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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Ordinario, según leo en Google, procede del latín ordinarius. Deriva de ordo, ordinis, o sea, orden. Así, ordinario significa dispuesto en orden. Por extensión, probablemente lo entendemos como común o regular. Un hecho habitual, repetitivo, conocido.
Nuestra especie necesita un cierto orden. La regularidad, lo habitual o cotidiano nos da confianza, estabilidad, seguridad. Las necesitamos como un referente para podernos manejar socialmente. ¿Qué locura sería si cada día, cuando nos levantamos, hubiéramos de acordar por qué normas y códigos sociales deberíamos regir ese día particular?
La psicología de la gestalt, en las primeras décadas del siglo XX, demostró como a los estímulos sensoriales que captamos, que nos pueden llegar fragmentados, les damos un orden. Percibimos una silla como un todo, no como cuatro patas, un asiento, un respaldo, cada elemento por separado. Damos coherencia a lo que percibimos.
Sin embargo, este año 2020 está demostrando un carácter extraordinario. Lejos de sospechosos habituales, regularidades y otros. De la noche a la mañana, como quien dice, nos vimos confinados en nuestras casas, solos o con el núcleo familiar. No solo eso, sino que el confinamiento ha sido mundial. Un virus nos ha dejado encerrados en nuestras casas y ha cuestionado nuestra creencia de control. Y a partir de aquí, cada uno ha vivido todo tipo de situaciones y circunstancias inesperadas. Porque a la crisis sanitaria se han sumado crisis laborales, económicas, etc. Y personales.
No es que la imaginación no haya creado en formato ficción amenazas y debacles más o menos mundiales. Apagones eléctricos de larga duración, virus altamente contagiosos o en forma de esporas intergal·làctiques, pérdidas de los sentidos, zombis, heladas o tormentas, tecnología invasiva. Me vienen al recuerdo películas o series como Invasión, Black Mirror, Senses, A ciegas, Years and years, Hijo de los Hombres, Soy leyenda, El día de mañana, etc.
Así que hemos vivido y vivimos un episodio digno de la mejor de las distopías. Nuestra estupefacción fue general. ¿No tenemos los medios para contener un virus? Y no sabemos si nos volverá a cerrar. También ha desencadenado una crisis económica que, dicen los entendidos, ya se estaba forjando en los últimos años. La Covid-19 lo ha acelerado.
De repente nos hemos encontrado con las incertidumbres. Nuestro día a día, lo ya conocido, fue dinamitado. Dejamos de ir a trabajar en nuestras oficinas y empezamos a hacerlo desde casa; dejamos de llevar a los niños a la escuela; quizás hemos tenido que hacer de pro de nuestros hijos; la clase de yoga o pilates pasó en formato on-line; ya no podíamos ver amigos o familiares si no era ante una pantalla. Ninguno de nosotros sabía si era transmisor. A algunos, de manera directa o indirecta, este virus nos ha acercado a la experiencia de la muerte. Y por lo tanto, reconocer que somos vulnerables.
Es un hecho que en las sociedades occidentales, tendemos a vivir como si no hubiera un final para nosotros. Nos comportamos como casi-Dioses que vivirán eternamente. Y siempre hay un mañana. La muerte es un tabú.
Con desconfinamiento progresivo y la vuelta a lo que algunos gobiernos han llamado la nueva normalidad, nos vamos reencontrando. La conversación estrella es el virus. También al que nos ha llevado. Con cierta sorpresa me encuentro que muchas personas han estado reflexionando. Han decidido cambiar de tipo de vida, de trabajo, de tareas o roles que asumían y que no quieren perpetuar. O han sentido su cuerpo y han notado un agotamiento, un estrés, una ansiedad, acumulados. Han priorizado relaciones.
La sorpresa es la reflexión. ¿Cómo es que reflexionar es una rara avis? El tipo de vida que hemos llevado (¿y llevaremos?) es perfecto precisamente para evitar parar y pensar. Un ritmo trepidante, muchas opciones al alcance para estar continuamente haciendo algo y una alta sociabilidad. No buscamos momentos para estar con nosotros mismos y hacernos preguntas. Por muy incómodas que puedan ser algunas. Parece que a algunas personas les ha hecho falta un confinamiento mundial para hacerse la foto y revisar cómo estaban viviendo, qué querían y qué no.
¿Es necesario que haya una pandemia mundial para tener esta conversación pendiente con nosotros mismos? Mi deseo para la Barcelona post-confinada es que no haya otra pandemia o un rebrote. Mi deseo es que hacemos tiempo, al menos una hora a la semana, para sentarse con nosotros y reflexionar.
-¿Cuál es mi intención o la expectativa de hacer x cosa?
-¿Vale la pena el esfuerzo (en algún aspecto o relación de mi vida)?
-¿Para qué es esta relación? ¿Trato de llenar un vacío con ella?
-¿Qué me preocupa? ¿Puedo hacer algo?
-¿Qué me ayudaría para sentirme más satisfecho / a? Hay algo que esté en mis manos?
-¿Cómo estoy profesionalmente? ¿Qué está en mis manos?
-y etc.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.