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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Pecadores
Cuando los argentinos Carlos Sampayo y José Muñoz comenzaron a publicar las historietas de ‘Alack Sinner’ en 1975, no sabían que sería su mayor éxito en el cómic, uno que prolongarían durante décadas conforme sus personajes (y los autores) envejecían. Concebido originalmente como un policiaco ambientado en Norteamérica, la serie se convertiría progresivamente en una “gran novela americana” escrita por argentinos donde lo importante serían las atmósferas, el tono existencialista y las relaciones personales. Los casos de Sinner, expolicía adecuadamente atormentado, irían cediendo el protagonismo a un coro cada vez más numeroso donde con frecuencia el foco narrativo se ponía en personajes pequeños, gente vulgar que aparecía brevemente por una Norteamérica imaginaria para hacer luego mutis definitivo.
Aparecida en pleno boom del cómic adulto europeo de los setenta, ‘Alack Sinner’ ejerció una gran influencia con sus ambientes míticos de jazz-alcohol-tabaco y el poderoso grafismo de tradición expresionista de Muñoz, un discípulo aventajado de Alberto Breccia. También animaría a otros autores a ofrecer su lectura personal del género negro y policiaco, como el italiano Vittorio Giardino con ‘Sam Pezzo’ (1979-1983) o los españoles El Cubri con ‘Peter Parovic’ (1979-83). El francés Jacques Tardi, un apasionado del polar literario, no se quedaría atrás y a partir de 1982 adaptaría diversas novelas de Léo Malet protagonizadas por el detective Nestor Burma. En el cómic español no podemos dejar de mencionar a la intensa ‘Taxista’ (1982-91), de Martí, un dibujante cuya principal influencia es el estadounidense Chester Gould, uno de los pioneros del cómic de crimen con ‘Dick Tracy’. ‘Taxista’ va mucho más allá de los códigos del género negro y se adentra en un universo alucinado enormemente personal donde las huellas del ‘Taxi Driver’ de Scorsese se confunden con el submundo grotesco de putas y yonquis de una Barcelona que solo existe en la mente de Martí, un autor de enorme talento que ha sido más apreciado fuera —en Estados Unidos aún siguen publicando cómics suyos— que dentro de nuestro país.
Humor noir
Por su parte, ‘Torpedo 1936’ (1981-2000) es una incursión gamberra en el subgénero criminal de gángsters que gozó de un notable éxito internacional hasta bien entrado los noventa, gracias al humor negro de Enrique Sánchez Abulí y al grafismo de Jordi Bernet, un gran dibujante de la escuela del claroscuro de Milton Caniff, Frank Robbins o Alex Toth. Este último precisamente fue quien empezó a dibujar la serie, pero la abandonó rápidamente alegando que objeción de conciencia: las historias de Abulí eran demasiado inmorales para él. En realidad hablamos de un tono amoral, cínico e irónico, donde lo importante es la astracanada violenta, lo humorístico —teñido siempre de un color muy negro, eso sí— y lo satírico. Ambientada en la Gran Depresión americana, el protagonista es un gángster sin miramientos ni corazón, un “torpedo” (asesino a sueldo en jerga, no de Chiquito de la Calzada sino del mundo criminal de la época) cuya brutalidad es tan exagerada que resulta desternillante, algo a lo que sin duda contribuyen los diálogos mal hablados, propios de un analfabeto siciliano que confunde las palabras. El toque caricaturesco del dibujo de Bernet, todo hay que decirlo, resulta infinitamente más apropiado que el de Toth, mucho más serio. En general, el catálogo de burradas políticamente incorrectas de la historias, que incluyen maltrato a mujeres y pederastia, sería imposible de concebir hoy. No es una hipérbole.
Ciudad del pecado
Terminamos este breve recorrido por las viñetas negras con un clásico reciente bien conocido. ‘Sin City’ (1991-2000) supuso la realización del sueño juvenil de Frank Miller, dibujar lo que los editores no le permitieron cuando accedió a la industria del comic book a finales de los setenta: un cómic de crimen. En esta saga, Miller, consagrado en los ochenta con su revisionismo de superhéroes como Daredevil o Batman, volcó todas sus influencias de la novela hard-boiled, el cine negro y los tebeos de crimen, particularmente los realizados por dibujantes como Johnny Craig en la editorial EC a principios de los cincuenta, pero también los cómics de dibujantes como los mencionados Breccia y Muñoz.
El ‘Sin City’ de Miller es una fantasía urbana que sublima con manierismo los clichés del noir. Sin embargo, no se trata de un pastiche nostálgico sino de una reelaboración personal de los tópicos del género, utilizados de un modo deliberadamente exagerado que convierte a los estereotipos en vehículos expresivos, produciendo ese tipo de efecto que Slavoj Zizek ha visto en algunas películas de David Lynch, lo que denomina la «transubstanciación espiritual de los clichés». Miller, que siempre apreció la capacidad subversiva del material de tradición pulp y de los géneros vernáculos del cómic (superhéroes sobre todo, pero también, como aquí, la versión específica del género criminal que ha generado la tradición del comic book), acude a ellos en ‘Sin City’ como materia prima para abordar sus temas personales. El campo de la representación milleriana siempre es mítico, larger than life, aunque el relato tenga lugar en escenarios modernos. Su tema recurrente es el sacrificio heroico, con historias protagonizadas por héroes oscuros, “caballeros de armadura sucia” con los que Miller, polemista vocacional, pretende cuestionar al lector disociando los fines morales de sus héroes, buenos, de sus acciones, extremadamente violentas. De este modo plantea lecturas abiertas sobre el significado moral de las historias.
Desarrollada en historias autoconclusivas estructuradas como novelas gráficas, el ‘Sin City’ más perfecto formalmente hablando es sin duda ‘Ese cobarde bastardo’ (1996), protagonizado por una suerte de Harry el Sucio al borde de la senectud, el policía John Hartigan, pero aquí preferimos el primero de todos: ‘Sin City: el largo adiós’ (1992). ‘El largo adiós’ cuenta con un protagonista tan memorable como Marv, un bárbaro bueno, un “Conan en gabardina”, en palabras del autor, cuya brutalidad para castigar a los culpables del asesinato de varias prostitutas puede (y debe) superar a la de los criminales. Años después llegaría Robert Rodriguez para adaptar ‘Sin City’ al cine con la complicidad y codirección del propio Miller, y actores como Bruce Willis o Mickey Rourke pondrían voz y rostro a Hartigan y Marv. Pero eso, como suele decirse, es otra historia.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.