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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
ELISAVA está haciendo un enorme trabajo escogiendo profesionales de distintas áreas del diseño y la creatividad y acercándolas a sus estudiantes. Así que las ELISAVA TALKS, después de tan solo dos ediciones, se han convertido en un gran escaparate y experiencia, una suerte de rara avis en una ciudad en la que no acostumbran a haber charlas de este tipo protagonizadas por personalidades de éxito. Lo hacen, además, de manera gratuita y abierta, no para una audiencia profesional como suele ser el caso de estos eventos.
Antes de su aparición el pasado noviembre en ELISAVA, pudimos compartir un rato con Morag Myerscough, una diseñadora londinense de larguísimo recorrido que ha construido su trabajo a partir de la idea de cómo el color y los estampados pueden cambiar los entornos urbanos y la percepción de la gente de los espacios.
Tu mantra es ‘haz feliz a los que tienes cerca y los que están lejos se acercarán’.
Es mi mantra porque creo absolutamente que cualquier grupo de persona son individuales y cada lugar es específico. Cuando haces una pieza de trabajo para un sitio en concreto tienes que entender cuál es la audiencia y convencerles de algo. A veces se trata de involucrarse en algo o simplemente para que reflexionen sobre sus espacios, ya sea un colegio o un hospital. Si trabajas con todo el mundo y creas una pieza de arte con la que el público está contento, entonces sienten como si fuese de su propiedad y crecen con ellos. Quiero hacer trabajos que digan algo a la gente y que los sientan como propios.
¿Cómo crees que este mensaje positivo puede coexistir con un sentimiento general más pesimista respecto al estado de las cosas en la actualidad?
Actualmente estoy usando este proverbio chino en mi nueva acción en Hong Kong, una ciudad que está viviendo grandes problemas actualmente. Estoy usando una frase en un espacio, y eso podría generar algo de polémica. Nos hemos preguntado si deberíamos hacerlo, porque sabemos que va a molestar a algunas personas solo por el hecho de ser un proverbio chino. A la vez, soy consciente que a veces has de parar y pensar en la gente que tienes cerca pese a que actualmente hay un movimiento muy globalista. Los habitantes de Hong Kong, pese a formar parte de China, han tenido una diferencia progresión de la vida y piden que sean escuchados. Sienten que quieren vivir su vida de diferente forma. Por eso, la frase es particularmente relevante ahí porque creo que es importante pensar en los distintos grupos de individuos. En el Reino Unido tenemos grandes problemas, la división es cada vez más grande entre norte y sur.
Hay una obsesión en la exploración de nuevas formas de expresión con el color en tus piezas.
Creo que el color ha estado siempre en mi interior. Mi madre fue artista textil, así que de muy pequeña entré en contacto con el refinamiento del color. Ella teñía la lana con vegetales, por ejemplo, y eso da un color muy distinto al de los procesos químicos. De bien pequeña entendí esta diferencia. Luego fui a St Martin’s y la Royal Collage y ahí la gente solo hacía los colores primarios, rojo, azul, amarillo. Ya entonces usaba los colores secundarios. Siempre he visto en color. Viene dado de una manera natural a mí. Mi padre también era músico, así que vivía en una casa muy colorida.
¿A qué se dedicaba?
Por un lado, era músico de clásica en un cuarteto con mi tío. Él tocaba la viola y su hermano el violín. Pero luego también desarrolló una carrera como uno de los músicos de sesión más importantes de Londres en los 60 y 70. Tocó para los Beatles, Bob Marley… todos los importantes. Sin embargo, no hablaba mucho de ello. Recuerdo que trajo un disco de Bob Marley, y yo aluciné, pero él no sabía si eran populares, solo sabía si eran buenos o no.
Los colores son muy pop, pero parecen empapados de la cultura latina. Parece una paleta cubana o mexicana, que no es algo particularmente británico.
No es británico, desde luego. Pero yo tampoco lo soy. Mi abuela era francesa, mi bisabuela era alemana y hasta tenemos algunos familiares lejanos en la zona del País Vasco. Vivíamos en Holloway, pero mi casa no era particularmente británica. Se hablaba en francés, sonaba la música a todas horas… No es que haya viajado y picotease de aquí o ahí, ya estaba todo ahí. Recuerdo viajar a India y ver a un hombre pintar un coche consular y tenía todos los colores. Me encantaba ese lugar, sentí que encontraba mi alma gemela. Además, mi familia trabajó en el circo, y creo que mucho de mi trabajo absorbió eso. Imagínate crecer en la gris Londres y que de pronto viniese la feria a la ciudad. Siempre me encantaba ese momento.
Y está claro que una vez empiezas con esta paleta es difícil evitarla.
También la rebajé durante unos años. En mi época universitaria era todo color, pero es cierto que al salir de ahí decidí que era el momento de ajustarme a la norma. Finalmente me di cuenta que debía ser más modernista. Nunca me ha gustado el gris, aunque creo que tiene que ver con cómo usas el color. También usé el neón, porque el color fluorescente lo cambia todo, ajusta la vista. Me encanta jugar con la óptica. Cuando hago las instalaciones parto de esa premisa.
Esta entrevista forma parte de una serie que hemos iniciado con distintas personalidades del mundo del arte. Pudimos hablar con Ian Anderson, también diseñador pero con unos inicios más DIY que contrastan con tu perfil académico. ¿Valoras tu tiempo en la universidad?
Absolutamente. Mi padre era artista y siempre quiso que fuésemos académicos, así que escogí ir a la escuela de arte. Mi profesora me recomendó ir a St Martin’s, probé y conseguí entrar. Lo que sí es cierto que entré en el momento adecuado, pero al final eso fue lo que me definió. Cuando hice diseño gráfico era muy comercial y lo odiaba. Mis primeros trabajos universitarios exigían una pequeña parte de mi cerebro, pero en el tercer año coincidí con un maravilloso profesor que me enseñó cómo pensar. Me abrió la mente y me dijo que podía hacer cualquier cosa. De ahí entré en el Royal College. Sentí que daba algún paso atrás, pero fui por mi cuenta. Diseñé cosas como sets de ópera. Ahí me dijeron que nunca conseguiría un trabajo. Lo que deberían haberme dicho es que me especializase en diseño para teatro, en lugar de ofuscarse porque no salía como ellos esperaban.
Durante toda mi juventud pensé que lo que hacía estaba mal, necesité veinte años para darme cuenta de que estaba destinada a hacer eso, que no necesitaba encajar en ningún sitio. Lo bueno es que nadie me ha parado los pies y siempre he hecho lo que quería. Además, el mundo ha cambiado, veo muchas universidades que ya no están enfocadas en el negocio, tratan más sobre pensar y menos en el producto final. Como mujer sin hijos, he tenido la suerte profesionalmente de no parar nunca. De joven te piensas que las cosas tienen que ocurrir rápido y si no has de tomar otras direcciones, pero ahora me gustaría haber sido más fuerte para ser más persistente para recorrer el camino en el que crees. Claro que no tenía dinero y tenía que ganármelo de alguna manera.
Ya que hablas de consejos que te darías a tu yo pasado, ¿qué consejos le darías a los jóvenes estudiantes que te van a ver esta tarde?
Hay que ser determinado. Si no encajas, eso es bueno. No siempre has de ser la persona que saque lo mejor nota. Si el tutor no es capaz de ver lo que es bueno de tu trabajo, quizá eso es bueno. Al menos algunas veces. También has de encontrar la gente con la que conectas y te alientan, porque cada cual tiene su agenda y cuando eres joven no las entiendes. También está bien relacionarte con gente con la que no estás de acuerdo y a la que aseveras tu pensamiento.
Ya que tu obra pretende cambiar los entornos urbanos. ¿Cómo ha cambiado Londres en las últimas décadas?
Londres es gigantesca y siempre cambiante. Ahora está mucho más gentrificada. Cuando era más joven aún la estaban reconstruyendo tras la guerra. Mi padre trabajaba en el Royal Festival Hall y esa zona del Southbank estaba casi muerta, y ahora es vibrante, todo pasa ahí. Ahora hay mucha más gente en Londres. Es alucinante y cada vez más diversa. Estoy muy contenta de haber nacido y vivido en Londres, el mejor ejemplo de la multiculturalidad. Todos vivimos bien juntos aunque aún haya algunas cosas que se deban mejorar en este sentido. ¡Pero no hablaremos del Brexit!
El modo en el que las nuevas generaciones consumen el diseño es casi estresante, hay muchísimos focos. ¿Cuál hubiese sido tu enfoque en el diseño gráfico en términos visuales si hubieses empezado hoy, tu manera de buscar la relevancia?
Ya no hago tanto diseño gráfico, sobre todo en el mundo editorial. Creo que cada época tiene sus particularidades. En mi charla voy a hablar al inicio de las diferencias entre mirar y ver. Creo que el problema es que todo el mundo mira las cosas pero no ve de lo que tratan. Todo es demasiado superficial y desechable. La diferencia principal ahora es la colaboración, lo que está generando un trabajo que no se hacía antes. Ahora somos más conscientes de nuestra responsabilidad, que tenemos que hacer menos pero mejor. Creo que son unos tiempos alucinantes porque exigen más partes de tu mente. Lo que me gusta de las universidades hoy en día es que no dirigen a los estudiantes hacia un área en particular.
Esto conecta mucho con la idea de no trabajar para la publicidad, sino para la cultura y para crear un mundo mejor. Me encanta tu visión de crear tu propio camino, aprovechar todo lo que ves y vives para tu obra. Eso es el diseño.
Esto no se hace desde el aislamiento, sino también porque haces talleres, compartes tiempo con gente y empiezas a entender de dónde vienen. Algunos de mis trabajos tratan sobre lo que quiero decir y otros surgen para que la comunidad los sientan como propios. No hay un solo camino, y eso es lo bonito del asunto. Además, puedes cambiar a mitad de trayecto, desarrollarte.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.