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El amor en tiempos del cólera III

Las inseguridades, la nula autoestima o incluso el desprecio hacia uno mismo catapultan a esa búsqueda compulsiva de lo que llamamos amor.

Categoría: Cultura | 12 mayo, 2016
Redacción: Eulàlia París

Las inseguridades, la nula autoestima o incluso el desprecio hacia uno mismo catapultan a esa búsqueda compulsiva de lo que llamamos amor.
Ese “amor” que la producción mediática nos vende como la panacea, la tierra prometida o el paraíso.
Sin embargo, pasada la fase paradisíaca (como hemos visto, el enamoramiento), empiezan los problemas. Bueno, de hecho ya estaban sólo que no los veíamos.
Los “problemas” están relacionados con ese poco amor por uno mismo. El otro tenía que resolver ese tema de la autoestima: tenía que darme lo que yo no me doy, tenía que quererme incondicionalmente o llenarme porque yo no sé.
Los problemas comienzan al empezar a ver al otro, el de verdad, a conocer sus defectos y empieza a pasar factura en la relación.
No es la persona que yo creía, he oído decir montones de veces.
De ahí a los reproches mútuos, por no hablar de manipulaciones, tergiversaciones, discusiones, chantajes emocionales, venganzas, etc.

Cuando el otro se revela como un ser autónomo, aparte de nosotros, con su propia hoja de ruta, sus otras opiniones o ideas, sus vivencias diferentes a las nuestras, sus claroscuros… pone de relieve nuestro narcisismo.
No, no es un satélite que gira a nuestro alrededor, no hace de foco para iluminarnos, no está para apoyarnos al 100% y, sobre todo, no va a poder darnos todo el amor que necesitamos, ni podrá llenar nuestro vacío o resolver nuestros asuntos, sean cuales sean, dado que él tiene sus propios temas no resueltos.
Darse cuenta de todo eso, duele.
La decepción entra en juego.
Los hay que se sienten engañados o traicionados sin tener en consideración que han participado activamente en querer creer lo que no era.

¿Cómo he podido estar tanto tiempo con este/a tipo/a?
¿Cómo no me he dado cuenta de…?
Frases habituales del desengañado.
La pregunta más bien es ¿Para qué estaba utilizándole como fantasía o distracción? ¿Qué no he estado queriendo ver de mí?
Quizás no hemos querido mirar esa falta de amor propio, ternura, compasión y comprensión por nosotros mismos, seres imperfectos y defectuosos.
Nos cuesta ver al otro, el de verdad, porque para empezar nos cuesta nuestro yo real. Nos cuesta acceptar al otro porque ya nos cuesta aceptarnos a nosotros mismos. No nos gustamos tanto como parece.

Precisamente la parte árdua y complicada es esa de la aceptación. Los que estamos metidos en este mundillo de la psique, sabemos que ésa es la Gran Tarea.
Implica la propia aceptación.
No se consigue tomando una pastilla cada día, ni cambiando de pareja, ni fugándose a Hawai. Porque uno no puede huir de sí mismo.
(Re)Construir el amor propio requiere pico y pala. O sea, atención y grandes dosis de compasión hacia uno mismo. Aprender a hacerse compañía en momentos complicados, por ejemplo, en lugar de entrar en una autocrítica feroz.

El amor real, no la fantasía que produce Hollywood, es otra cosa.
Para empezar no es exclusivo: queremos a muchas personas diferentes a la vez.
¿Cómo nos quedaríamos si nos pusieran ante la tesitura de tener que escoger “al amigo de mi vida”?
Las personas que amamos nos aportan y sin embargo nadie puede dárnoslo “todo”. Tampoco uno puede darlo todo.
Las personas que amamos a veces nos dañan. Y también es importante reconocer que nosotros dañamos a los que amamos. A veces sin querer, a veces queriendo.
Amar sin maquillaje implica ver al otro como es y estar con eso. Con las pequeñas idiosincracias, como dice Robin Williams a Matt Damon en El indomable Will Hunting.

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y a Carlota Prats, fótografa, por ilustrar el artículo.
Sa i estalvi.

Categoría: Cultura | 12 mayo, 2016
Redacción: Eulàlia París
Tags:  amor, Eulàlia París,

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