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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
La civilización occidental nos hemos desarrollado mucho en lo material y lo tecnológico a costa, vale recordarlo, de pretender disponer del resto del planeta a nuestro antojo. No parecen importarnos demasiado las consecuencias o sobre quién afectamos. Parece que actuamos según una lógica cortoplacista.
Recuerdo en los años 90 cuando salió a la palestra que Nike pagaba por trabajo infantil. Fue un escándalo. Quizás repercutió en sus ventas, lo desconozco. Sea como fuere, ¿quién lo recuerda? Los “escándalos” se han ido sucediendo: que si Inditex, Ikea, H&M… y parece que llueve sobre mojado. Primero nos escandalizamos y luego nos vienen con otras tragedias que nos hacen olvidar las anteriores. En Occidente, y generalizando, nos quedamos en el mientras no me toque a mí…
Sin embargo, no nos hemos desarrollado demasiado en otros aspectos, como lo transpersonal. Transpersonal en el sentido de trascender el ego y mirar con empatía al otro, en la cosa de ponerme en el lugar del otro.
A lo largo de la historia ha habido personajes concretos e incluso corrientes espirituales que con su presencia y sus mensajes han puesto el acento en la empatía. Lo que pasa que para poderse poner en los zapatos de otro, hay que hacer un cierto esfuerzo. Y es difícil en un contexto actual y unas sociedades que nos empujan a ensalzar lo individual por encima del nosotros, y lo individual en el sentido egoico.
Como vimos el mes pasado, es difícil salirse del mainstream. Las Navidades son un claro ejemplo de esto. Imagino que a pocos se les ocurrirá decir “Este año comemos con unos amigos”.
Así que una de las peculiaridades de nuestro sistema es el enfoque en lo económico, lo material, a través del capitalismo y el consumo.
Me imagino a menudo al capitalismo como una especie de agujero negro que absorbe (y arrasa) por donde pasa. Nunca tiene suficiente. Nos entregamos a un ritual social, ese mainstream, que nos dice que para ser feliz hay que consumir.
De hecho, nuestra vida parece girar entorno a trabajar para ganar un dinero que utilizaremos para cubrir necesidades y, también, para cubrir innecesidades. ¿Cuánto nos dura la ilusión de comprarnos -o recibir como regalo- un pañuelo, un móbil, un coche nuevo…? Además de la obsolescencia programada, también hay una obsolescencia inducida. ¿Cuánto tardamos en contactar de nuevo con esa insatisfacción o, como a menudo la oigo llamar, ese vacío interior? Un vacío que nos asusta, porque se presenta con voracidad y al que queremos acallar comprando o consumiendo experiencias. Sin embargo la sensación de insatisfacción continua allí, llamando con insistencia.
En teoría lo tenemos todo para ser felices. Sin embargo, la depresión, los ataques de pánico, el insomnio, la angustia, etc, y muchos otros malestares, parecen síntomas de algo que no acaba de andar demasiado bien. ¿Qué nos falta entonces?
Trabajando con pacientes, a menudo emerge una necesidad de contacto y cariño más auténtico y menos de postín. La sensación de soledad es bastante habitual, junto con la de no creer en uno mismo (no valgo) o incluso percibirse con desprecio (no me gusto, soy un pringado… o la versión más fuerte me siento una mierda). A pesar de que, aparentemente, lo tienen todo: un trabajo, una familia, hijos, amistades.
Al verbo tener le damos esta connotación de posesión.
Así que quizás nos hemos desarrollado tecnológicamente, materialmente pero parece que no lo hemos hecho en algo intrínsicamente humano: a menudo no sabemos quiénes somos o qué queremos realmente, tampoco sabemos comunicarlo o pedirlo y todavía menos tolerar la frustración.
Habitualmente nos relacionamos desde el postín y lo aparente, no fuera el caso que me mostrase vulnerable y los otros lo vean. La vulnerabilidad y la ternura no las cultivamos o las cultivamos poco. De hecho, suelen ser llamadas debilidad o fragilidad. Y sin embargo son el camino hacia uno mismo y paradójicamente hacia los otros.
Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y a Álvaro Sobrino, miembro de la Sociedad de Collage de Madrid, por ilustrar el artículo.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.