La mesa redonda

Tendemos a calificarnos de determinadas maneras: yo soy encantador, soy buena persona, soy divertida, soy inteligente, soy eficiente… Al decirnos que somos de tal o cual manera, estamos también diciendo cómo no somos: no soy desagradable, no soy mala persona, no soy aburrida, no soy tonto, no soy perezoso. Al definirnos de una manera muy concreta nos marcamos una hoja de ruta, un patrón fijo no sólo de cómo creemos que somos, sino de como tenemos que ser en cada momento. Es así como nos creamos y nos identificamos con un personaje.

La cuestión es que si tengo que ser eficiente todo el tiempo, ¿cómo voy a vivir al cometer un error? Si tengo que ser una buena persona todo el tiempo, ¿cómo voy a poner límites a otros? Y si los pongo, ¿cuán a gusto me voy a sentir conmigo?

Si tengo que ser divertida y recurrente todo el tiempo, ¿cómo voy a lidiar con la tristeza?

Si siempre debo ser inteligente, ¿qué va a pasar si un día hay algo que no entiendo? ¿Qué tipo de palabras me voy a dirigir por no entender? ¿Voy a ser capaz de levantar la mano para aclararlo? ¿O voy a hacer mutis para que mi autoimagen no quede en entredicho?

Vivir con la exigencia interna de tener que ser de una determinada manera no sólo es frustrante sino también limitante y doloroso.

Porque la realidad es que a veces podemos ser encantadores y otras veces no; o ser muy trabajadores y en algunos momentos perezosos, o simplemente tener necesidad de descansar… sin culparnos por ello.

Por muy inteligentes que seamos, aceptemos que a veces no lo entendemos todo y no nos castiguemos internamente por ello.
Podemos ser muy divertidos, pero a veces hay momentos que lo divertido no es bienvenido o no toca.

Hay que recuperar la capacidad de lo maleable. Y eso quiere decir, reconocer también los aspectos de nosotros que menos nos agradan. Como más evitamos aceptar que no siempre somos eficientes, más mal llevamos equivocarnos. En cambio, si nos relajamos y reconocemos que a veces somos eficientes y otras veces no, los errores empiezan a pesar menos. De hecho, y aunque pueda ser doloroso, es de los errores donde personalmente más he aprendido.

No siempre seremos una buena persona, a veces metemos la pata y sin quererlo le hacemos daño a alguien. O mejor: a veces hay que sacar a la mala persona para poner límites a otro sin tener que sentirnos culpables por ello. Es más: si pretendemos ser siempre el bueno y comprensivo, ¿cómo nos estamos tratando a nosotros mismos? ¿Y a nosotros quién nos comprende?

Robert Plutchik el scientifico y psicologo, utilizaba la metáfora de la mesa redonda del Rey Arturo para referirse al montón de voces que hablan al unísono en nuestro interior, creando una rueda de emociones para estudiar la relacion entre ellos. Esta metáfora me parece muy sugerente de lo que ocurre a nivel personal: el bueno, el malo, el simpático, el desagradable, el uraño, el divertido, el perezoso y un largo etcétera, están allí juntos, cada uno diciendo la suya, cada uno intentando hacerse oír, algunos están activamente silenciados por nosotros porque nos desagradan… pero están.

No somos sólo alguno de esos aspectos, somos todos. Lo interesante es sentarse en esa mesa redonda e ir escuchando y hablando con los diferentes personajes que nos ocupan, sin sentirse apabullado por unos y sin silenciar a otros. Sin embargo es un ejercicio complicado, porque a algunos de esos personajes interiores los miramos con desprecio, miedo o juicio.

En próximos meses iremos viendo alguno de los personajes comunes que nos habitan y veremos qué nos decimos desde ellos.

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y a la diseñadora Laia Clos por ilustrar la entrada.

Autora: Eulàlia París, Terapeuta Gestalt / www.llumsambombres.com