R t V f F I
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Vergüenza

Un vergonzoso siente vergüenza de sí mismo: de su ser, de su existencia.

Categoría: Cultura | 9 agosto, 2016
Redacción

Trabajando con una paciente, llegamos a uno de los núcleos de su carácter: la vergüenza.
Este afecto lo conozco muy bien, por ser un habitual compañero de camino. Y digo afecto porque es una sensación que a los vergonzosos nos sobreviene y nos afecta hasta casi paralizarnos.

Distingo entre timidez y vergüenza.
La timidez más o menos la padecemos todos y se da cuando, por ejemplo, vamos a un encuentro social en el que no conocemos a nadie o nos encontramos en una situación desconocida, nueva.
La timidez es una forma leve de miedo que nos conecta con lo desconocido y el temor a si encajaremos, si seremos aceptados por los otros. Recordemos que el sentido de pertenencia está bien arraigado en lo humano: el recién nacido depende absolutamente de su entorno de acogida, hecho que le deja en un estado total de vulnerabilidad. Nos debe quedar registrado en algún recuerdo el qué será de mi si no me aceptan.
Ante estas situaciones nuevas, cada uno la resuelve como puede: los hay que se ponen a hablar en seguida con el de al lado para mitigar la angustia del momento; otros permanecen en silencio, observando poco a poco lo que ocurre y lentamente van entrando en la interacción social.

La vergüenza sin embargo contiene una connotación más pesada: cuando alguien dice que es vergonzoso o que tiene vergüenza, ¿qué está queriendo decir? ¿Vergüenza de qué? O más bien, de quién.
En líneas generales, un vergonzoso siente vergüenza de sí mismo: de su ser, de su existencia. Los vergonzosos normalmente decimos cosas como “no me gusta como soy“. Implica un sentimiento de desajuste, de indignidad. Algo así como “no debería existir porque todo yo soy un despropósito”.

La mirada que tiene el vergonzoso sobre sí mismo no es nada amable. Y luego la proyecta en los otros: cree que los otros, si le ven, van a darse cuenta de todos sus fallos. El vergonzoso es alguien que siente de sí mismo que está fallado.
La cosa se complica dado que el ambiente social da una especie de reconocimiento implícito a los atrevidos, los descarados, los extrovertidos, los dicharacheros… “Me gustaría ser carismático, el alma de la fiesta“, me decía otro paciente vergonzoso.

¿Cómo puede un vergonzoso, alguien que se percibe como indigno o desajustado, levantar la voz en medio de una clase para hacer una pregunta?
¿Cómo puede un vergonzoso dar una charla ante 100 personas?
¿Cómo puede tomar la iniciativa, por ejemplo, ante alguien del otro sexo que le atraiga?

¿O llevar la contraria a otro?
Aunque es un trabajo que requiere tiempo, puede.
Poco a poco, se trata de ir reconociendo las cualidades propias, de creérselas, de valorarse y cuestionar esos juicios implacables sobre sí mismo.

Y sobre todo darse las oportunidades de hacer aquellas cosas que uno no se permite por considerar que no es merecedor o que no puede hacerlas.
Digo que es lento también porque la inercia funciona.

Como vergonzosa que soy, me encantaría no sentir la vergüenza: es una sensación física de contracción.
Sin embargo, no puedo evitarlo. Como ya he descrito en otros artículos, en nuestra infancia se estructura una visión de nosotros mismos y unas maneras de reaccionar. La vergüenza no se puede extirpar como el apéndice. Se trata de aprender a convivir con ella. Lo paradójico es que al aceptarla, lo vivo con más tranquilidad, la intensidad de la vergüenza ha ido disminuyendo y me doy permiso para hacer un montón de cosas que me cuestan.

Cuando tengo que dar una charla, le vergüenza me muerde como una serpiente. Sin embargo voy ahí, con mis temores (como el de ser el centro de atención) y comparto lo que he aprendido.
Esperando que a otros vergonzosos les sirva, quiero acabar recordando lo que Carl G. Jung escribía: lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma. Para muestra, un botón. El año pasado hablé delante de 400 personas en el Festival Blanc de disenño y comunicación.

Agradecimientos: a Xavier Grau por el Naming de la sección y a Carlota Prats, fotógrafa, por ilustrar el artículo.
Sa i Estalvi

Categoría: Cultura | 9 agosto, 2016
Redacción
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