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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Francisco González Ledesma, Paco para los que lo quisieron, era una excelente persona y además un formidable escritor, un excelente contador de historias. Periodista y novelista, de los grandes en novela negra, con once fantásticos libros en los que nos cuenta las historias de su personaje, el inspector Méndez. Ganador de numerosos premios (entre ellos el Planeta, en 1984, por Crónica Sentimental en rojo), con razón sus colegas le llamaban “el jefe de la banda”. Muy joven, en 1948, ganó el premio Internacional de Novela por Sombras viejas. La censura franquista fue implacable con él, la novela fue prohibida por “rojo y pornógrafo”. González Ledesma siempre decía que lo de rojo aún pero lo de pornógrafo no lo entendía. No pudo ser un novelista de éxito y lo fue uno de vocación y constancia. Incansable siguió escribiendo y lo hizo para la editorial Bruguera. La redacción de guiones para historietas y novelas del oeste con el seudónimo de Silver Kane y otras como Taylor Nummy, Rosa Alcázar, Fernando Robles o Silvia Valdemar fue su escuela de novelista. Empezó a escribirlas de noche, en la mesa del comedor de su casa, golpeando las teclas de la máquina de escribir sin dejar dormir a sus padres que según parece “quizá por eso nunca fueron aficionados a la lectura”.
Su vida está contada en un maravilloso libro Historia de mis calles (Editorial Planeta 2006) y buena parte de este artículo lo escribe él, se lo tomamos prestado ya que no se puede explicar mejor.
LA CASA: Tapiolas
Es otro “noi del Poble Sec”, nació el 17 de marzo de 1927, en el número 22 del carrer Tapioles “entre las calles de Blai y Elkano, subiendo a mano derecha”. Desde julio del 2009 una placa recuerda a este buen hombre que se marchó el 2 de marzo de 2015.
Su padre, nacido en Burgos, era mozo de almacén de la empresa Domingo Hospital, donde trabajaba también de viajante su hermano Austre, situada en la calle Pau Claris, cerca de la plaza Urquinaona, y su madre, de Logroño, modista “y de las buenas. Una pieza terminada por ella tenía las puntadas exactas, los detalles impecables y el acabado de unas manos acostumbradas a sufrir. Pero como estaba en un barrio pobre, siempre fue modista de pobres”.
LAS ESCUELAS: Margarit, Lleida, Balsco de Garay
Sus primeras escuelas estaban en el carrer Margarit, la primera en un piso, con una profesora y con niños y niñas, y después, cuando ya hubo cumplido los seis años, a una planta baja y sólo con niños. Después fue al carrer Lleida, al colegio Jacinto Verdaguer.
“Lo regentaba entonces el Patronato Escolar de la Generalitat, que era una institución magnífica. Te regalaban las libretas, los lapiceros, las plumillas, la fe en ti mismo. Puestos a regalar, te regalaban la esperanza. Los maestros, de inmaculada bata blanca, eran los mejores que he conocido. El suelo, las escaleras, eran de un mármol tal que los niños pobres no habían pisado nunca (…) ofrecían enseñanza gratuita en castellano o en catalán (….) yo aprendí a escribir en catalán, y hoy sería un escritor catalán, también seguramente pobre, de no haber existido los cuarenta años de franquismo.”
El estallido de la guerra le impidió continuar sus estudios en l’Escola del Bosc. “Durante la guerra civil fui una temporada a una academia que estaba en un piso de la calle Blasco de Garay, regentada por un maestro tan absolutamente miope que no veía a los alumnos. Al acabar la guerra, los ocupantes descubrieron que era un fascista y miembro de la quinta columna, por lo que le dieron un fusil con el cual defender España. Terrible error, porque aquel maestro ciego pudo empezar matando al jefe provincial del Movimiento (…) no aprendí nada. Lo único que saqué en limpio de allí fue una rebanada de pan diaria, que a los niños de la guerra nos regalaban por caridad”.
MONTJUÏC
Los vecinos del Poble Sec tenían la montaña de Montjuíc como aliada, como zona de recreo. Era lo más parecido a una vida feliz. “La libertad consistía en subir a la montaña todos los domingos, con toda la familia y en plan safari (…) todos los domingos por la mañana ascendíamos todos cargados de provisiones —porrón incluido— calle Margarit arriba, con su cuesta de todos los diablos, y luego una escalera medio silvestre, que hoy ha sido reparada pero aún existe”.
Paco iba a la parcela de sus vecinos de rellano, el señor Miguel y la señora Liberata. Subían la montaña y llegaban al huerto, con barraca, higuera, cisterna y retrete. “El señor Miguel, a cambio de que lo ayudara en los cultivos de judías y tomates, me concedió una pequeña franja propia, que en seguida convertí en mi explotación particular. Según la época, plantaba meloneras, tomates, judías verdes, alcachofas. Fui un artista: nunca ha habido en el Mercado Común verduras como las mías (…). El huerto me regaló un pedacito de la auténtica vida —porque el tiempo me ha enseñado que la auténtica vida nos es dada a pedacitos— y me hizo conocer la luz. En los pisos oscuros de Poblé Sec, la luz era un milagro. Desde el huerto, los niños vimos a nuestros pies la ciudad bombardeada (…) Al huerto subimos también toda la familia, para quedarnos a vivir allí, durante los salvajes bombardeos de marzo de 1938 (…) en el huerto de la Liberata veíamos nuestra única salvación, y por eso fue el protagonista. Los aviones fascistas dejaban caer las bombas cada dos horas exactamente, día y noche”.
Los años de su infancia son los de la guerra y la dura posguerra. A la manera de los neorrealistas italianos, en las memorias de Paco, está la pobreza “la hermana mayor del barrio. Los niños jamás llevábamos zapatos: sólo alpargatas, que nos habían de durar hasta que sólo quedasen jirones. También era común que los pequeños no comiéramos postre, pues el postre se reservaba para el padre, que era quien había de ir a trabajar. Recuerdo haber oído una frase terrible pero entonces muy popular, y que era: Cuando seas mayor, comerás plátano (…) el obrero cobraba poco, estaba desprotegido y sólo se alimentaba de esperanza. Los niños del barrio no nos dábamos cuenta por dos razones fundamentales: la primera era que jamás íbamos a los barrios ricos y no podíamos comparar, y la segunda que el mundo en que vivíamos nos parecía el único mundo posible”. Vivió la guerra civil, “todas las guerras están cargadas de historias humanas y entrañables que, cuando las recuerdas, te nublan los ojos” y después marchó a Zaragoza donde vivía su tía “una mujer inmensa. Era sobresaliente en todo: en buen gusto, en sentido del sacrificio, en decisión, en cariño, en valentía, en kilos. Tía Victoria era una mujer de peso”. Los tíos de Paco, el tío Austre, hermano de su padre, y la tía Victoria, hermana de su madre, vivían en Barcelona, también en el principal primera, de la casa vecina, en el número 24 de la calle Tapioles. Su vida dio un vuelco cuando una mañana su hijo no despertó: “esa enfermedad rarísima que se ha dado en llamar «muerte súbita», y que los médicos aún no se explican”. La tía Victoria quedó destrozada y su marido decidió trasladarse a Zaragoza y alejarla de su lugar de sufrimiento. Y allí fue Paco a estudiar en un colegio religioso pero el turno de los estudios les tocó a sus hermanos y volvió a las calles del Poble Sec.
EL PARAL·LEL
Aparte de la montaña Paco acudía al Paral·lel, centro de la diversión de la clase obrera barcelonesa. Iba al Condal, a ver cine, sobre todo los sábados, y a “dos fábricas de sueños más” algunas veces al Talía, más elegante, situado enfrente, o al cine América “cine de colegio, entusiasmo y algarada, donde casi siempre se proyectaban películas de aventuras y cuya estructura apenas podía soportar el entusiasmo popular”. También iría al Cómico, “en el que ofrecían unas sesiones matinales completamente gratis, con todo el cuerpo de vedettes y vicetiples. El distinguido público estaba casi enteramente formado por vecinos poco menos que en pijama y amas de casa en bata. A los críos no se nos ponía ningún inconveniente para que viéramos hermosas piernas de mujer, quizá porque las canciones eran patrióticas”.
Pero no todo sería diversión. Paco trabajó duro. Su tía, a la que el negocio le iba viento en popa, le pagaba los estudios en Barcelona con la condición de que no suspendiera. Estudio en los Escolapios de Diputación y en el Instituto Balmes donde tuvo a Guillermo Díaz-Plaja como profesor. Siguió estudiando y se licenció en Derecho, hizo de abogado, y después en Periodismo, empezó en El correo catalán y durante 25 años estuvo en La Vanguardia. En 1966 fue uno de los fundadores del Grupo Democrático de Periodistas. Escribió “ser buena persona no te hará rico, pero justifica una vida”. Un verdadero crack.
Las novelas del inspector Méndez
Expediente Barcelona (1983)
Las calles de nuestros padres ( 1984)
Crónica sentimental en rojo (1984), Premio Planeta de Novela
La Dama de Cachemira (1986), Premio Mystère
Historia de Dios en una esquina (1991)
El pecado o algo parecido (2002), Premio Hammett
Cinco mujeres y media (2005), Premio Mystère
Méndez (2006)
Una novela de barrio (2007), I Premio RBA de Novela Negra 2007
No hay que morir dos veces (2009)
Peores maneras de morir (2013)
Como Enrique Moriel
La ciudad sin tiempo (2007)
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.