para crear una cosa más limpia mientras muchos de ellos defraudan lo que pueden. Con Felipe VI ocurre algo similar, y lo describió así Antoni Puigverd en La Vanguardia: “Elogió Felipe VI las virtudes catalanas (emprendeduría, iniciativa privada, espíritu crítico [sic.], apertura exterior), pero optó por ahorrar toda referencia a la hipocresía. Así estaban ayer las cosas en Girona. Mientras el Rey persistía en su mensaje de respeto, entendimiento y convivencia, las élites menguantes jugaban con dos barajas sin que podamos saber, no ya adónde nos conducen, sino a qué estrategia responden”.

Lo que Puigverd quiere decir es que estas élites menguantes bailan el agua al Rey de la misma forma que rondan a los nuevos hombres fuertes del independentismo, por lo que pueda suceder. Ejemplos de algunos nombres del patronato de la Fundació Príncep de Girona: A Salvador Alemany, presidente de Abertis, se le puede ver con el Rey pero también en los principales saraos institucionales de Artur Mas. Isidre Fainé, presidente de Caixa Bank, se muestra cauteloso y próximo a la corona mientras su banco financia muchos programas de comunicación y proyectos de corte netamente independentista. Más de lo mismo con Josep Oliu del Banc Sabadell. También tenemos a Carlos Godó, hijo del conde de Godó. La Vanguardia es el medio monárquico de Cataluña pero al mismo tiempo el grupo Godó es propietario de RAC1, la radio líder en Cataluña, un medio que difunde mensajes pro independencia mañana, tarde y noche.

La posición de estos empresarios/ejecutivos me parece muy lógica. Actúan según el interés de su negocio. Poner tus huevos en varias cestas es lo inteligente. En lo que concierne al nuevo rey, la propaganda que han alimentado los huelepedos del sistema es igual o más sonrojante que la propaganda del nacionalismo catalán.

El rey está preparado. Sí, como tantos miles de personas de su edad en España. Está muy preparado, sí, pero su proceso de selección no ha sido muy meritocrático.

El rey leyó un discurso de diez minutos en catalán. ¡Oh! Lloro de emoción. ¡Qué gesto de respeto para la locomotora de España! Diez minutos en catalán… Pamplinas.

Felipe VI entiende las necesidades de la sociedad contemporánea. Su primera visita como rey es a Girona y para dar unos premios a emprendedores. Espectacular: qué hombre más cercano, qué sensibilidad… No hay mejor ejemplo para ilustrar la palabra inglesa ‘bullshit’. ¿Qué sabe de los problemas de la gente una persona que ha vivido siempre entre algodones y privilegios extraordinarios?

Felipe VI es el Pep Guardiola del españolismo. Un tipo brillante, guapete, relamido y beato. Felipe es la gran apuesta para recuperar la ilusión del pueblo de ser españoles. Escribo esto desde del respeto hacia la gente que todavía cree que ser español puede ser chachi. No es mi caso.

España tiene dos problemas de fondo para recuperar la ilusión de su gente:

El primer problema es que, con razón, la sociedad tiene la sensación que vive en un país que es humo. Desde los años sesenta España ha vivido del ladrillo y de servir sangría en la playa. No hay mucho más. Es así. La burbuja fue colosal y hoy estamos donde estamos: por el camino de una economía estancada eternamente. La verdad, prefiero que se quede así que no volver a las andadas. A la gente, sobre todo con González y el aznarismo, le vendieron que la burbuja en verdad era Jauja, que zumbábamos en el paraíso. La hostia ha sido descomunal y para que la ciudadanía recupere la confianza, el amor por la patria y estas cosas, van a necesitar algo más que el fútbol y un rey.

El segundo problema es el modelo de Estado. El primer problema está vinculado a este segundo problema por cuanto en Cataluña la idea de crear un estado nuevo ha sido aceptada por millones de personas como una escapatoria al desastre. Gran parte de la ciudadanía se aferra a esta ilusión porque no hay más. Por eso nos encontramos tantísimas conversiones súbitas al independentismo. Personas que hasta hace poco veía como frikis al puñado de independentistas de toda la vida, ahora desfilan alegres en las manifestaciones del 11 de septiembre. Incluso he encontrado a personas de semáforo verde en ‘La Vanguardia’ gritar consignas en Paseo de Gracia y en la Vía Catalana. Vivir para ver.

Pero el segundo problema tiene una raíz más profunda. Mi abuelo, que en paz descanse, era un médico e intelectual de prestigio en Barcelona. Hizo la guerra en el bando republicano, y se lo creía. Perdió la guerra y como tantos catalanes abrazó al bando ganador. En casa de mi abuela hay fotos de él con Franco, con el príncipe Juan Carlos; mantuvo una estrecha relación con Fraga y Alfonso Armada … Su historia es la de muchos en mi país. Pero mi abuelo, a diferencia de otros colegas de la zona alta de Barcelona, decidió que en casa se seguiría hablando catalán. “La bona parla”, decía él. Para él, el castellano era algo así como la lengua de ocupación. Mi abuelo murió siendo muy católico y muy de derechas. ¿Se sentía español? Supongo que sí, aunque en mi casa, gracias a Dios, no he oído jamás a nadie mostrar afinidad por bandera o nacionalidad alguna. Pero recuerdo perfectamente, siendo yo un adolescente, que mi abuelo me concedió audiencia en su biblioteca para explicarme este segundo problema: “Mira, Cristian, has de saber que en España hay varias naciones, algunas tan potentes como la castellana. Un país así solo tirará adelante si se transforma en una confederación”. Todavía esperamos.

Categoría: Cultura | 4 julio, 2014
Redacción: Cristian Segura
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