Mascarillas faciales para un mundo mejor
Una guía de propuestas para protegerte con estilo y conciencia ecológica y social.
La no-crónica de una misión más allá de la cordura. Bienvenidos a la noche más dura del año en el Passeig de Gràcia.
Cortina de lluvia congelada. Gotas diminutas cayendo como barrenas sobre Barcelona. Un arma de destrucción masiva enviada por Dios para colarse por el cuello de la camisa de los transeúntes y sembrar de escalofríos la Shopping Night. No es fácil engorilarse con esta climatología, pero no te queda otra que ponerte flamenco si pretendes recorrer el Passeig de Gràcia de arriba abajo en una noche como esta sin acabar con el cuadro psicológico del coronel Kurtz.
Soy el recluta Óscar Broc y me enfrento a un par de horas en las que mi resistencia física y mental será a puesta a prueba hasta el mismísimo corazón de las tinieblas. La Shopping Night no es para hermanitas de la caridad, hete aquí una contienda para boinas verdes del consumismo y mercenarios del canapé de gratelo. Si eres más irritable que el colón de Gérard Depardieu, mejor quédate en casa viendo “Águila Roja”, porque en el Passeig de Gràcia tu cordura y paciencia serán como manteca en un horno industrial.
Yo contra 64.999 personas. A pelo y sin tregua. Comienza el descenso: soy el capitán Willard bajando el río, y mi primer error es de principiante. Por alguna razón me convenzo de que mi trenca bastará y, desprovisto de un arma letal conocida como paraguas, me convierto en pasto de las manadas hambrientas de umbrellas asesinas. Te rodean, eliminan tu visibilidad, tus ojos solo ven paraguas y más paraguas, y cuando quieres gritar, varios de ellos ya han calvado su punta de hierro en tu lacrimal, costillas y páncreas, y entonces es mejor callar, someterte y seguir el descenso por inercia: que el océano paragüero te conduzca donde crea conveniente.
La lluvia es al barcelonés lo que un alioli al vampiro, pero algo ocurre este jueves. El Shopping Night ha transformado al urbanita de la Condal en un animal acuático. Con qué fluidez desfila la gente, como si en lugar de aguanieve llovieran cachorritos de Scottex. Cuesta mantener los sentidos en solfa. Este año el tema es el glamour del Hollywood de los años 20; destellos dorados, cañones de luz, láseres, proyecciones y una horda de impersonators de Marilyn Monroe te ponen las retinas mirando a Cuenca; quieren despistarte, ponerte nervioso. Pero aguantas. Porque seguro que en alguna tienda encuentras el combustible que hace funcionar toda esta maquinaria como si el motor de curvatura de la nave Enterprise: se llama cava.
Si en una mano la gente blande paraguas asesinos, en la otra sostiene una copa de plástico de cava. La Shopping Night y este brebaje ancestral se necesitan. Porque el cava es fundamental para alcanzar ese estado chisposo en el que un descuento del 15% te parece una señal de Dios y te compras ese abrigo porque Dios te ha hablado. Y sí. Funciona. Hay risitas. Hay amigas cogidas del brazo que comienzan a tambalearse. Y la fiesta no para mientras sigo descendiendo hacia las tinieblas.
Desconozco si las ventas del Shopping Night son abultadas, pero las tiendas están rebosantes de humanidad. En Gratacós cortan el bacalao a lo loco. Paso de acercarme al marasmo, pero se habla de escaparates brutales y muchos litros de cava por metro cuadrado. Hay gente que vuelve de ahí cambiada. ¿Y ese ruido, ese tam-tam totémico, ese mantra ensordecedor? Resulta que en los establecimientos de ropa más modernos puedes toparte con una cabina de DJ, un pinchadiscos molón y un equipo de sonido que nada tiene que ver con los altavoces chichinabo de las carpas de Sant Cugat: eso peta como si estuvieras en la fiesta de despedida de Cocoon Ibiza, con Richie Hawtin reventando ecualizadores. Ocio y consumismo fundiéndose en una danza maquinal. Sitios donde las líneas que separan el club de house de la tienda de vaqueros dejan de existir y la realidad se subvierte. Y reclamos para atraer al vulgo. Bebercio y manduca de gratelo. ¿Quién se puede resistir a la cultura del gratis aunque haga un frío del copón?
Ahhh, algunos miramos desde fuera lo que se cuece en el interior de los stands privados, a los que sólo pueden acceder vips, enchufados y otros profesionales del sarao. Ahí estamos, como gatas bajo la lluvia. Pupilas llorosas. Caras de pena. Anhelando un techo, una calefacción y un catering gratuito al que no haya que llegar con taser y casco de fútbol americano. Tampoco le haríamos ascos a un photocall, siempre es bueno sentirse importante aunque sea durante el nanosegundo que dura el flash. Pero no PODEMOS. No hemos sido bendecidos. No pertenecemos a la CASTA. Tendremos que conformarnos con las chucherías que se regalan por la calle a los ateridos peregrinos.
Aglomeración en las puertas de Lacoste. Seguramente dan camisetas, calcetines, un pin del cocodrilo. Corro. Aparto a varias quinceañeras con un juego de codos digno de Tim Duncan, quiero mi regalo y estoy dispuesto a pisar niños si es preciso. Y cuando la espuma me sale por la boca, me doy con un canto en los dientes. Ni camiseta, ni calcetines, ni pin: regalan algodón de azúcar. Poner ahí el pescuezo puede costarme caro y un pingajo azucarado no merece la pena, de modo que voy a otras latitudes. Me dicen que hay un stand en el que regalan porciones de queso suizo. Pero ahí la situación es Defcon 3. Se han hecho fuertes grupos de señoras entrenadas en la guerrilla del gorroneo. Han dispuesto un ejército de amigas, hijas y sobrinas en una formación de V, impidiendo el avance por los flancos de los peatones hambrientos de lactosa. Se está librando una guerra entre fuerzas que escapan a mi comprensión y decido que ya me compraré un triángulo de García Baquero en el badulaque. No obstante, otra cola kilométrica me convoca como un farola a una polilla. Si la gente es capaz de tirarse media hora bajo la lluvia para pillar lo que sea que dan en la puertas del hotel Majestic es que algo gordo se cuece. Pues no. Palomitas. Regalan palomitas… Caigo de rodillas. Brazos en cruz. Lloro.
Son los extraños contrastes de la Shopping Night, mientras unos flotan en una nube de cava al lado de un calefactor y en compañía de algún prócer de la farándula autóctona, otros se congelan las gónadas para zamparse una viruta de queso o un puñado de palomitas por la patilla. Y en esta megafiesta de extremos, destaca un perfil que ya es legión: las bloggers.
Como Gremlins, las bloggers se han mojado y se han multiplicado cosa fina en esta edición. Si comen o vomitan después de medianoche ya no es de mi incumbencia. Lo cierto es que imponen su dominio con Vuitton de hierro, crías de veintipocos que quieren ser it girls, visten como señoras pijas modernas y milimetran su look con la precisión de Messi lanzando una falta. Que obligan a su padre a hacer horas extra en la oficina para comprarse el fular de Alexa Chung. Van a ver, beber y dejarse ver. Y sienten que esta celebración en el mismísimo Paseo de Gràcia es SU territorio, SU dominio. Y son jodidamente despiadadas. Si no les gusta tu actitud acabaran contigo como una manada de leonas, sin que nadie se percate… en el Shopping Night nadie oirá tus gritos.
Por suerte, mis gritos quedan plasmados en este diario de guerra. Negro sobre blanco. He cogido una pulmonía. He aparecido en doscientas selfies de refilón. He sufrido las punzadas de mil paraguas, los codazos de cientos de marujas, los golpes de bolso de alguna blogger. He perdido la fe en la cola del catering de Berasategui. He batido el récord europeo de ingesta de copas de cava. Diablos, ha merecido la pena este viaje iniciático, una fiesta de disfrute eminentemente local que gracias a Dios nos deja la pista libre de guiris para que compremos, bebamos, comamos, disfrutemos y lleguemos a casa con la Visa hecha añicos y cero sentimiento de culpa. Genios.
Fotografías: Bernat Rueda
Una guía de propuestas para protegerte con estilo y conciencia ecológica y social.
Si le encanta vivir la música con la mejor calidad de sonido, aquí van cinco ideas imbatibles.
Peluches, figuras, puzzles, ropa… prepárate para arruinarte.
Dale una alegría a un ser querido, pero también al planeta.