Visión anarquista de la Guerra Civil
El Arxiu Fotogràfic de Barcelona presenta una exposición centrada en la gráfica anarquista del conflicto bélico.
Entre 1898 i 1900, en 18 meses, el joven arquitecto Josep Puig i Cadafalch, ayudado por cincuenta equipos de artesanos especializados, convierte un viejo edificio, de planta baja y cuatro plantas, construido en 1875 por Antoni Robert i Morera, en la residencia del industrial del chocolate Antoni Amatller i Costa.
El chocolatero
El nuevo vecino es el tercer Ametller dedicado al chocolate. Su abuelo Gabriel, se vino a Barcelona desde Molins de Rei, poco antes de 1800, y abrió una chocolatería artesanal en la calle Manresa, en el barrio de la Ribera. Su padre y sus tíos mejoraron el negocio familiar, comerciaban también con frutas tropicales y contaban con el mejor cacao, azúcar y vainillas. Con Antoni al frente Chocolates Amatller fue mejor que nunca. Viajó a las ferias para conocer los últimos avances y gusto., En 1878 levantaba una industria modelo en Sant Martí en la que se fabricaban grandes cantidades, de una manera rápida y sin perder calidad. Supo comercializar su producto, apostando por la publicidad. Conocía desde las plantaciones de cacao en Cuba hasta la última tienda donde vender su producto. Triunfó en su negocio. Con él, la empresa Amatller llegó a ser líder en España y un referente en Europa. Cuando el siglo cambiaba, Antoni Amatller se fue a vivir a Passeig de Gràcia. La suya fue la primera casa de las tres que configuran la manzana de la discordia, después llegarán la Lleó Morera (1902-1906) y la Batlló (1904-1906).
La casa
En la casa Amatller hay tres espacios superpuestos: 1. En la planta baja y el piso principal la residencia del propietario, 2. encima, una casa de vecinos destinada al alquiler, de tres plantas, con escalera propia desde un segundo patio y 3. encima, el estudio de fotografía del propietario.
Antonio Amatller vive cómodamente en el piso principal, junto a su hija Teresa. Desde la calle, a pie o en coche, accede a su casa por una escalera exclusiva cerrada por una vidriera de colores que le da una dimensión adecuada y deja sin efecto la sensación de chimenea de los patios de las casas de pisos. Como la parte baja de la casa no se necesita para usos industriales (cuenta con la fábrica en Sant Martí), se destina al servicio con la cocina (perfectamente conservada), una escalera y un montaplatos, las habitaciones del servicio y el garaje, con una plataforma circular para facilitar la entrada y salida del coche de Antoni Amatller, uno de los primeros de la ciudad. Cinco personas forman el servicio de los Amatller. El comedor, la sala de la música y las habitaciones de los invitados dan al patio posterior. Encarada al passeig están las habitaciones de los propietarios, a un lado la de Antoni, con sus colecciones, y al otro las de Teresa, con un espacio para la costura.
La casa usa como modelo los palacetes urbanos de la época gótica, mezclando el gótico catalán y el de los Países Bajos y Bélgica, territorio admirado por el arquitecto y el propietario. Destaca la peculiar terminación del edificio con un frontón escalonado enmarcado de piedra y cerámica. La cubierta incumplía las normas de horizontalidad de las fachadas uniformes del Eixample, pero la casa Amatller había de ser única y su terminación era uno de los recursos usados para conseguir serlo.
Las esculturas de la fachada
La fachada es plana y está decorada con un esgrafiado, como un tapiz de motivos florales que fue sacado de un encaje de la colección del propietario. Las variadas aperturas, las puertas, las ventanas y la tribuna, están embellecidos con finas esculturas de Eusebi Arnau que conó con la colaboración de Alfons Juyol. Son un verdadero regalo para la vista. La decoración integrada en las aperturas de la fachada es una de las características que Puig i Cadafalch adopta del repertorio decorativo del gótico catalán, sobre todo en los escudos heráldicos y figuras mitológicas. El conjunto es una delicia. Acercarse a la casa Amatller nos obliga a estirar el cuello y pasearnos lentamente delante de la fachada. Una sugerencia es apartarse hacia nuestra izquierda, alejándonos de la puerta y lentamente, paso a paso, volver a ella.
En el piso principal, a la izquierda de la casa, la decoración más exquisita y original está en la tribuna de la habitación de Teresa. La base es de piedra, sólida y de tres puntos surgen almendros de piedra que trepan. Tres columnas, muy fina la central, permiten la trasparencia que necesita el espacio que se corona de forma extraordinaria. Sobre la tribuna se levanta un ancho pináculo en el que, sobre un almendro florido, se inscribe una enorme A, la inicial del apellido familiar. El palo horizontal de la A se alarga y termina en dos gárgolas. La A se repite hasta nueve veces, en lugar de flores el almendro da pequeñas A. Hay un poema grabado en la piedra, está dedicado al almendro, el árbol genealógico. Se lee:
L’ametller floreix
el bon temps s’acosta
amb sos nius d’ocells
i ses poms de roses”
(“El almendro florece / el buen tiempo se acerca / con sus nidos de pájaros / y sus pomos de rosas”).
Pasamos la mirada al centro de la fachada, al balcón de hierro del piso principal, al que se abren tres puertas. Son altas, están coronadas por una moldura que a modo de guardapolvo sirve para alojar imágenes. Presiden, en lo alto unos leones agarrados a un saliente. Debajo una pareja de alegres niños sostiene, cada uno, un escudo distinto. En la base lateral de la moldura descansan un perro, un gato, un zorro, una cabra, un pájaro y una lagartija, en posición de guardián.
En los dinteles, en el arranque de los arcos aparecen animales realizando actividades propias de los humanos. Aquí los animales realizan las actividades favoritas del propietario. Un nuevo recurso para individualizar la casa de un coleccionista, fotógrafo e industrial.
La puerta que vemos a la derecha nos presenta al Amatller coleccionista, de objetos de cristal y cerámica.
Sobre la puerta un escudo con un ánfora entre una olla y una copa. A un lado, una rana sopla cristal y a su lado otra levanta una copa. Enfrente un par de cerdos modelan un jarrón.
La puerta central nos cuenta que al propietario le apasionaba la fotografía y la lectura. Aquí aparecerían también representadas las artes
Sobre la puerta, el escudo muestra un libro abierto, arriba, y un aparato fotográfico, abajo.
A un lado, un asno lee un libro abierto entre sus manos, a su lado otro, con gafas, se fija.
Al otro lado, lo que parece ser un león, con la cabeza escondida bajo el paño que cubre una cámara, toma una fotografía, a su lado, su ayudante, un oso, lleva un paraguas.
La puerta de la izquierda nos recuerda que al propietario también le interesan los objetos metálicos, aquí se enfatiza su labor como industrial.
En el escudo se concentran utensilios metálicos.
A un lado, un conejo arroja metal fundido en un molde, a su lado otro le acerca agua.
Al otro lado, un mono golpea con un mazo un yunque ante la mirada de su ayudante.
Esta temática había sido usada por el propietario en la publicidad de los cromos que regalaba con las tabletas de chocolate. Temática de tipo moralista mediante fábulas con animales.
Bajamos a la planta baja. Para entrar en el edificio hay dos puertas de entrada, la más grande para entrar en coche y a la izquierda para los peatones. Aquí nos entretenemos, la decoración es doble. En el punto de arranque de los arcos de la moldura del guardapolvo, a la altura de los ojos, se suceden tres imágenes.
A la izquierda un cíngaro lleva un oso danzarín.
En el centro, enlazando las dos puertas, san Jorge, acrobáticamente, ataca con la lanza a un embravecido dragón.
A la izquierda una heroína se bate con un dragón.
Aquí aparece otra de las referencias usadas en las colecciones de cromos que regalaba la empresa Amatller, la leyenda de san Jorge, un tema habitual en la decoración arquitectónica de la época.
Coronando las puertas, sentadas sobre el guardapolvo, encontramos unas elegantes representaciones de las artes: la pintura y la escultura, la arquitectura y la música.
Sobre la puerta dos leones sostienen un escudo con una fecha 1900 (MCM) y un almendro arrancado de raíz.
Para terminar, nos fijamos de nuevo en el primer piso, en la ventana de la habitación de Antoni. Al lado de la ventana una tranquila joven, con un ramo de flores en sus manos, está en pie a la altura del primer piso. Tiene un pináculo sobre ella, allí se esconde un viejo que la mira. Enfrente, un hábil fotógrafo lo inmortaliza.
Una maravilla pero preguntas hay muchas. Y en esta historia ¿qué pasa con el chocolate? Pues el dueño del negocio, Antoni, muere en 1910 y su hija, Teresa, continua con el chocolate y, sin descendencia, decide vender Chocolates Amatller SA. Lo adquiere la familia Coll, chocolatera desde 1840, actualmente en su sexta generación, en 1972 y hasta hoy.
¿Y qué se hizo de las fotos y las colecciones de Antoni Amatller? La casa estaba llena de objetos y en la parte más alta de la casa había un laboratorio de fotografía. Teresa Amatller, bien asesorada por Josep Gudiol, crea en 1941 la Fundació Institut Amatller d’Art Hispànic para conservar la casa y sus colecciones. Libros hay 26.000 y negativos de fotografías 350.000. La casa es la sede de esta gran institución.
Para acabar un elogio y una crítica. No se puede llamar discordia el detalle que tuvo Gaudí cuando hizo su fachada, el punto de unión con la casa vecina, la hizo muy baja. Para que la Amatller luciera. En cambio la remonta de la casa vecina a la Batlló. Sin más comentarios.
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