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Perdido entre besos

Desvelando el misterio del Carrer dels Petons.

Categoría: Historia | 10 febrero, 2015
Redacción: Jordi Corominas i Julián

Barcelona es, por desgracia, una de las capitales europeas que menos se preocupa por informar al paseante de sus curiosidades históricas, algo que provoca la pérdida de significancia de algunos espacios emblemáticos demasiado distantes del meollo del parque temático. Uno de ellos es la zona aledaña al Born, desde el Palacio de Justicia que suscitó tanto misterio durante el siglo pasado hasta la retahíla de callecitas cercanas al paseo que tanto destacó el año pasado por los fastos del tricentenario.

Una de estas es el Carrer dels Petons. Es difícil de dar con él sin conocer de su existencia. Cuando se abandona la parte noble del Paseo San Juan y se toma el Carrer del Comerç un pequeño y extraño ángulo nos invita a descubrir una parte insólita de la ciudad. Lo que más destaca en sus escasos cien metros es su forma estrecha y cerrada, algo que no debe extrañarnos en exceso, pues toda la zona del antiguo casco antiguo tenía muchos callejones sin salida de los que quedan bien pocos entre la demolición para construir en 1908 la Vía Laietana y el malestar incierto que generan estos cul de sac, irracionales para nuestra mentalidad moderna enamorada de un orden de continuidad, como si el asfalto se trazara con enlaces.

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Sin embargo, que el carrer dels Petons tenga este tipo de estructura nos da pie para introducir la primera leyenda sobre su nombre. Las malas lenguas opinan que su particular composición en el entramado urbano lo convirtió hace no tantos siglos en el lugar ideal para que las parejas se desataran entre besos, arrumacos y todo tipo de prácticas sexuales. Muchas veces no reflexionamos sobre el pasado y eso nos hace olvidar que la iluminación pública apareció a mediados del siglo XIX, por lo que es sencillo imaginar que los besos serían a oscuras y su sonoridad no desentonaría con un silencio casi absoluto que ahora es inconcebible por la contaminación acústica.

Esta visión romántica del origen de su nomenclatura es un gran embuste magnífico para adornar efemérides que no desentona con otra que atribuye els petons a una despedida lúgubre con ciertas resonancias venecianas. Según esta leyenda la calle, que antes dedicó su placa a un desconocido Jaume Negre y a los fundidores, era el enclave donde los condenados a muerte decían adiós a sus allegados antes de partir al encuentro del verdugo en el Born, donde además de este espectáculo público se solía celebrar con profusión el carnaval en otra muestra más de cómo ha costado mucho separar la bestialidad con la fiesta, algo que corroboraría con gusto Nicomedes Méndez, quien durante más de cuarenta años se encargó de dar el golpe de garrote vil que ajustaba cuentas con los ejecutados. En una de las escasas entrevistas que concedió no dudó en afirmar que de no haber ganado la plaza de verdugo le hubiera gustado ser torero porque era la otra profesión donde se juntaba sangre, popularidad y fanatismo de los asistentes.

Nicomedes murió hacia 1912 en su casita de la calle Verdi, pero esa es otra perla más del elenco de nuestra ciudad. Ya la contaremos algún día, sólo le mencionamos porque su explicación sobre el éxito de esas orgías de duelo nos permite entender que durante largas épocas no existió ningún tipo de respeto para el óbito de los culpables como un acto íntimo. La profusión de películas con tintes románticos ha jugado mucho con esos momentos de desespero antes de tomar de la mano a la señora de la guadaña. La realidad era otra y bien distinta, no como el puente de los Suspiros y su visión poética de la cuestión.

Hay una tercera hipótesis, y desde mi punto de vista es la más probable. La calle tiene edificios que exhiben su antigüedad. Como sé que la mayoría es perezosa, camina rápido y no mira para arriba les recomiendo dejarse de prejuicios y aplicar esta santísima trinidad en el carrer dels Petons. Descubrirán una maravillosa casa de 1783 con esgrafiados de primer nivel. El resto de viviendas también respiran un aire pretérito que quizá conoció Jaume Pontons, un señor que según el libro las calles de Barcelona vivió en Portal Nou en 1651. El buen hombre debió ser importante y por eso el espacio que nos ocupa recibió su apellido, que a medida que se difuminó su figura en el recuerdo se transformó en Petons porque al pueblo le resultaba mucho más hermoso y lírico.

La teoría que parte de Jaume Pontons sería la más válida y me gustaría imaginarlo como el propietario de los terrenos. Eso daría legitimidad a que diera nombre a la calle, como sucedió más tarde en Gracia, cuando durante el siglo XIX los compradores de las parcelas designaban las calles y plazas de sus posesiones con nombres relacionados con sus actividades. Un ejemplo es la plaça del Diamant que así se llama porque quien dominaba la zona era joyero, y por eso a su alrededor uno topa con oro, rubíes, topacios y otras piedras preciosas. En Camp de l’Arpa una vía larguirucha se llama de L’eterna memòria porque así lo quiso la viuda del terrateniente que acaparaba metros cuadrados en ese barrio que casi nadie pisa. Pontons se presenta como un pez gordo de similares características, pero lo fascinante del carrer dels Petons es que nunca sabremos con precisión la génesis de un enigma que tiene la llave desaparecida en el fondo del mar.

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Ilustración vía Hotel Duquesa de Cardona

Categoría: Historia | 10 febrero, 2015
Redacción: Jordi Corominas i Julián
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