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Existe una peculiar barrera entre el enólogo y el amante del vino; un muro entre el experto en uvas y el que tiene un buen paladar y sabe distinguir entre un buen vino y uno que no vale nada. Las bodegas y los consumidores no hablan el mismo idioma en la mayoría de los casos. Volumen, estructura, golosidad… palabras que aparecen en las etiquetas de las botellas y solo se oyen en vinotecas.
Frente a estanterías que van del suelo y llegan hasta el techo, donde se amontonan envases de cristal que lucen rosados, verdes, negros, dorados; no pedimos consejo sino, más bien, que elijan por nosotros. “Tengo una cena”, ¿cuál de estos de llevo?” o “dame algo con lo que poder ser persona mañana”. El vendedor, sale de la tesitura dando dos o tres opciones. El 44% se dejará guiar por si es del Priorat, del Penedés o de Ribera del Duero; el 21% por el precio: apoquinar, si se trata de una cena con los suegros o respetar las directrices de la cofradía del puño cerrado si es para los colegas; y el 8%, equivalente al porcentaje de gente que solo puede rodearse de cosas que le sean bonitas, se rige por el diseño de la etiqueta.
La brecha entre las bodegas y el consumidor es más que evidente cuando el 44% de los españoles no sabe definir qué vino les gusta. Es una cifra desconcertante ya en España somos, no solo grandes productores de vino, sino también consumidores. Es decir, lo hacemos bien y, además, nos gusta. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) para el 2015, el consumo por cápita en el país es de 17,5 litros, lo que equivaldría a unas 23 botellas de vino o 138 copas al año.
Durante dos años, el equipo de Raimat llevó a cabo investigaciones de mercado en cuatro países para dimensionar las complejidades y preferencias en el mundo del vino. Sus bodegueros se pusieron en marcha con el objetivo destruir la barrera de la que hablábamos al principio.
Una revolución del lenguaje enológico. Traducir características organolépticas, la persistencia en boca y el número de meses de reposo en la barrica a un solo número. Una nueva manera de elegir el vino donde la intensidad es el criterio. La nueva gama de Raimat, compuesta por 12 vinos, se clasifica según diez intensidades distintas.
Del 1 al 10. El perfil aromático a violeta y regaliz, la frescura, el cuerpo, la crianza y la acidez de la garnacha negra de Boira, se resumen en una intensidad 7 ubicada en el cuello de la botella. El sabor entrante a fruta amarilla y roja, con un punto final dulce; el aroma a fresa, cereza y frambuesa y el cuerpo suave del Clamor de rosado se cifra en una intensidad de 1. Así es cómo funciona la nueva manera de entender la personalidad de la uva.
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