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Ciclistas y semáforos: historia de un desencuentro

El reciente atropello de Muriel Casals ha avivado la crispación entre peatones y bicicletas.

Categoría: Cultura | 5 febrero, 2016
Redacción: Óscar Broc

¿Por qué los ciclistas de Barcelona se saltan sistemáticamente los semáforos en rojo? El reciente atropello de Muriel Casals ha avivado la crispación entre peatones y bicicletas. Las diferencias entre unos y otros son cada vez más grandes. This is war!  

Era de prever que los ciclistas urbanos, cada vez más numerosos, crecidos y temerarios, acabasen poniendo de los nervios al hampa del taxi y otros carroñeros sobre ruedas que hasta ahora ejercían de capos del tráfico barcelonés. De todos modos, ni en mis delirios cannábicos más intensos habría predicho la escalada de odio de los últimos años entre pedalistas y peatones. ¿Cómo es posible que las bicicletas haya sumido también en un estado de crispación a las personas que van a pie, por la acera, sin molestar a nadie? ¿A un colectivo con el que jamás debería haber chocado?

ciclistas2 Ciclistas y semáforos: historia de un desencuentro

He escrito muchas veces sobre el tema y sigo convencido de que a los ciclistas se les ha dejado excesivamente sueltos y descontrolados en un limbo legal que es pura ambigüedad; de ahí que, ante la tibieza de la Guardia Urbana, hayan impuesto unas reglas de circulación propias, no escritas, hechas a su medida, y lo hayan hecho con ventaja, al amparo de la sacralidad de un transporte limpio, cool y sanísimo que nos salvará a todos del Ragnarok.

De estas normas tácitas, la más escandalosa y peligrosa es la irrespetuosidad crónica con los semáforos. Si vas en bici, el rojo no existe. Es una norma que se sigue con una disciplina castrense en el gremio, una ley anti natura que el ciclista ha incrustado en el Reglamento de Circulación hasta casi normalizarla. La escena se repite cada vez más, ante el decreciente estupor de conductores y transeúntes, que parecen cada vez más inmunizados (resignados) a estas faltas de cordura. La pirula, además, suele terminar con el ciclista infractor incorporándose al cruce, esquivando coches que llegan a toda velocidad, mientras el resto espera. En fin, una temeridad colosal que siempre queda impune… porque la comete un ciclista.

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Una cosa es subirse a una acera estrecha y obligar a los peatones a apartarse, timbrazo mediante, pero otra muy distinta es saltarse semáforos en rojo, en plena calzada, en un núcleo urbano atiborrado de automóviles, motos, autobuses. El daltonismo de los ciclistas cuando se enfrentan a un disco rojo se asume ya como aceptable. Sin embargo, este comportamiento no cabría en la cabeza de casi ningún conductor o motorista en sus cabales. El ciclista se ha elevado a un plano superior, es un místico que ha trascendido la celulosa del mismo Código de Circulación que respeta el 99% de los vehículos. Se queja mucho, pide que se le comprenda y se le respete como un elemento más del tráfico barcelonés, eso sí, ni siquiera es capaz de respetar una norma tan elemental (e incontestable) como el disco rojo.

bicisok Ciclistas y semáforos: historia de un desencuentro

Hace unos días la diputada de Junts Pel Sí, Muriel Casals, era ingresada en la UCI con traumas muy serios, después de ser atropellada por un ciclista en el cruce de Urgell con Provença. Según La Vanguardia, el ciclista asegura que no se saltó el semáforo, de modo que cabe la posibilidad de que Casals sufriera un despiste. Aunque el número anual de atropellos de bicicletas con cosecuencias graves sea una ridiculez, aunque el autor del atropello a Casals sea inocente, la noticia ha vuelto a airear la escalada de resentimiento entre peatones y ciclistas, y a dejar claro que hay que actuar cuanto antes para evitar que las calles de Barcelona se conviertan en un mar de tensiones. Y eso empieza por obligar con decisión a los ciclistas a respetar los semáforos. Hay que cortar sus privilegios de raíz, sancionarles severamente cuando cometan infracciones tan graves y arriesgadas como torear discos en rojo. Es una cuestión de seguridad fundamental, aunque nos va algo más que la seguridad en esto: la convivencia, el civismo. Mientras el ciclista siga flotando en una nebulosa de privilegios y contradicciones, en un limbo más allá de las normas más elementales de respeto, seguridad y cohabitación, seguiremos considerándolo un cuerpo extraño en el aparato circulatorio de la gran urbe. Y ya se sabe lo que hacen los organismos cuando tienen un cuerpo extraño: lo expulsan.

ciclistas4 Ciclistas y semáforos: historia de un desencuentro

El Ayuntamiento segura que, en dos años, espera triplicar el número de carriles bici. Una medida que en boca tiene un sabor delicioso, pero cuya digestión será dolorosa. Lejos de calmarse el conflicto, la carte blanche urbanística para el lobby del pedal recrudecerá las hostilidades entre ciclistas y, bueno, el resto del mundo. La bicicleta puede ser un recurso válido en una cuadrícula liberada de coches, pero Barcelona está muy lejos de serlo. De modo que solo veo dos opciones: o dejamos de darle más espacio al ciclista y paramos la construcción de carriles bici o restringimos decididamente, con los cojones sobre la mesa, el acceso de coches al núcleo urbano. Ambas me valen, pero mientras no se active una de ellas, la guerra entre pedalistas y peatones se pondrá cada vez más y más interesante.

Fotografía: Pau Esculies

Categoría: Cultura | 5 febrero, 2016
Redacción: Óscar Broc
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