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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
En consulta, encuentro muy a menudo a la rabia y el miedo que vienen juntitos de la mano. Como comenté anteriormente, es habitual que las emociones aparezcan en pares. Por ejemplo, me pueden proponer un proyecto nuevo; por un lado me pone contento porque confían en mi, además el proyecto me resulta estimulante. Y, a la vez, puedo contactar con miedo: por los cambios que puede implicar, por los temores a equivocarse o a no hacerlo suficientemente bien. ¿Y si no sale bien? ¿Y si…?
Trabajar con un adulto implica en parte entender las vivencias por las que ha pasado. No olvidemos que nuestra especie nace sin haberse desarrollado completamente, por lo que es dependiente de unos adultos cuidadores. De algún modo, entendemos que sin ellos no podemos sobrevivir. El ambiente en el que como niños nos vamos desarrollando influye en cómo va a ser nuestra manera de enfocar las vivencias de nuestras vidas.
Me encuentro frecuentemente con adultos hijos de padres a los que temieron. Han sido hijos de militares o simplemente de padres muy severos, rígidos y estrictos. Han sufrido maltratos físicos o verbales, humillaciones y tratos despectivos. Les han podido decir cosas como “¿Sólo me traes un 8?“. Un aspecto que compartimos la especie humana, me atrevería a decir, es esta cosa de venerar a los padres, convirtiéndolos en incuestionables. De hecho, en la escuela nos enseñaron ese mandamiento “Honrarás a tu padre y a tu madre“. Implica someterse a su autoridad y no cuestionarla.
Como adultos nos cuesta muchas veces establecer una mirada crítica sobre nuestros padres u otros cuidadores. Se trata más bien de separar el grano de la paja y reconocer agradecidamente lo que mis padres hicieron de bueno y también poder decir en qué se equivocaron. Porque nos guste o no a los hijos, nuestros padres son humanos y en alguna ocasión, al menos una, metieron la pata.
¿Cómo justificar en positivo el recibir palizas de uno de los progenitores con el beneplácito del otro? Pues bien, he oído varias veces lo de “es que me lo merecía, hacía muchas trastadas“. Sin embargo, aunque uno sea un travieso, ¿realmente hay que llegar a según qué?
Este sería un caso extremo. Sin llegar a brutalidades como ésta, es cierto que otros han vivido bajo el yugo de algún progenitor severo y estricto.
Contaré brevemente el caso de una expaciente (a quien le pedí permiso para contar su caso) que fue viendo cómo de niña había temido profundamente a su madre. Su madre era una mujer muy seria, formal, inflexible, preocupada por las apariencias y con un fuerte sentido del deber y la obligación. Estaba siempre muy atenta y vigilante sobre lo que hacían sus hijos y la chica recordaba las continuas prohibiciones de no hagas esto, no digas aquello, etc. “Parecía que tuviera rayos X en los ojos“, contaba. También recordaba las habituales explosiones de ira de la madre, las bofetadas, ciertas recomendaciones dichas en un tono muy contenido, el lanzamiento de zapatilla certero y doloroso… O sea, una minuciosa descripción del miedo que terminó por tenerle. Optó por tomar un papel más sumiso, de niña buena. No se atrevía a decirle que no a casi nada.
¿Cómo amar a una persona a la que al mismo tiempo una teme profundamente? Era un difícil rompecabezas.
A medida que fuimos trabajando, fue saliendo de fondo una rabia que había permanecido relativamente oculta. La rabia que no pudo expresar en su momento porque el miedo a las consecuencias la podía. De hecho, en su vida adulta tenía dificultades para expresar la rabia que a veces sentía. Consideraba que no estaba bien, que podía hacer daño al otro, que era ser mala persona, etc. Eso sí, tenía frecuentes dolores de barriga.
A nadie le gusta según qué trato. Tampoco a los niños, a los que con frecuencia consideramos desacertadamente que no se enteran de nada.
Poco a poco esa mujer se fue atreviendo a reconocer que a veces había odiado a su madre. Y lo más interesante, detrás del personaje de niña buena y obediente, reconoció haberle hecho pagar un precio a la madre por el trato que le dispensaba: adoptó una actitud con ella muy distante, callada y fría. De hecho dijo, gélida. Hasta el punto que la madre, cuando estaba de buenas, le reprochaba: “nunca me cuentas nada, no sé qué te pasa“. Esa es la venganza de la que hablé en otro artículo.
Agradecimientos:
A M por dejarme exponer brevemente su caso.
A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.