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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
La noche del 18 de octubre de 2005 me enfrenté a un fantasma que tarde o temprano se aparece a todo periodista: la madre de Schröder. Este el nombre que yo pongo al fantasma, porque conmigo se encarnó en la madre del excanciller alemán Gerhard Schröder.
Aquel 18 de octubre, martes, un servidor se encontraba en el Reichstag, la sede del parlamento alemán. Era el pleno de despedida del canciller Schröder y de la coalición de gobierno entre los socialdemócratas y los verdes. Había un ambiente familiar, buen rollo, y en las gradas de invitados vi a Erika, la madre de Schröder. Allí estaba Doris, su mujer, y también dos niñas adolescentes que acompañaban a la viejecita. Schröder les hizo un gesto desde el hemiciclo cuando ya había terminado la sesión; la viejecita y las niñas se retiraron de la grada. Aquella anciana, en aquel momento, no tuve duda alguna que era Erika Vosseler, madre de Gerhard Schröder. Y así lo creí hasta las ocho de la tarde, cuando el fantasma se apareció. “¿Estás seguro que era yo?” ¡Argh! ¿Era ella? No veo que ningún medio alemán publique que Erika estuviera en el pleno. ¡Dios! ¿Y si aquella mujer era su tía? ¿O su suegra? Lo cierto es que se parecía un huevo a su madre. ¿Pero por qué me entran ahora las dudas? ¡Si la he visto con mis propios ojos!
Ya había enviado la crónica de la jornada a mi diario. La había titulado “Un pleno en familia”. En gran parte el titular se justificaba por la parentela de Schröder. Llamé al servicio de prensa de la cancillería. Nadie respondía. A esas horas en Alemania todo el mundo ya ha salido de la oficina. Conseguí el teléfono del portavoz del gobierno. Llamé, le dije que era cuestión de vida o muerte: “¿La madre del canciller estuvo hoy en el pleno?” Silencio al otro lado. El hombre no entiende nada. Quizá cree que se trata de un fanático. Me responde que no lo sabe, que llame a prensa del Bundestag. Son pasadas las nueve y consigo hablar con el jefe de prensa del Bundestag. Este tampoco entiende nada. ¿Un periodista de un diario de Barcelona del que nunca ha oído a hablar, suplicando por la noche que le confirme si la madre de Schröder estaba en el pleno? “Mira, no te puedo decir ni que sí, ni que no”. Y ahí se acabó la crisis.
Ha habido otros fantasmas en mi vida periodística, aunque no fueron tan terribles. Hace dos años escribí que para la réplica del despacho del primer presidente del parlamento catalán se había utilizado material de Loewe. Esta anécdota solo ocupaba un párrafo de una crónica más amplia. La reproducción del despacho se encuentra en el pasillo del Parlament que lleva al bar. No hay margen de error. Lo escribí y cuando ya había mandado el artículo, apareció la gélida presencia de un espíritu: ¿Cómo va a ser de Loewe? ¿En 1932 ya había llegado Loewe a Barcelona? ¿Lluis Companys –por entonces presidente de la cámara- compraba en Loewe? La réplica del despacho es de 1982 y el famoso logo de Loewe es de 1972. Busqué entre las imágenes de la web del parlamento: no aparecen ni la réplica del escritorio ni información sobre ella. Luego llamé a prensa del Parlament. Ya era de noche y nadie respondió. Al día siguiente salió publicado el artículo y lo primero que hice fue ir al Parlament a confirmar si el material del escritorio era Loewe. Y sí, lo era.
Tengo un último ejemplo de fantasma periodístico, el más reciente. El once de septiembre me mandaron a buscar a barceloneses a quienes les importara un comino la Diada. Me dirigí a la Estació del Nord, la de autobuses, y la cuestión es que vi estacionado un autocar de La Roca Village. El autocar partió al cabo de veinte minutos. Su lugar lo ocupó un autobús de línea con destino a Toulouse. En mi crónica me limité a dejar constancia que de la estación salían autobuses hacia Madrid, Toulouse, Zaragoza o La Roca Village. Al día siguiente, la Roca Village se puso en contacto con el periódico para advertir que el once de septiembre es festivo y el centro comercial está cerrado. Es decir, que es imposible que tuvieran ningún autobús en la estación. Si no fuera porque conmigo iba un fotógrafo que también vio el bus, habría pensado que estoy loco.
A veces pienso que un trabajo tan delicado como el de hacer de notario de la realidad no puede depender de nuestros sentidos. Ya lo dijo Descartes: determinar la realidad es algo inalcanzable; nos hemos de contentar con sus migajas.
[Postdata: El escritorio de Lluis Companys rediseñado con peletería, agenda y calendario de Loewe sigue en el Parlament. Todavía hoy nadie me ha podido explicar hacia qué dimensión desconocida partió el autocar de la Roca Village de las 14:15 del 11 de septiembre. Erika Vosseler, madre de Gerhard Schröder, murió en 2012 a los 99 años. Su fantasma me perseguirá siempre. De hecho, de vez en cuando, con un colega periodista de aquella época nos decimos: “¡Hoy me ha pasado ‘una madre de Schröder!’”.]
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.