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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Seguramente, alguna vez has pronunciado esta frase o una similar; o alguien, en alguna ocasión, te lo ha dicho como consejo o para animarte. Como suele ocurrir con frecuencia, una cosa son los absolutos y la otra los matices.
Entre otras cosas, los humanos somos seres sociales. Entramos en relación con otros, nos necesitamos mutuamente y estas relaciones nos pueden nutrir. O no. Y en todo caso, en eso es en lo que tenemos que poner la atención: en si estamos en una relación nutritiva.
Si eres una persona que, para experimentar valía, necesita una constante aprobación por parte de otros, te importará mucho lo que opinen de ti. Si eres capaz de aceptar tareas o ciertos tratos que no te gustan, para agradar o caer bien, significa que te importa lo que piensen de ti. En este tipo de casos, el asunto no es tanto lo que opinan de ti, sino cómo es que te dejas tratar de esa manera, por qué aceptas hacer cosas que probablemente no tienes ganas.
¿Qué consideración tienes de ti mismo?
Más allá de nuestras inseguridades personales o de nuestro convencimiento de que no podemos decir que no -por no hacer daño a otros-, lo cierto es que lo que piensen los demás, en mayor o menor medida, sí nos importa. Porque en el fondo sabemos que funcionan como nosotros. ¿Cómo es este funcionamiento? Pues que vamos por el mundo juzgando a discreción.
Cuando cojo el metro, o simplemente, paseando por la calle, me cruzo con un montón de personas, desconocidos. Estos desconocidos anónimos siempre me provocan impresiones. Y empiezo a opinar y juzgar: “¡Qué pinta tiene éste!“, “¡Uf! ¡Qué cara de pocos amigos!“, “Ésta se ha levantado a las 6 de la mañana para maquillarse hasta el cuello…“, “Tiene cara de buena persona“, etcétera. ¿A alguien no le resulta familiar?
Esta charla interna está todo el día sintonizada y, evidentemente, opina y juzga tanto a desconocidos como conocidos. No tiene manías. Esta es la mala noticia. La buena noticia es que esta charla incesante no es exactamente “yo”: es esa instancia interna que llamo el Juez Interno. El Juez Interno se pasa el día evaluando y poniéndonos nota, y por mucho que nos esforcemos, nunca acabamos de dar la talla. Hagamos lo que hagamos, nunca es suficiente.
Pues de la misma manera que desde este personaje nos hablamos (mal) a nosotros mismos, también opina con la misma severidad sobre los demás.
Vale la pena ningunear a este personaje. Es muy sano pararle los pies y, en lugar de creerle (y, por lo tanto, creer que uno no es válido, etc.), cuestionarlo constantemente, al igual que él hace con nosotros.
Muchas personas se tragan lo que esta voz les dice, llevándolos a una falta de estima y valía personales.
Así que ¿cómo no nos va a importar lo que puedan pensar los demás? Sabemos que a los otros les causamos impresiones, del mismo modo que ellos nos las causan a nosotros. Y sabemos que sus jueces internos hacen lo mismo que el nuestro: opinar y juzgar.
Ahora bien, lo que sí debería importarnos es lo que opinamos de nosotros mismos. Curiosamente cuando aprendemos a detener un poco la palabrería de nuestro juez, cuando le damos menos crédito, entonces sí que nos preocupa menos lo que puedan pensar los demás. O mejor dicho: sus jueces.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.