Utopías disponibles
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Hay dos necesidades humanas que no son a menudo satisfechas: la necesidad de expresarse y la necesidad de ser escuchado.
Las interacciones sociales están altamente codificadas. En general, nos tratamos con ciertas formalidades. Por ejemplo, cuando dos personas conocidas se encuentran, normalmente se preguntan “¿Qué tal?” y normalmente contestan “Bien“. Para empezar, la pregunta ya queda recortada. Realmente implica un qué tal (te va) todo, qué tal estás. Y la respuesta también acostumbra a ser formal. ¿Qué hay detrás de ese bien? ¿Significa que estás contento y alegre? ¿Que realmente todas las áreas de tu vida te traen satisfacciones? Es una palabra comodín. Frecuentemente la utilizamos para responder sin mojarnos. Siempre hay excepciones y hay personas que te pueden explicar su vida de pé a pá. Pero en general, parece que mantenemos ciertas formalidades y no entramos en materia. Nos quedamos en la superficie.
Lo más probable es que la profundidad de nuestra respuesta dependa mucho de si nuestro interlocutor es alguien cercano o no. Quizás en este caso, en lugar de responder con la fórmula bien, vamos a contestar la verdad: “pues estoy preocupado porque mi hijo está sacando malas notas“, “en el trabajo nos están apretando mucho“, o lo que sea.
El problema frecuentemente es que incluso entre personas cercanas no siempre se da una comunicación fluida y profunda. Cuando digo que hay una necesidad de expresarse insatisfecha me refiero a una necesidad de comunicación veraz: decir las cosas como son para mi, sin disfraces ni maquillaje, sin querer esconder mis sentimientos. A veces me cuentan vivencias bastante difíciles y me las relatan como si me contaran un chiste o una excursión por la montaña. Tapamos la tristeza, la rabia, el miedo, la vergüenza o cualquier otra sensación desagradable. No sólo es que se la tapamos al otro a propósito (para que no sufra, etc); es que muchas veces ya nos la tapamos a nosotros mismos. Por eso a menudo digo que somos analfabetos emocionales. El arte de escuchar empieza por uno mismo. Hay que estar dispuesto a escuchárselo todo, también lo incómodo y lo desagradable.
Por otro lado, cuando digo que hay una necesidad de ser escuchado, me refiero a lo que se llama escucha activa: estar presente y atento escuchando al que tenemos enfrente, sin interrumpirle, sin darle consejos u opiniones, sin juzgarle. Y en el tono emocional que él necesite. Sin embargo, muy a menudo los que nos escuchan consideran que tienen que hacer algo con esa información que les das (opinar, aconsejar) o simplemente les resulta imposible estar presente si te muestras como estás en realidad. Esa dificultad de acompañar, sobre todo se da cuando se trata de sentimientos de tristeza y dolor. ¿Quién no ha animado (o ha sido animado) a otro que estaba pasando por un momento complicado? “Ya verás como se arregla todo“, “Anímate y lo verás de otro modo“.
No sabemos comunicarnos y no sabemos escucharnos. Por eso creo que hay esta sensación creciente de soledad que algunas encuestas recogen.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.