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Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario

Edu García recorre la ciudad en busca del rastro del maestro con motivo del Any Brossa.

Categoría: Historia | 1 febrero, 2019
Redacción

1a Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario

El 19 de enero arranca l’any Brossa, la excusa es celebrar que el poeta, dramaturgo y artista visual cumple cien años. Durante un año se recordará a Joan Brossa (1919-1998) en su vertiente de creador, en sentido amplio, de poeta, jugando con conceptos, palabras y las letras, de polifacético artista plástico, de reivindicador de las artes parateatrales, amante de mimos, magos, payasos y saltimbanquis, de cinéfilo empedernido… Joan Brossa fue un tipo único. De aspecto desaliñado, siempre con gafas oscuras y un aire distraído, era un tipo provocador, crítico, contestatario y radical, incómodo con los poderosos, con los bancos, los políticos y la iglesia. Fue un tipo rico porque rechazaba la riqueza. Fue un tipo nada convencional, un inconformista al que los  intelectuales de este país le rendían respeto y admiración, colaboraba con todos los que se lo pedían y era generoso como nadie. Es uno de los artistas esenciales del siglo XX en Barcelona, la ciudad por la que nos pasearemos a través de sus obras, nuestro arte público de la ciudad más extraordinario.

 

2a Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario 2b Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario

 

La obra más antigua, inaugurada un lluvioso 27 de agosto de 1984, es el llamado Poema visual transitable en tres temps: naixement, camí -amb pauses i entonacions- i destrucció que se encuentra en los jardins de Marià Cañardo, junto al Velòdrom d’Horta. Cuando este equipamiento y su entorno se construían en vistas a las Olimpiadsas se pidió al poeta su colaboración. Borssa concibió para el lugar uno de sus poemas visuales que empieza con una enorme A que hace las veces de puerta que se abre a un segundo ámbito formado por diversos signos esparcidos por la hierba (punto, coma, puntos suspensivos, interrogaciones, admiraciones, paréntesis, dos puntos, comillas, barras…) y culmina en la misma A que se nos muestra en ruinas, como si se tratara de un camino vital. Una obra de significado profundo que cuenta con el elemento lúdico del paseo y compuesta con letras y signos ortográficos con los que trabaja el poeta.

 

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Poco tiempo después, en febrero de 1985, se instalaba una nueva obra del poeta, esta vez en el vestíbulo del Teatro Poliorama, en la Rambla, después de su reapertura tras la reforma realizada por el estudio MBM. Se trata del Rellotge il·lusori que se concibió como un complemento al reloj que desde 1886 marca la hora oficial de la ciudad desde la fachada del edificio. El reloj se basa en una experiencia que el poeta experimentó al visitar la institución Mentora Alsina en el Tibidabo segúin la cual una imagen reflejada en un espejo cóncavo parece que se suspenda en el aire y aparece visible desde determinado punto. Así se diseñó una columna y , sobre ella, una esfera en la que se proyecta la esfera de un reloj. La pieza conjuga muchos elementos recurrentes del artista: la mágia y la ciencia. Por la concepción, y el teatro, por el emplazamiento. El hecho de estar en un espacio interior y de ser de pequeño tamaño (Brossa estaba descontento con el escaso presupuesto para la obra) hacen de este peculiar reloj una de las piezas brossianas más desconocidas.

 

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La siguiente obra brossiana también la encontramos en un espacio  interior, en la sede del Institut d’Estudis Catalans, en la Casa de la Convalescència del antiguo Hospital de la Santa Creu en el Raval. Beceroles es de 1989 y es una obra de gran sencillez un zueco en el que estgán clavadas las letras A, B y C. El zueco es un calzado rudimentario, primitivo, con el que dar los primeros pasos y las tres letras, las primeras del alfabeto que se aprenden.  Un juego típico del artista que mezcla objetos cotidianos descontextualizados y tipografía para configurar un objeto visual cargado de significado. Interesante la obra del poeta que aparece entre una amplia colección de obras con que los más diversos artistas han ido enriqueciendo la más que centenaria institución.

 

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La siguiente obra brossiana está también en la Rambla, encastada en el suelo, en el paseo central, entre las calles de Portaferrisa y Carme. El Antifaç es uno de los premios otorga el Foment de les Arts Decoratives (FAD), el Premi Sebastià Gasch, instaurado en 1976 en honor al periodista, y que quiere reconoicer a las personas o espacios dedicados al fomento la actividad teatral. En 1991 la Rambla fue considerada el mejor escenario de la ciudad y el premio fue para el más popular de los paseos barceloneses. El premio es un diseño de Joan Brossa: un simple antifaz, el más sencillo de los disfraces.

 

6a Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario 6b Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario

 

La siguiente obra brossiana es la más animal de todas. Desde junio de 1993, un gigantesco saltamontes, El llagost en català, que corona la sede del Col·legi d’Aparelladors i Arquitectes Tècnics de Catalunya, en el carrer Bon Pastor 5, una travesia que se abre en la parte alta de l’Avinguda Diagonal. La bestia fue presentada en sociedad haciendo sonar la música de Wagner, el compositor favorito del artista que declaró que la elección del animal era “un homenaje inconsciente al talento de los aparejadores”. Además de la bestia hay 100 letras de distintos colores dispuestas a lo largo y ancho de la fachada, la mitad forman el nombre del centro y el resto está dispuesto como si fuesen letras desperdigadas por un desordenado tipógrafo. Animal y letras embellecen una fachada que es todo un descubrimiento para el paseante que anda distraído por el lado montaña de la Diagonal.

 

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La siguiente obra brossiana es la más conocida ya que está emplazada en el corazón de Ciutat Vella. Desde abril de 1994 siete grandes letras, algunas figuradas o camufladas, seis de bronce y una de aluminio, escriben el nombre de la ciudad romana. Es el nombre simple, Barcino, sin apellidos, ya que el completo con el que los romanos denominaron la pequeña colonia situada en lo alto del pequeño Mons Tàber, el de Iulia Agusta Faventia Paterna Barcino, no cabría ni en toda la Avinguda de la Catedral. El ideograma corpóreo, que así le llaman se pensó como una bienvenida a los visitantes y desde entonces muchos turistas se han detenido ante ella y han se la han llevado en sus cámaras fotográficas o en sus móviles.

 

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El Brossa más reivindicativo se muestra en su siguiente obra el llamado Monument al llibre situado en los Jardines que hay en la Gran Via, junto al Passeig de Gràcia. Es una de las piezas características del poeta, un objeto nuevo nacido de dos padres muy distintos y en teoría sin ninguna relación: un libro y un tentetieso se fusionan en este homenaje que el Gremi de Llibreters de Vell encargó al artista en 1994. La obra se sitúa en el contexto de la Fira de Llibres d’Ocasió que tiene lugar cada año, desde 1952, en las inmediaciones, cuando se acercan las Festes de la Mercè. Un juguete y literatura unidos en este homenaje con el que se quiere decir  que, por mucho que quieran tumbar al libro, éste siempre se levantará. Su significación ha hecho que el lugar haya sido elegido para el homenaje que cada año, desde 1997, se tributa a un escritor de lengua catalana, al cual se dedica una placa.

 

9a Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario 9b Celebrando la Barcelona de Joan Brossa en su centenario

La siguiente pieza está situada en uno de los lugares favoritos del poeta: la tienda El Ingenio. Brossa decía que ésta era la anti-farmacia, donde deberíamos acudir cuando estamos sanos y alegres y es que en la tienda del número 6 del carrer Rauric se venden todos los ingredientes  necesarios para una fiesta popular, allí no vamos a buscar remedios que nos den salud cuando nos sentimos débiles sino que allí encontramos algo que nos hará más felices cuando estamos dispuestos a disfrutar. En la tienda Brossa dejó, en junio de 1997, su poema visual  Lletres gimnastes. Son dos letras A, de color rojo, que en el exterior están situadas en la pared, serias y ordenadas, una al lado de la otra y, en el techo del vestíbulo, las mismas vocales aparecen entrelazadas como si colgaran de un hipotético trapecio. Un juego con letras que tanto gustaba al poeta.

 

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El último de los poemas visuales del poeta instalados en vida, murió en diciembre de 1998, dos meses después de su instalación, se encuentra en la antigua sede del Espai Escènic Joan Brossa, en la nueva calle Allada Vermell, resultado de una reforma de 1994. En lo alto del edificio, en el lugar más preeminente, descansa una enorme B que aparece apoyada en su lado plano, como si fuese un antifaz, aludiendo tal vez a que allí hay algo escondido, algo a lo que mirar con una mirada especial o quizás simplemente dando a entender que la B, la inicial del apellido del poeta, y con ella su mundo, campan en el interior del edificio. El Espai Joan Brossa, hoy en el carrer Flassaders, nació en esta calle por iniciativa del actor y director Hermann Bonnín y del mago Jesus Julve, Hausson, con la intención de que el local recogiera el universo escénico y poético del artista. Dos elementos hacen compañía a la B: de una ventana salta un arlequín lanzado desde un trapecio, y delante una tarima de obra donde se lee la frase del poeta  “Quan un país no va a l’hora, el primer que se’n ressent és el teatre (Cuando un país no va a la hora, lo primero que se resiente es el teatro)”. Palabras que no han dejado de ser actualidad.

 

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Muerto el artista la ciudad dedicó a Brossa un espacio verde en Montjuíc junto a otros hombres de letras como Jacint Verdaguer, Joan Maragall y Mn. Costa i Llovera. Los Jardins de Joan Brossa ocupan un territorio brossiano ya que en ellos estuvo, desde 1966 hasta 1998, el Parque de Atracciones de Montjuíc, abierto según iniciativa del empresario venezolano Luis Borges, y que contaba con multitud de atracciones y diversas esculturas que aún se mantiene, como la de La sardana, la bailaora Carmen Amaya, el malogrado gimnasta Joaquim Blume, el pallaso Charlie rivel o el cómico Charlot. Una vez terminada la concesión y desmanteladas las atracciones se llevó a cabo la conversión de este espacio lúdico en un parque que se inauguraba, repleto de juegos infantiles, en el 2003 como homenaje al poeta. En 2005 se instaló, en una de las paredes del antiguo polvorín uno de sus poemas visuales, realizado en 1989, las letras A y Z, acompañadas de sendas figuras antropomórficas que recuerdan a brujas y magos. Un espacio de diversión en lo alto de la montaña que dudo desagradara al poeta que rechazó la medalla de oro de la ciudad diciendo que la medalla era como darle un chicle a un hambriento. Mejor tener un jardín que una medalla.

 

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Si no fuese suficiente con unos jardines la ciudad le ha dedicado, en 2004, uno de los cincuenta interiores de manzana que se extienden en l’Eixample. Encerrado dentro de la manzana que forman las calles Aribau, Còrsega, Enric Granados y Rosselló. Se accede por el número 191 de esta última. Es uno de esos lugares de descanso, de paz y silencio, un oasis de relax en medio de la ajetreada Barcelona, un concepto de espacio acorde con la manera ser del artista que estaba muy ligado al distrito. En el interior de la manzana, como elemento brossiano, nos espera el Faune, un fauno de color rojo que tañe la flauta entre la primera y la última de las letras del alfabeto como si lo dionisíaco, la rauxa, quedara delimitada por, lo racional, el seny de la letra.

 

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Un último recuerdo de Brossa lo encontramos en la calle Valencia, en los números 250-252, entre Balmes y Rambla Catalunya, se encuentra el colegio de la orden religiosa de la Immaculada Concepción, un edificio que se encuentra desalineado respecto a los edificios de al lado, al estar retirada respecto a las casas vecinas da lugar a dos paredes medianeras a ambos lados. El 2007 estas paredes insulsas, con un simple estucado, fueron embellecidas  mediante decoraciones pintadas y con acero corten. A un lado, el Besòs, se situó una caligrafía de Josep Maria Junoy, art poética, y al otro, el Llobregat, uno de Joan Brossa, poema visual.  Ambas obras, muy similares, dialogan. Las dos cuentan con dos letras, la A y la Z, y las dos están unidas. Al contrario que con Junoy, la de Brossa tiene la arriba A y desde ella doce pasos en diagonal, insinuando un paseo, conducen a la Z. En Junoy son 33 puntos, tantos como letras tiene el alfabeto los que van de la Z a la A. Las dos obras aunque parecen coetáneas tienen 81 años de distancia. Junoy escribió su poema en 1916, tres años antes de nacer Brossa, que realizó su poema visual en 1997. Está claro, pues Brossa bebe de Junoy, como también lo hace de Salvat-Papasseit y otros artistas de vanguardia y se sitúa en este camino.

 

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Quizás este año se añada una nueva obra brossiana al arte público de la ciudad, la obra del gran trabajador que fue Joan Brossa daría para llenar a lo largo y ancho los diversos espacios de la ciudad. Brossa fue incansable, estaba lleno de ideas, era una especie de hormiga que no dejaba de trabajar en su mundo de alfabetos, juegos y objetos con la intención de hacernos pensar, de ver la vida de manera distinta. Una idea para celebrar este año Brossa, es sentarnos como lo hacía el maestro, como nadie lo ha hecho, tumbados en el suelo y sentados, a la vez, es un buen homenaje a este espíritu libre e inconformista.

 

Categoría: Historia | 1 febrero, 2019
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