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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
A los que nos confronta una comunicación auténtica es a la posibilidad de encontrarnos con doña Culpa. No podemos olvidar que hemos heredado la concepción judeocristiana del bien y del mal como valores morales. Según esto, en nuestra percepción de las cosas, hacer El Bien tiene unas consecuencias distintas a hacer El Mal. A lo largo de nuestra educación, hemos aprendido que cuando hacemos algo que está mal (mentir o no decir la verdad, ser egoísta, no cumplir o acatar las órdenes o deseos de nuestros superiores, etc.), merecemos entre una reprimenda y un castigo.
No hace falta que alguien nos pille en medio de una mentira. Recordemos que nos habita un Juez Interno que se dedica a señalar todo lo que no hacemos correctamente o lo que deberíamos hacer. Así que ya tenemos un testimonio que sigue nuestras andanzas. Nosotros mismos nos cazamos en plena mentira y es muy fácil que de immediato nos pese la culpa porque no estamos haciendo lo correcto, lo que toca, etc.
Los argumentos morales tienen mucha más carga de lo que puede parecer a priori. Veamos un ejemplo. Probablemente no le voy a decir a mi pareja que siento que no quiero continuar con nuestra relación porque no quiero hacerle daño. “Pobre, ¡si es que me quiere tanto! ¿Cómo voy a ser tan mala persona?” Y así pueden pasar años, enredado en una relación que no me hace feliz y que en realidad se ve afectada directa e indirectamente porque en el fondo no quiero estar en esa relación.
Por no dañar al otro, me callo. Sin embargo, sí estoy dañando al otro. Además de a mi mismo por mantenerme en una situación que no quiero. Si uno no es muy bueno disimulando y mintiendo, de algún modo se transmite la realidad de fondo y, por ejemplo, puede ocurrir que las discusiones vayan in crescendo. O a lo mejor me ocupo mucho la vida para estar con mi pareja lo menos posible. No podemos tratar al otro como si no se enterase.
Todo este montaje no es sólo la excusa para no hacerle daño al otro con mi verdad. Es sobre todo la excusa para evitar sentir culpa: o sea, para evitar sentir que estamos siendo malos.
Pero ¿qué tiene de tan malo sentir que para mi la relación se ha acabado y que desearía no continuar? Hay que empezar a cambiar los adjetivos (bueno, malo) o por lo menos aceptar que la realidad es la que es.
En mi experiencia, decir mi verdad puede doler al otro, cierto. Sin embargo, es necesario pasar por ese territorio (el dolor, el desengaño, la frustración, la tristeza) por dos motivos: me estoy dando otra oportunidad y también permito que el otro pueda rehacer su vida.
Si sé que mi pareja no quiere estar conmigo, y yo sí, me va a doler. Pero quizás es lo mejor en un futuro para los dos. Al menos, abrimos la puerta para una posibilidad de futuro distinta y más nutritiva para todos.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.