R t V f F I
MANDATOS

Los mandatos familiares

Las familias tienen estilos: las hay más alegres, súper-contenidas, muy preocupadas por quedar bien...En esos planetas aterrizamos y de eso nos impregnamos.

Categoría: Cultura | 19 octubre, 2015
Redacción: Eulàlia París

El mes pasado intenté dibujar a grandes rasgos la vivencia de un niño al crecer, en relación a sus padres. En cierto modo, podría decirse que se encuentran seres que hablan idiomas distintos y no se entienden demasiado. Están en momentos diferentes de su evolución biológica y personal, con algunos desencuentros.

Se da la curiosa situación que, al ser preguntados, muchos adultos recuerdan poco o nada su infancia. Y los que sí la recuerdan califican de “normal” todo tipo de vivencias: maltrato físico, abuso sexual, humillación, descalificación… Por otro lado,  los hay que se sorprenden negativamente al oírse repetir aquellas frases “que mi padre o madre me decían de pequeño, que me ponían enfermo y que me juré y perjuré que nunca las pronunciaría“.

En la era de lo científico, en que todo o casi todo, se basa en la transmisión genética, a menudo se deja de lado otro tipo de herencia: una actitudinal. Es lo que en terapia gestalt llamamos introyectos, porque se inoculan lentamente, y que también podemos denominar como creencias, programas o mandatos familiares.

Las familias tienen estilos: las hay más alegres, las hay súper-contenidas, las hay muy preocupadas por quedar bien y mantener las apariencias, las hay preocupadas sólo por adquirir bienes materiales, las hay que consideran que hemos venido a sufrir, etc. En esos planetas aterrizamos y de eso nos impregnamos.

Por ejemplo, mis 2 familias (materna y paterna), tienen una fuerte tendencia a contenerse emocionalmente y mostrar poco afecto. Parece que el mundo emocional es casi un tabú. No está demasiado bien visto que alguien sea espontáneo y diga lo que realmente piensa y todavía menos lo que siente. No hay un espacio para la intimidad con confianza. Obviamente a veces es bueno contenerse, morderse la lengua. Pero como sistemas, no han explorado el otro polo: el ser espontáneo y compartir.

La herencia actitudinal se muestra de manera sutil, con hechos y escenas, que van calando en el niño. Una cosa es lo que se dice que se hace y la otra la que se hace realmente y ésa es la que queda realmente.
A lo actitudinal, se le suma la herencia dicha, esas frases repetidas hasta la saciedad, casi como mantras: “Si te comportas así, nadie te querrá”, “Nunca te esfuerzas suficiente”, “Eres un inútil/tonto/vago/antipàtico/etc”, “Hazme quedar bien”, “Calladito estás más mono”, “Cuando los mayores hablan, los pequeños callan”, “Querer es poder”, etc, etc. Cada uno tiene los propios.
Solo por tomar un caso: si el mandato es que querer es poder, ¿qué va a pasar cuando uno no pueda? Porque la realidad es que no siempre se puede, aunque se quiera. Un ejemplo: mi novio me deja. Si tengo interiorizado este mantra del querer, quizás me ponga a hacer un montón de cosas para conseguir que vuelva conmigo… porque si yo quiero, puedo. Sin tener en cuenta al otro, lo que quiere el otro. ¿Qué pasa si el otro lo tiene claro y realmente no quiere volver conmigo? Pues es muy posible que una empiece a decirse en tono autorecriminatorio o víctima “no he hecho suficiente, no le he demostrado suficientemente que le quería, etc”.

Los mandatos también pueden bloquearnos. Si mi padre me niega el sentir miedo (“eso es cosa de niñas“) y mi madre, por otro lado, está siempre con mensajes miedosos (“ten cuidado, ¡vigila!, ¿estás seguro?, no te alejes demasiado, no te acerques a la orilla, te puedes caer, etc“) se obra una especie de cortocircuito personal. El niño se siente ante una ecuación matemática imposible de resolver: si hago caso a papá, estoy traicionando a mamá. Y al revés. Así funcionan nuestras cabecitas cuando somos pequeños.

La cuestión es que, como decía Kafka, la mitad de la vida nos dan con una vara y, durante la otra mitad, nosotros mismos tomamos esa vara y proseguimos la tarea. El juez interior, del que hablé en el mes de marzo, es el vocero personal de esos mandatos. Desde él nos podemos acusar de “si lloras eres un débil“, con lo cual no vamos a soltar una lágrima. O también nos podemos decir “Te estás arriesgando demasiado. Te vas a llevar un disgusto“. De este modo siempre nos colocamos en tesituras irreconciliables, que conllevan mucha tensión, estrés y ansiedad.

Así se las gastan los mandatos familiares.

TO BE CONTINUED.

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y al diseñador Xavier Palouzié por ilustrar el artículo.

Sa i estalvi.

MANDATOS Los mandatos familiares
Categoría: Cultura | 19 octubre, 2015
Redacción: Eulàlia París
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