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¡¿Quién roba los sillines de las bicis en Barcelona?!

Resulta imposible encontrar lógica alguna al robo masivo de sillines.

Categoría: Cultura | 16 marzo, 2016
Redacción: Óscar Broc

Si acabas de comprar tu primera bicicleta para desplazarte por Barcelona, lo que te espera no será un brindis con néctar junto a cientos de hadas y elfos. No olerá a lavanda cuando te tires un cuesco. Antes al contrario, la gente del barrio te insultará con saña cada vez que le pises los juanetes con tu vehículo, de modo que no llores como Melcior Mauri lo que no supiste defender como Laurent Fignon, y aprende esta lección que todo ciclista barcelonés debería tatuarse en el píloro: la ferocidad lobuna del peatón te inflingirá profundos daños psicológicos, los atropellos de taxistas te dejarán daños físicos irreparables, pero ningún sufrimiento será comparable a la tortura y ruina económica que te ocasionará el mantenimiento del sillín. El puto sillín.

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La proliferación vírica de bicicletas ha favorecido el florecimiento de una mafia implacable de ladrones de bicicletas. No pretendo excusar a los malhechores, pero a una fixie de 1000 pavos atada a una farola solo le falta un cartel que ponga: “Por el amor de Dios, róbame y gástate la pasta en drogas o en una Play 4. HAZLO AHORA, NEN”. Dinero fácil. Apuesto a que todos tenéis un amigo, conocido o familiar al que le han birlado una. Barcelona es un estanque infestado de pirañas bicicletívoras y, ya se sabe, donde hay abundancia de magro sin protección hay mayor número de depredadores.

No obstante, si al hurto de bicis se le puede dar una explicación (la relación riesgo-ganancia parece justa), resulta imposible encontrar lógica alguna al robo masivo de sillines. Algo está pasando en la ciudad, pero desde hace un tiempo no hay sillín que se quede en la calle y salve el pescuezo. ¿Qué clase de entidad sobrehumana está robándolos absolutamente TODOS? He dicho entidad sobrehumana, sí, pues resulta imposible explicar el nivel de eficacia de esta fuerza, si no es apelando a la ruptura de las leyes de la física.

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La Horda del Sillín parece operar desde una dimensión superior que le permite moverse a su antojo en el tejido espacio-tiempo tridimensional por el que se mueve el ser humano. Si te dejas el sillín sin candar te lo sisearán, no tengas duda. Da igual si estás en Gràcia, el Raval, la Barceloneta o el portal de Alicia Sánchez Camacho. Da igual la hora. Da igual lo poco que tardes en volver a recogerlo. La Horda del Sillín se moverá en la quinta dimensión y lo cogerá con la misma facilidad con que Joseph Cooper movía los libros de las estanterías de su hija desde un agujero negro. Interestellar versión Perros Callejeros en la rúe barcelonesa.

De nada servirá tampoco que asegures el sillín con una cadenita. Mi novia lo hizo con el tercero que le robaron. A la mañana siguiente, la cadenita había sido delicadamente cercenada y el sillín enviado a otra dimensión. Hay pitones para sillines más sofisticadas, cuyo objetivo es soportar la mordida de unas cizallas, pero tampoco suponen obstáculo alguno. La Horda del Sillín tiene a su disposición un cubo de Möbius con un arsenal ilimitado en su interior de herramientas alienígenas que cortarán esa carísima cadena protectora como si fuera mortadela en barra. Acojona la infalibilidad de la Horda el Sillín, un ente ubicuo que todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe, todo lo corta. Bruce Wayne dilapidaría su fortuna en Batbicis si viviera en la Condal. Tengo amigos que se han olvidado el sillín 5 minutos y cuando ha vuelto corriendo se ha encontrado con la bici amputada. Bajas la guardia 5 míseros minutos y la Horda del Sillín  no solo ha tenido tiempo de detectar tu error, sino de acudir al lugar, llevarse el sillín a través de un microagujero de gusano a otro punto del espacio-tiempo y fumarse el cigarrito del final. Ni Flash hasta las cejas de polvo de ángel sería capaz de algo así.

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Me pregunto adónde van a parar tanto sillines. Montañas colosales de hierro y gel elastopolímero. No puede ser que haya un mercado tan grande donde colocar semejante cantidad de material. Quiero pensar que en la comunidad ciclista, esto es un circuito cerrado donde los sillines robados son comprados, rerobados, recomprados, rererobados, rerecomprados, y así hasta que el universo se convierta en un mar de electrones. Entro en Wallapop y Vibbo en busca de excedentes de piezas mangadas, imagino que estará infestado de sillines, pero salgo ligeramente decepcionado y con más preguntas todavía en la sesera. Ni de coña hay tantos como imaginaba. Comienzo a pensar en conspiraciones. En farmacéuticas que propagan gripes para vender más vacunas; en empresas de sistemas antivirus enviando virus a todos los PCs del mundo para que compremos su aplicación; en el Club Bildelberg del Sillín orquestando desde las sombras batidas masivas de hurtos para que sigamos comprando más y más sillines. Poca broma, en lo que llevamos de 2016 a mi novia le han mangado cuatro. Cuatro veces arrastrando la bici desde la otra punta de la ciudad para volver a casa. La erosión moral, sumada al gasto descontrolado para suplir las piezas hurtadas, puede terminar con los nervios más templados. Te dejas la paciencia y la pasta por un objeto insignificante que va camino de convertirse en la nueva cocaína. Si eres del genero despistado, te espera una sangría.

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En la sección de reparaciones de bicicletas de Decathlon no dan crédito: de un tiempo a esta parte, se están hinchando a reemplazar sillines; cada día llegan más ciclistas estupefactos, desorientados, buscando una explicación y de paso un sillín nuevo. Al final, la escalada será insostenible y acabaremos haciendo la realidad uno de los mejores gags de la historia de Martes y Trece. Millán Salcedo recorre un paraje rural montado en una bicicleta, disfrazado de monja. La monjita Salcedo sonríe, canta, gime, profiere extraños bramidos de felicidad mientras pedalea con angelical garbo. Nadie sabe qué le ocurre. La devota se lo está pasando exageradamente teta. ¿Cómo es posible que un viaje en bici dé para tanto disfrute? Al final, se revela la fuente del gozo: la monja está sentada, pero la bicicleta no lleva sillín. No hay mal que por bien no venga.

Categoría: Cultura | 16 marzo, 2016
Redacción: Óscar Broc
Tags:  barcelona, Bicis, Sillines,

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