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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
¿Quién soy? es una de las grandes preguntas que nuestra especie se ha preguntado, junto con otras como de dónde venimos y a dónde vamos. Es un enigma que cada uno de nosotros intenta responder como puede.
Más allá del planteamiento existencialista, la cuestión de la identidad es un habitual en los últimos años. Nos cogemos a nuestras identidades para explicarnos, y explicar a los demás, quiénes somos. Esa serie de adjetivos y substantivos son los que dan sentido y justifican nuestro comportamiento, nuestras actitudes y preferencias, fobias y filias.
El sistema capitalista utiliza la identidad como concepto a través del cual vendernos constantemente productos, experiencias o ideas (egocéntricas) tipo “porque tú lo vales”. Usaremos un montón de adjetivos y calificativos para describirnos: soy atrevido, soy divertido, soy alto, soy tímido, soy despistado, soy perezoso, etc.
Lo cierto, sin embargo, es que la identidad es el resultado complejo de un cruce de varios aspectos:
-para empezar, hay aquellos aspectos que hemos heredado de nuestros antepasados, la dotación biológica y genética. Somos resultado de historias genéticas que se juntan y se mezclan. Nos aportan lo que se llama temperamento y nos permite distinguirnos, por ejemplo, de nuestros hermanos. Es una auténtica lotería.
-también hay una vertiente individual, que tiene que ver con nuestra historia personal, las experiencias que hemos vivido desde nuestro nacimiento en determinados ambientes y que van conformando poco a poco nuestro carácter. Incluso se han hecho experimentos que apuntan que las vivencias en la barriga de la madre influyen. Este es el aspecto psicológico.
-además está la vertiente sociocultural: el hecho de que nacemos en una sociedad concreta, con un imaginario de cómo son o deben ser las cosas, cómo debemos comportarnos, lo que está bien o lo que no. Es el aspecto antropológico y sociológico. No seríamos exactamente los mismos si hubiéramos nacido en otra cultura, con una visión y unos valores completamente diferentes.
-también nos influye el tiempo, el momento histórico que nos ha tocado vivir. No implica lo mismo. Por ejemplo, actualmente las mujeres podemos decidir bastantes aspectos de nuestras vidas que no podíamos en el siglo XIX. La escritora Jane Austen, por ejemplo, aparte de hacer algo que era impensable en su época (no se casó ni tuvo hijos y encima se dedicó a escribir), no podía tratar directamente con el editor que publicaba sus novelas. Esto lo hacía uno de sus hermanos: sólo los hombres tenían esa potestad.
-y por último, está el lugar, el aspecto geográfico. A mí también me gusta decirle la escenografía. No es lo mismo nacer en un ambiente urbano, que en medio de la selva, o en un espacio donde la mayor parte del tiempo nieva.
Todo esto nos hace únicos. Y en estos momentos somos cerca de 7.000.000.000 de únicos en el planeta Tierra. 7.000.000.000 de historias y de identidades. Vale la pena tener en cuenta esta cifra para flexibilizar el ego.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.