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Mainstream

Los mandatos familiares como los sociales nos ponen en contacto con normas, clichés y estereotipos, que a menudo se convierten en una especie de ley.

Categoría: Cultura | 25 noviembre, 2015
Redacción: Eulàlia París

Al ser socializados en un núcleo familiar, además de recibir los mandatos propios de esa familia, también empezamos a recibir los mensajes de la sociedad en la que nacemos. Nos indican qué es correcto o qué no lo es, cuál es el comportamiento adecuado que debemos mantener en público o en relación a los otros; incluso se nos va sugiriendo qué es deseable o qué no lo es, o el modo apropiado de pensar… A todo esto viene llamándose el mainstream.

Tanto los mandatos familiares como los sociales nos ponen en contacto con una serie de normas, clichés y estereotipos. Tiene su sentido: ya que vivimos en grupo -el hombre es un animal social- vamos a establecer una serie de pautas para convivir y relacionarnos lo mejor que podamos. Sin embargo, las pautas normalmente son ideales hacia los que podemos tender. Y la cuestión es que a menudo se convierten en una especie de Ley.

También resulta interesante saber que de una sociedad a otra, las pautas son diferentes. Esto lo estudia en profundidad la antropología social y cultural. No en todas partes se entienden ni se construyen los lazos de parentesco del mismo modo, por ejemplo. Así que dependiendo de donde nazcamos, vamos a recibir y a adoptar un tipo de codificación u otra. Y será a través de esas “gafas” que vamos a interpretarlo todo. Ese código impregna incluso los más pequeños detalles.

Por ejemplo, nos va a indicar cómo debemos comportarnos en el metro.
Nos lo podemos preguntar al revés: ¿qué es lo que sería extraño hacer en el metro? Sería extraño entrar en el vagón y decir “buenos días” al resto de usuarios. Aunque se puede dar, no solemos hablar con las personas de al lado. Ni siquiera saludamos a aquellos que casi cada mañana encontramos en nuestro camino al trabajo. Lo habitual en el metro es un pacto implícito de que cada cual va a lo suyo e ignora a los otros. Llegamos incluso a esas situaciones de intentar evitar al máximo el contacto físico u ocular en las horas punta. También en ese sentido hay unas convenciones sociales sobre el contacto físico entre conocidos y desconocidos. En seguida nos va a llamar la atención lo que sale de tono: un grupo escolar que irrumpe en el vagón alborozando, alguien que habla solo o grita…

Los mandatos sociales se transmiten tanto en el seno familiar, como en la escuela, por presión social, por medios (de información, películas, anuncios, series, etc.). Es como la escenografía que nos envuelve.
Por presión social me refiero a esas frases que algunas personas nos pueden decir: ¿cuándo nos vas a presentar a tu novia? ¿cuándo nos vas a dar nietos? ¿por qué siempre vas con chicas (si eres chico)?
Recuerdo a un paciente que me dijo que se había casado porque su familia opinaba que “ya tocaba”.

Actualmente hay un énfasis social en el amor y en un tipo de amor concreto: el amor romántico. Por un lado está el instinto de especie: quiere mantenernos y como sabemos es a través de la reproducción que la especie continúa. Por otro lado, hay un inconsciente común -como diría Jung- que pauta ese instinto de reproducción, de cómo deben ser las relaciones sexuales y en qué contextos.
Ahora no se nos ocurriría negociar, pactar (y obligar) un matrimonio entre nuestros hijos basado en los bienes que poseemos, técnica que hemos utilizado o que se continúa utilizando en según qué lugares. Ahora nos basamos en el pacto entre dos personas que lo deciden libremente en nombre del amor.
Efectivamente, en nuestras sociedades occidentales el énfasis está en el amor romántico. Lo interesante es observar cómo nos lo venden a todas horas: a través de revistas del corazón, de películas, de anuncios de perfumes… normalmente se nos habla de los inicios de la relación cuando el chico/a conoce a la chica/o, la fase del enamoramiento. Y se guarda sumo cuidado en no contar qué ocurre cuando llevas ya unos años con tu pareja o cómo manejar el deseo hacia otros cuando estás en pareja. La infidelidad, el deseo son temas tabú. Ya el propio término infidelidad tiene connotaciones de traición, etc.

También se nos obliga al consumo, creándonos necesidades. Actualmente nos parece imposible vivir sin nuestro teléfono móvil. Aunque habíamos vivido sin él. Siempre estamos pagando por algo, desde el billete de autobús a las bambas marca X. Parece incluso que el consumo está relacionado intensamente con crear identidades.
Se nos vende habitualmente la idea de libertad: supuestamente, nunca habíamos sido tan libres ni habíamos dispuesto de tantas opciones. Si uno se para a pensarlo, quizás llegue a la conclusión que no somos tan libres. Al final tenemos las opciones que tenemos. Nacer mujer tiene unas implicaciones, nacer hombre otras. Nacer en un país u otro, en un momento histórico, económico, también tiene sus consecuencias. O nacer en una determinada clase social, con unos determinados recursos económicos o materiales y el acceso que implican.
¿Podemos (y queremos) realmente vivir sin estar consumiendo o consumiendo de otro modo? Hay un contexto capitalista que es el que es, que no podemos obviar y que sí nos influye.

Por otro lado está la cuestión que esas pautas sociales se convierten a menudo en Ley. Cualquiera que se aparte de lo estándar será visto como un espécimen extraño -en el mejor de los casos- o un loco, un provocador… Apartarse del mainstream implica pagar precios. En el fondo nos sentimos cuestionados por aquellos que se lo replantean y toman otros caminos. Sin embargo, parece ser que son esos que se han cuestionado lo habitual o común, los que han aportado novedades. La historia está repleta de ejemplos.

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y a la diseñadora Laura Sahagún por ilustrar el artículo.

Sa i Estalvi

Categoría: Cultura | 25 noviembre, 2015
Redacción: Eulàlia París
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