R t V f F I
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El amor en tiempos del cólera II

Pasar de una relación a otra y tiro porque me toca, aunque esté llena de sufrimiento, dolor, altibajos emocionales y sea muy intenso, no me parece amor.

Categoría: Cultura | 7 marzo, 2016
Redacción: Eulàlia París

El mes pasado escribí acerca de lo que nuestra cultura entiende por amor y nuestra focalización a la fase inicial: la del enamoramiento o ilusión.
Las situaciones que muchos pacientes plantean en sesión despliegan un abanico de dependencia y enganche, casi como una adicción. Hay personas que saltan de relación en relación con una facilidad pasmosa, sin darse siquiera tiempo para digerir lo que han vivido.
Quizás no es raro que las sociedades occidentales tengan altos ránkings de alcoholismo, drogadicción, adicción al sexo, al trabajo, al ejercicio, a dietas sanas, etc. Así que también considero una especie de adicción a esa búsqueda de “amor“. Escribo amor entre comillas porque me llega más como un parche o un tapón que intenta esconder, por lo menos, una gran ansiedad.

Pasar de una relación a otra y tiro porque me toca, aunque esté llena de sufrimiento, dolor, altibajos emocionales y sea muy intenso, no me parece amor. Me suena más bien a agarradero, a llenar mi existencia con algo, algo que tape otros asuntos o problemas.
A menudo detrás de estos pacientes hay un miedo atroz a lo que viven como rechazo o abandono y/o también hay un pánico a la soledad. Como si por sí solos no pudieran sostenerse y necesitaran a un otro que les ayude.
Me resulta difícil llamar a eso amor.

En general, uno de los aspectos que más me llaman la atención de nosotros es la poca estima y consideración que nos tenemos. Nos vivimos llenos de inconfesadas insuficiencias, fallos, errores, vergüenzas, que intentamos encubrir todo el tiempo. La tendencia general es a tenernos poco respeto e incluso autodespreciarnos.
Reaccionamos a nuestras inseguridades y miedos, creando una fachada con la que vamos por el mundo y desde la que nos relacionamos. A veces ni siquiera sentimos la inseguridad y el miedo de tanto que nos hemos creído el personaje que nos hemos inventado.
El año pasado ya escribí sobre la tendencia a identificarnos con unos rasgos y dejar de lado los que no queremos o no nos gustan.
Hacemos pues un esfuerzo tremendo para disimular esas insuficiencias o fallos personales. Ese esfuerzo titánico para disimular habitualmente empieza con nosotros mismos. No queremos vernos porque no nos gustamos.
Además hay un mandato social según el cual hay que poder con todo y ser fuerte.
En terapia hay ese momento en que el paciente llega al quid de la cuestión: no soporta sentirse frágil o, como más habitualmente dice, débil.
Estas dos palabras, fragilidad y debilidad, tienen unas connotaciones negativas. Prefiero usar vulnerabilidad.
Aun así, la vulnerabilidad tiene un efecto casi como de Godzilla: arrancamos a correr, huyendo de ella, no fuese el caso que nos alcance.
No, tenemos que ser fuertes y poder con todo.
Me quedo muy chocada con los modelos que nos despliegan los medios y que también me he creído. Sobre todo, porque tienen una repercusión en personas concretas, de carne y hueso, que sufren y mucho en nombre del amor.
Me digo que deberíamos empezar a contarnos otros cuentos y otras películas sobre el amor.

No sólo se trata que hagan énfasi en la primera fase de la relación (algunos pacientes la llaman “la droga deliciosa”) ninguneando el efecto que tiene el día a día en nosotros y nuestra relación. O el hecho que tenga tanto peso la apariencia física como una forma de venderse.
Algunos pacientes me comentan que es verle y sentir o saber que es él o ella: el famoso flechazo, que tiene una amplia proyección.
Una cosa es lo instintivo: alguien me atrae poderosamente. Y otra, muy diferente, es confundir instinto y reconocimiento.
No digo que no se puedan dar casos de clarividencia. Sin embargo, en general, lo supuestamente clarividente se acaba yendo al traste con el paso del tiempo. Y el hombre o la mujer de mi vida pasan a ser otro calamar o una loca, por usar algunas expresiones que he oído en consulta.

Abunda el fast love: personas que se conocen y en dos meses ya están viviendo juntos y planeando casarse y tener hijos (incluso los hay que se embarazan).
Creo que tomar decisiones en el momento eufórico de la ilusión inicial es cuanto menos peligroso. He visto a pacientes meterse en auténticos problemones por ir con tanta prisa.
Mi traducción simultánea es “no veo al otro, no quiero verle. Solo quiero creer que es la solución a mis problemas“. La mala noticia es que el otro no es solución de mis problemas.
Hace falta ver a qué se considera problema. ¿A la vida? ¿Quizás enamorarme me da ilusión en una vida monótona? ¿Me mitiga la vivencia constante de angustia? ¿O el miedo al vacío? ¿Es enamorarse una distracción a todo esto?

Continuará…

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y Raul Ramos / Cocolia, diseñador gráfico, por ilustrar el artículo.

Sa i estalvi

Categoría: Cultura | 7 marzo, 2016
Redacción: Eulàlia París
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