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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Los hechos aquí descritos sucedieron tal y como los narro. Puede parecer el argumento de una película de Jim Jarmusch, pero la historia es demasiado inaudita como para ser una ficción.
Hará unos tres años investigué sobre un producto que se distribuía en la zona alta de Barcelona, una especie de jarabe de células madre que, según su creador, garantiza la vida eterna. Se vendía “en petit comité”. Para ser exactos, se vendía en una clínica veterinaria. Tenía mucho éxito: cada día, decenas de mamis con el chándal del Iradier y bronceado de fin de semana en Pals acudían a la consulta del veterinario para comprar el producto. Mi reportaje salió publicado. Gente muy VIP de la ciudad explicaba su experiencia con el brebaje. También daba su opinión el científico que tenían que conceder la licencia comercial al producto. El científico descartaba que garantizara la vida eterna pero sí confirmaron que se trataba de un excelente antioxidante.
El caso es que una de las mujeres que se encargaba de la distribución del jarabe me invitó a una cena muy especial para que recogiera más testimonios sobre las virtudes de la cosa. Era la reunión de un club secreto, de nombre El Drac Català, o algo parecido. Era –lo es todavía, supongo- una sociedad de personas influyentes con sensibilidad catalanista. El ágape se organizaba en un piso del Paseo de Gracia. Si no recuerdo mal, era el show room de una empresa. La reunión se celebraba en un comedor de grandes ventanales, cortinas de triple pliegue y parquet de madera noble, con un camarero y un cocinero para servir a ocho personas. A parte de mí, los invitados eran cuatro empresarios, mi anfitriona, el creador del jarabe y una ex consejera de la Generalitat. Los empresarios eran presidente de compañías muy conocidas, con facturaciones que oscilan entre los 20 millones y los 300 millones de euros.
A mi derecha se sentaba la anfitriona; delante de mí, la consejera. Mi anfitriona está emparentada con dos presidentes de la Generalitat. Uno de ellos había dicho que se acercaría a tomar el café. Mi anfitriona empezó rápido a pimplar. Bebía el vino a una velocidad endemoniada. Mientras ella le daba a la botella, el grupo se intercambiaba anécdotas y mensajes privados de asuntos variopintos, desde la competencia en el PSOE para ocupar la secretaría general a ciertos líos bancarios. De repente, la anfitriona empezó a hacer piececitos conmigo por debajo de la mesa. Se había descalzado un pie y primero lo restregó en mi pantalón y luego en mi paquete. Mi reacción fue sonreír y decirle con la cabeza que se estuviera quieta.
Poco después la anfitriona se levantó, se puso detrás de mí y me pidió en voz alta, ante tan selecto público, si me importaba que me morreara. Delante de mí tenía, lo quiero recordar, a una importante política que todavía hoy me encuentro en citas profesionales. La consejera también sonreía pero bajó la mirada hacia el plato. Por fin apareció el ex presidente de la Generalitat y aproveché para largarme. Mi anfitriona puso pegas pero la driblé fácilmente gracias a su estado etílico.
La conclusión es que fui invitado para ser acosado sexualmente. Fue incómodo, no por el hecho de ser un potencial “toy boy” para una MILF VIP sino porque yo creía que era invitado por mi pedigrí periodístico.
Al día siguiente empecé a recibir llamadas de la acosadora y de otros testimonios de los hechos. Al cabo de una semana seguía recibiendo llamadas. No respondí nunca. No me volvieron a invitar porque, si bien es verdad que tengo mi potencial, de momento hacer de gigoló no es una de mis fuente de ingresos como autónomo… De momento.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.