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Peralada: un oasis operístico en el epicentro del verano

En Cataluña no existe ningún festival de la Champions de la música clásica veraniega, así que lo que hacemos es ir al festival Castell de Peralada.

Categoría: Cultura | 25 julio, 2016
Redacción: Javier Blánquez

El verano y la música clásica no se llevan especialmente bien. No es una cuestión de temperaturas –no hay nada que pueda resolver un buen aire acondicionado, salvo al agujereo de la capa de ozono–, sino de calendarios: las temporadas oficiales de los principales auditorios y los teatros de ópera, los ciclos más consolidados, son como las de las ligas de fútbol. Funcionan, o sea, entre unas fechas predeterminadas, y durante dos meses de vacío lo que queda es eso tan estacional –pues sería injusto tildarlo de residual– que llamamos ‘los festivales de verano’. No podemos decir que sean un segundo plato porque algunos de los festivales internacionales que tienen lugar en julio y agosto, en verdad, son temporada alta para un importante sector del público que combina la música con el turismo. Festivales como Salzburgo, Bayreuth o Glyndebourne –y en menor medida Aix-en-Provence o Bregenz– son peregrinaciones obligadas si: a) se ama la ópera; b) se ama a Mozart en especial, y a Wagner por encima de todas las cosas; y c) se tiene tanta pasta en el banco que no le importa a uno gastarse 250 euros en una entrada, más la noche de hotel, un restaurante caro, el desplazamiento y los complementos. Si se quiere vivir la música clásica en verano de manera low cost, habrá que conformarse, pues, con programaciones low cost.

En Cataluña no existe ningún festival de la Champions de la música clásica veraniega, y tampoco lo hay en el resto de España, así que lo que hacemos habitualmente cuando el bolsillo no da para Bayreuth, que no da nunca, es jodernos. O si no, vamos al festival Castell de Peralada, el único alivio de entidad y enjundia que tenemos a tiro de AVE. Cada verano, y así durante 30 temporadas, Peralada hace un esfuerzo encomiable para llenar el vacío pavoroso, ese agujero negro, que se abre cada verano si nuestra afición es consumir música en directo y, a poder ser, del acervo clásico. Durante aproximadamente un mes, en el escenario que se levanta en las faldas del castillo de la localidad gerundense hay recitales de ópera, galas líricas, conciertos de piano y, siempre, cada año, el estreno de una ópera exclusiva para el festival. Esto, que en cualquier otro entorno sería un acto suicida o ruinoso –con lo que cuesta montar una ópera sólo para una función nos daría para dar de comer a todos nuestros herederos de por vida–, en Peralada tiene mucho de expresión de amor.

Este año, en el festival han actuado, por ejemplo, el pianista chino Lang Lang y la soprano rusa Olga Peretyatko. Pero el fin de semana pivotal, el epicentro, es el del estreno de la ópera de turno: hace dos temporadas fue Andrea Chénier, en 2015 fue Otello y, en esta edición conmemorativa, el título elegido es un inédito en Peralada y querido por todo el mundo: Turandot, la última y póstuma obra maestra de Giacomo Puccini. Quizá porque es Turandot, y porque la historia de esta reina frígida y terrible ha cautivado al público durante casi un siglo, habrá dos funciones este año: el 6 y el 8 de agosto. Esto hace que el fin de semana clásico de Peralada sea todavía más largo, más poderoso, más apetecible. Ya que no podemos irnos a Glyndebourne a tomar el té al lado de las ovejas, nos podemos ir a Peralada y combinar ópera con playa, casino y Dalí, cena y tertulia.

¿Por qué del 5 al 8 de agosto Peralada es el epicentro del verano clásico peninsular? Repasemos el cartel. El viernes, cantará Brian Hymel. No lo hace en el escenario principal del castillo, sino en la vecina Iglesia del Carmen, un recinto pequeño e íntimo, de bella sonoridad, en el que han cantado en temporadas anteriores artistas tan sólidas como la soprano alemana Diana Damrau. La fecha elegida tiene mucho de construcción de puente programático: la idea es crear la sensación de que cada día hay un evento especial –quien pueda estar una semana por la zona tiene, dos días antes, el 3, otro recital de la joven mezzo georgiana Anita Rachvelishvili–, con Turandot como culminación victoriosa y una coda el domingo 7, también en la Iglesia del Carmen, con el contratenor barcelonés Xavier Sabata, una de las estrellas actuales de la ópera barroca.

Hace dos años, Sabata ya cantó en el mismo recinto, cuando aún no había tomado plena forma su hype, y la gente salió encantada de su revisión musical del personaje clave de la literatura del Renacimiento, el Orlando de Ludovico Arioso. Sabata tiene una voz virtuosa y aterciopelada, su canto agudo es más envolvente que espectacular, y además siempre sabe dotar de carácter a sus recitales: en esta ocasión, el repertorio también gira alrededor de un personaje mitificado, aunque en su caso por hazañas reales. Será Alejandro Magno, el príncipe macedonio que unificó a toda Grecia, conquistó media Asia, alimentó los sueños de grandeza de los tiranos del futuro, y llevo a su máximo esplendor la cultura helenista. Lo hará a partir de arias de ópera escritas por Händel, Vinci, Porpora o Hasse, en las que se narran los episodios de la vida y las hazañas de guerra de Alejandro.

En cuanto a Turandot, hay que tener en cuenta varios aspectos interesantes. La producción es nueva, por tanto es un estreno absoluto, con una dirección de escena especialmente encargada a Mario Gas, que vuelve a dirigir ópera tras varios años de ausencia en el circuito. Por ahora, los detalles del montaje se han mantenido en secreto, ya que la organización quiere que sea una sorpresa. No hay detalles sobre la majestad de los escenarios o el lujo de los ropajes, ni sobre el número de extras y, en definitiva, hasta qué punto esta Turandot aspirará a ser un acontecimiento majestuoso, propio de los años más derrochadores del cine clásico, o una producción tirando a desnuda. Pero sí se conoce el reparto de voces protagonistas: la soprano mexicana María Katzavara, que ya sorprendió al público del Liceu en enero cantando el dificilísimo papel de Desdémona en Otello, será la Liù de esta función, mientras que el tenor italiano Roberto Aronica tendrá el deber de henchir de fuego a su Calaf y brindar un triunfador Nessun dorma al principio del tercer acto. Y como Turandot, la dama de hielo y sangre, una garantía máxima: será la soprano sueca Iréne Theorin, la última reina wagneriana del Liceu –sus últimas tres visitas, dando vida y forma a la Brünnhilde de la tetralogía del Anillo wagneriana, han sido históricas–, a la que por fin podremos escuchar cantando uno de sus papeles fetiche.

Ojalá nuestros veranos operísticos fueran de otra manera, y Peralada, en vez de programar un estreno al año, fuera un festival más ambicioso. Seguramente, no hay ni público, ni ambición ni dinero para más; otro gallo nos cantaría si esto fuera Alemania. Pero al menos, en pleno agosto, y en el corazón del Empordà, si queremos ópera buena, la tenemos.

Categoría: Cultura | 25 julio, 2016
Redacción: Javier Blánquez
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