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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
En el anterior capítulo, vimos estilos de diálogos internos que mantenemos con nosotros mismos ante las vicisitudes que nos pone la vida.
A base de mantener esta conversación interna, intentamos convencernos que no somos capaces, o que no nos pasa nada, que nos va todo bien, que no hay para tanto o que no nos esforzamos lo suficiente. Hay que ver desde donde nos lanzamos estos mensajes.
En otras ocasiones, ya he escrito sobre el juez interno y el boicoteador, dos personajes especializados el primero en juzgarnos severamente, o en tirar la toalla e incapacitarnos para la acción, el segundo. Uno u otro acostumbran a estar detrás de estos diálogos que mantenemos con nosotros mismos. Sea como sea, nos justificamos, nos damos argumentos para no encarar ciertas situaciones o contactar con según qué sentimientos: miedo, dolor, confusión, frustración…
Se trataría más bien de cuestionar estas conversaciones que mantenemos con nosotros mismos. O sea, de cuestionar al juez o al boicoteador, que nos susurran letanías en el oído: son como las sirenas de ese episodio de la historia de Ulises, que cantaban a los marineros para llevarles a su perdición.
Estas conversaciones que tenemos con nosotros también funcionan como un mantra. Nos acabamos convenciendo que somos lo peor o lo mejor o lo que sea.
Reducen la visión sobre la realidad. Porque, ¿cuán cierto es que todo lo trágico sólo me pasa a mí? ¿Qué pasa si me emociono en un momento difícil? ¿Acaso no tengo derecho a sentir dolor según qué circunstancia esté atravesando? ¿Pasa algo si tengo dudas y no sé qué hacer en un momento dado? ¿O si estoy confundido? ¿Qué me pasa si no puedo controlar todas las variables?¿Realmente estoy tan fantástico como (me) digo?
¿Soy un robot?
Esta dificultad para contactar con el mundo emocional frecuentemente es resultado de creer la fantasía que si uno entra en tristeza –por poner un ejemplo- se va a quedar atascado ahí de por vida.
Lo paradójico es que cuanto más queremos evitar algo, más enganchados estamos a eso y por lo tanto, más presente. Jung lo dijo de maneras distintas:
“Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma”.
“Aquello a lo que te resistes, persiste”.
“La gente va a hacer cualquier cosa, no importa lo absurdo que esto sea, para evitar hacer frente a sus propias almas”.
En los sueños, a menudo aparecen escenas angustiosas para quien las sueña, en las que uno se siente perseguido de manera implacable y con malas intenciones por algún personaje o ser. ¿Qué hacemos? Normalmente huimos, nos escondemos de manera insistente; a veces nos atrapa, a veces nos salvamos, a veces queda confuso. Frecuentemente despertamos de la misma angustia que sentimos al ser perseguidos. Una buena metáfora.
El trabajo con sueños implica, ante una escena de este estilo y en una recreación posterior, que la persona detenga su fuga, se gire hacia lo que la persigue -y que a menudo le aterra- y mantenga un diálogo con su perseguidor.
Dicho de otro modo: se pone a hablar con su miedo. Lo frecuente es que la cosa, persona o ser que la persigue, le diga cosas importantes de las que el soñante puede aprender.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay.
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.