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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
¿Puede la paz ser algo tangible? ¿Puede verse, tocarse y olerse, además de sentirse? La respuesta es sí. Para aquellos que hemos tenido la suerte de conocerla, lo sabemos. La recuerdo bien. Uno se apaga poco a poco. Deja huir -o más bien caer- todas las cadenas, las ataduras, los pesares. Todo se va. Pero tú te quedas. Desnudo. Y entonces llega.
Es relativamente fácil llegar a esta especie de letargo, dejar al espíritu descansar cuando estás en un país como Japón. Con muy poco y casi sin quererlo, uno se convierte en un henro (peregrino) que deambula por el país purificando su espíritu mientras escucha sutras, huele incienso e infinidad de símbolos milenarios envuelven su día a día como la niebla de un amanecer. La meca del país debería ser la desconocida y mística Shikoku, donde hay una peculiar peregrinación que recuerda mucho a nuestro conocido camino de Santiago. Este camino circular discurre a través de 88 templos sagrados, a lo largo de 1400 kilómetros. El punto que suele tomarse como inicial y final es el famoso monte Koya. Aquí, escondido entre un tupido bosque y envuelto por centenares de templos está el Okunoin. Un cementerio que te toca el alma y te deja sin aliento a cada paso. Losas invadidas por el musgo y cedros milenarios custodian el mausoleo del sacerdote Kobo Daishi, una de las figuras más místicas e importantes de la cultura japonesa, fundador de la secta budista Shingon.
Pero hay lugares más cercanos donde la paz brota unos instantes en tu corazón como los cerezos lo hacen durante el hanami. En Miyajima tendremos el privilegio de pisar una isla que está considerada un dios. ¿Puede haber una manera más mágica de empezar una visita? ¡Una isla que es un dios! Y aquí no acaba todo porque vuestra memoria jamás olvidará la estampa de la majestuosa torii flotante del santuario Itsukushima-jinja. Sentaos en uno de los bancos de granito y esperad a la puesta de sol. Los ciervos pasearán a vuestro lado pero ya no les haréis caso. Ya no podréis desviar la mirada. La torii bermellón os habrá atrapado bajo su hechizo.
Kioto es otro de los grandes con infinidad de opciones: el Kinkaku-ji, un templo que brilla más que el sol, el Royanji y su jardín de rocas que, dicen, guarda el significado del infinito. Kiyomizudera, Fushimi Inari Taisha o el majestuoso bosque de bambús de Arashiyama. Todos tan extraordinarios como para ser capaces de dar armonía y sosiego a nuestra alma. Del mismo modo nos sentiremos en el Kenrokuen, el jardín más bonito del país, en Kanazawa, o en las localidades de Kamakura o Nikko, cercanas a Tokio.
Pero Japón no sólo os ofrecerá lugares. Hallaréis serenidad en cada rincón imaginable. En el inconfundible y aromático olor a bambú de los tatamis. En la perfección de una comida kaiseki, en la belleza de los gestos de una ceremonia del té o en los colores del kimono de una geisha.
Si buscáis serenidad y descanso, Japón será vuestra mejor medicina para el alma y el cuerpo. Sólo un pequeño consejo: id con cuidado. Engancha.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.