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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Vimos en el anterior artículo que es común utilizar una máscara, un personaje para relacionarnos en nuestro día a día. Sin embargo, detrás de la máscara, a menudo hay un trato personal que se mueve entre parámetros como el desprecio, la exigencia, la inseguridad. En otras palabras, el poco amor propio que uno siente por sí mismo. Forma parte de un proceso terapéutico (re)construir ese amor hacia uno mismo. Al menos, fundar unas bases que permitan a la persona desarrollar y fortalecer a lo largo de su vida ese amor.
Para compensar esa falta de amor propio, es muy común buscarlo fuera de nosotros. Perseguimos que otros nos quieran o buscamos un reconocimiento externo; amor o reconocimiento que en ningún caso nos damos. Siento fascinación por esta tendencia que compartimos los humanos de ir fuera de nosotros a buscar lo que somos incapaces de darnos.
Nos esforzamos por buscar amor, caer bien a los otros o intentamos destacar con logros, por ejemplo laborales.
Así, la medida de nuestro valor acaba pasando por la mirada del otro, por su actitud hacia nosotros.
Un caso paradigmático de esta inercia somos las mujeres. Para empezar parte de nuestra validación pasa por lo estético. Nuestra sociedad se fundamenta mucho en la imagen, en la apariencia, en lo estético. También compartimos unos cánones sobre lo que es hermoso o bello. Cánones que cambian con el paso del tiempo.
Desde hace unos años, el “modelo estándar” de mujer es el de la talla 38. Muchas mujeres de todas las edades sufren por no cumplir con ese modelo. Nos lo creemos, en lugar de cuestionarlo. A veces, que se hayan reído de nosotras, ha ayudado o ha empeorado las cosas.
A medida que nos hacemos mayores, además, nos damos cuenta que desaparecemos del “mercado”. Las arrugas no venden, no tienen valor. Así, aceptamos vivir encorsetadas, más pendientes de nuestros gramos y arrugas que de preguntarnos si queremos realmente aceptar ese modelo y la consiguiente valoración que conlleva: una visión y un valor que pasan por lo estético, la fachada, no por nuestras otras cualidades.
Desde hace un tiempo, los hombres también empiezan a vivir y sufrir los efectos de lo estético. De ahí que se hayan inventado palabras como “metrosexual“.
No me parece que haya acabado nuestra revolución. No sólo porque utilizamos lo estético para autoevaluarnos, sino porque todavía nos colocamos en el lugar del objeto sexual. Muchas mujeres han narrado cómo su búsqueda de amor hacia fuera ha pasado por un intercambio sexual. Buscando un poco de amor ¿a qué hemos accedido? Muchas hablan en términos de humillación, maltrato y falta de respeto… que más allá de cómo nos traten otros, acaba siendo una falta de respeto o maltrato propio: lo doloroso es darse cuenta que una ha accedido a ciertas situaciones que no le apetecían. A veces, con consecuencias muy desagradables: enfermedades sexuales, hijos no deseados, abortos.
La auténtica revolución es decidirnos a no dar valor ni perder nuestro precioso tiempo, peleándonos con nuestros kilos, arrugas o intercambiando sexo por un poquito de amor. Ojo, no estoy diciendo que nos descuidemos y sí que no nos obsesionemos. Lo más revolucionario es dedicar nuestras horas a descubrirnos y creernos para entregar y ofrecer nuestros talentos y cualidades. Una actitud válida tanto para mujeres como para hombres.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.