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PEQUEÑAS PLAZAS QUE CASI NO LO SON EN LA VIEJA BARCELONA

La mayoría de plazas de la ciudad antigua tienen su origen en el hecho de ser o bien mercados o bien cementerios.

Categoría: Historia | 10 mayo, 2016
Redacción

En la antigua Barcelona apenas hay plazas, a lo largo de los siglos se fueron acumulando las gentes en tal cantidad que las cada vez más abundantes viviendas dejaron calles estrechas sin apenas espacio libres. Así aquellos barceloneses llamaron plazas a una serie de espacios que, por sus dimensiones, no merecerían tal nombre. Así cualquier ensanchamiento de una calle recibía el nombre de plaza como ocurre, por citar algunas, con la de la Llana, la de Regomir, la de Marcús, la de la Puntual o la dels Peixos… La mayoría de plazas de la ciudad antigua tienen su origen en el hecho de ser o bien mercados, como es el caso de la Plaça de l’Àngel o la Plaça Nova, o bien cementerios como es el caso de las que rodean las iglesias de Sant Just, el Pi o Santa María del Mar.

LA PLAÇA DE SANT FELIP NERI
De entre los antiguos cementerios parroquiales destaca el de la catedral, la plaça de sant Felip Neri, hoy una de las plazas más coquetas de la vieja Barcelona presidida por una imponente iglesia.

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Es una plaza relativamente tranquila siempre que no coincidamos en ella durante el recreo matinal de los niños de la escuela que allí se encuentra o con algún grupo de turistas al que acompañe un vociferante guía.

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Este agradable espacio fue el lugar de enterramiento de los vecinos del barrio de la catedral, hasta que los cementerios parroquiales fueron clausurados a finales del siglo XIX por motivos de salud pública.

EL CEMENTERIO DE LOS CONDENADOS
Pero no sólo los vecinos del barrio de la catedral tenían su último descanso en este camposanto. Allí también se enterraban a los condenados por la justicia a la pena de la horca. Por este motivo empezó a ser conocido popularmente como el cementerio de los condenados. En los tiempos en que en Barcelona se castigaba con la pena de muerte a los delincuentes, había la costumbre de situar las horcas a lo largo del camino de acceso a la ciudad y dejar colgados en ellas a los ajusticiados, a la vista de todos. De esta manera se quería utilizar de escarmiento y aviso a los forasteros que se acercaban a la ciudad. Era fácil sacar la conclusión de que en Barcelona la justicia era severa y que aquel que delinquía lo terminaba pagando. Una terrible costumbre que reflejó Cervantes en los capítulos que Cervantes sitúa en la ciudad en su segunda parte del Quijote:

<< Levantose Sancho y desviose de aquel lugar un buen espacio y, yendo a arrimarse a otro árbol, sintió que le tocaban en la cabeza, y, alzando las manos, topó con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Tembló de miedo, acudió a otro árbol y sucediole lo mesmo; dio voces llamando a don Quijote que le favoreciese. Hízolo así don Quijote y, preguntándole qué le había sucedido y de qué tenía miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas humanas. Tentolos don Quijote y cayó luego en la cuenta de lo que podía ser, y díjole a Sancho:

—No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta, por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona.>>

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Ante tal espectáculo un grupo de piadosos barceloneses presentó sus objeciones y, aunque era impensable terminar con la aplicación de la pena capital, al menos se consiguió suavizar la costumbre y acompañar a los desdichados en el momento de su mala muerte y retirar sus cadáveres expuestos en las horcas para darles un entierro digno a tan desdichados hijos de Dios. Así se fundaron en Barcelona las Cofradías llamadas de la Santísima Sangre cuya misión era acompañar en sus últimos momentos a los condenados, y la Cofradía de los Desamparados quienes eran los encargados de descolgar los cuerpos y trasladarlos para un enterramiento digno. El cementerio que acogía los cadáveres fue el situado en la actual plaça de Sant Felip Neri.

LA CANALLADA EN SANT FELIP NERI
Tiempo después de que fuera clausurado el cementerio y eliminada la pena de muerte como castigo a los delincuentes, la plaça Sant Felip Neri sufrió un nuevo episodio, sin duda el más triste de todos los que se han vivido. Tuvo lugar durante los bombardeos que la ciudad sufrió en los convulsos tiempos de la guerra civil.

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La aviación italiana, aliada como la alemana a los militares golpistas que consiguieron derrotar la II República, lanzó continuos bombardeos sobre la ciudad. La intención de los rebeldes era castigar la zona republicana, debilitarla para que no pudiera ofrecer una resistencia en el momento del definitivo ataque por tierra. En medio de esta estrategia, uno de los bombardeos afectó la vieja plaça de Sant Felip Neri. Fue un episodio especialmente trágico ya que entonces, como ahora, había allí una escuela y al sonar las alarmas de bombardeo los niños fueron recogidos en el convento vecino con la esperanza de que el peligro pasara de largo. Pero la fortuna fue adversa y la bomba acertó de pleno. Una tragedia se cernió sobre este amable rincón de la ciudad y sobre sus asustados vecinos. Los desastres son evidentes y  la fachada de la iglesia aparece aún hoy destrozada por los efectos de la metralla. Una placa recuerda estos trágicos hechos y las víctimas de la canallada para que no olvidemos.

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DOS EDIFICIOS VIAJEROS
Se dice que no hay mal que por bien no venga y la historia posterior de Sant Felip Neri es un buen ejemplo de esta frase hecha. Terminada la guerra se debía volver a la normalidad. La ciudad estaba en ruinas y debía ser reconstruida. La plaça Sant Felip Neri cambiaría para bien gracias al esfuerzo del arquitecto municipal, el incansable Adolf Florensa que pensó en reconstruir el espacio con una serie de edificios trasladados desde otros lugares de la ciudad y que por ese motivo han sido bautizados como los edificios viajeros de la ciudad. En el lugar que las bombas dejaron vacíos se ubicaron dos viejos edificios.

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El primero fue la antigua casa Mora, más conocida como la casa del Gremio de los Caldereros y que antes de la apertura de la Via Laietana había estado en la esquina de la Plaça de l’Àngel con el carrer de la Bòria y que había sido trasladada a la plaça de Lesseps. Así el viejo edificio y el arco que tenía a su lado volvía a las inmediaciones de la catedral. Hoy acoge la escuela Sant Felip Neri.

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El segundo edificio fue trasladado desde una zona también afectada por los bombardeos. Es la casa del Gremio de los Zapateros y estaba en la calle Corribia, desaparecida para dar lugar a la actual Avinguda de la Catedral. Coherente con sus orígenes hoy acoge el Museu del Calçat.

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Un buen trabajo el que llevó a cabo Adolfo Florensa en este rincón de la vieja Barcelona. Una plaza vieja y tranquila, cargada de historia y que cuenta con viejos edificios que son nuevos en su emplazamiento actual.

Categoría: Historia | 10 mayo, 2016
Redacción
Tags:  edu garcia, història, Plaça de Sant Felip Neri,

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