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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Para ir terminando con la emoción de la rabia y pasar al mundo de la tristeza, la emoción que nos falta por explorar, quiero recuperar la noción de que es una expresión de algo que me molesta. Y que tengo dos opciones: o manifestarla, con contundencia, elevando el tono de voz e incluso gritando, o, por los motivos que sea, quedármela dentro. Aunque recordemos que la inercia de la rabia es expansiva.
Que la rabia tenga mala fama tiene sus motivos. Es cierto que puede tomar formas o grados de mayor o menor agresividad e incluso llegar a la violencia: odio, ira, cólera… Sí, llevada a un máximo extremo e intensidad, puede convertirse en una explosión que puede llevarme a querer la destrucción física y real de otro.
A mi entender, el problema que habitualmente tenemos es que queremos evitar emociones y sentimientos tildados de fastidiosos o que nos producen miedo. Si diéramos espacio a lo que sentimos en el momento y lo drenáramos, probablemente no llegaríamos a las explosiones.
Imaginemos un dique de contención. Los diques de contención tienen compuertas: de vez en cuando se abren para vacíar un poco la presa del agua que contienen. Sin compuertas ¿qué ocurriría? El dique se agrietaría y habría una inundación.
Pues con las emociones, y con la de la rabia en concreto, pretendemos ser diques sin compuertas. Hay caracteres que aguantan, aguantan, aguantan sin chistar y un buen día entran en erupción y se convierten en, por así decirlo, el incríble Hulk. También hay caracteres que están instalados en la agresividad constante, parecen seguir al pie de la letra aquello de la mejor defensa es un buen ataque.
En el primer estilo me encuentro frecuentemente con creencias de que no pueden ni deben decir lo que les molesta, que pueden dañar al otro, etc. El otro estilo habitualmente vivió en un ambiente agresivo o en el que se sintió intimidado y ahora ve amenazas por todas partes. Así que toma esta actitud defensiva e hiriente.
Normalmente, detrás de la rabia hay algo más profundo: dolor. Nuestra reacción se debe a que es como si alguien nos pusiera el dedo en la llaga. Hay que atender esa herida.
Todo se resume a poner atención. Recuerdo una persona que me contaba que no soportaba los gritos, las discusiones, los tonos de voz elevados. Cuando ocurría eso, se ponía a gritar más fuerte que el resto. Revivía la vivencia de pequeña del maltrato verbal de su padre. O sea, revivía un sentimiento de amenaza y dolor. Lo inconsciente y la vulnerabilidad rondan siempre por ahí atrás. Hay que intentar distinguir entre lo que vivió uno de pequeño y la actualidad. Ya no somos ese crío asustado, ni los otros ese padre amenazante. Ahora somos adultos y podemos tomar otra actitud. De eso se trata.
No podemos sortear lo que nos molesta. Forma parte de la dotación de la especie. Es como si un manzano detestara ser un manzano porque está a la intemperie, se moja cuando llueve, le molesta demasiado sol en verano, las manzanas le pesan en las ramas, o siempre tiene pájaros e insectos paseando a sus anchas por sus hojas, tronco, etc.
Lo cierto es que la misma persona nos puede encantar, a la vez que posee cualidades o actitudes que nos producen rechazo. O sea, sentimos amor y odio al mismo tiempo.
De hecho empieza por uno mismo: en nuestra cháchara continua, a menudo nos recriminamos características propias que detestamos. Nos decimos que deberíamos ser más tolerantes, más generosos, más amables, más o menos lo que sea.
Agradecimientos:
A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.