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Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
Una cualidad de nuestra especie es la de darse cuenta y, por lo tanto, reflexionar a partir de lo que nos hemos dado cuenta. En teoría, claro. A menudo contactamos con sentimientos o sensaciones no bienvenidos y de los que huimos como correcaminos. Si en los últimos años se insiste tanto sobre la inteligencia o la gestión emocional probablemente es porque de eso (emociones y sentimientos) sabemos poco. A menudo digo que nadie nos enseñó y que somos analfabetos sentimentales.
A la tristeza más sana, si la escuchamos y nos la permitimos, nos habla de pérdidas más o menos enormes, de echar de menos, de meteduras de pata colosales que hemos realizado, de emmendar (si es posible) ciertos errores, de como son las circunstancias y no de cómo nos gustaría que fuesen. O sea, de darnos cuenta que nosotros y nuestras circunstancias son imperfectas. Quizás por eso nos cuesta especialmente este sentimiento, porque nos pone en contacto con nuestras limitaciones y vulnerabilidades.
Por otro lado, reconocer lo que hemos perdido también es darle valor, porque fue importante para nosotros. En lugar de darle carpetazo y a otra cosa mariposa. Reconocer lo que fue importante, también nos lleva a dar valor a lo que hoy sí tenemos.
Voy a poner algunos ejemplos. Cuando estaba a principios de la década de los veinte, tenía aquella vivencia interior de tener por delante toda la vida, quería hacer un montón de cosas. Tenía hambre de vida y quería comerme y cambiar el mundo. Quería, por ejemplo, aprender muchos idiomas, entre ellos el chino. A finales de esa década, entre trabajar, estudiar, pagar facturas, mis hobbies y mis amigos, me di cuenta que no era una superheroína y que lo de estudiar chino y otras cosas estaba complicado. No tenía suficiente tiempo ni suficiente dinero para hacer todo lo que quería. Así que rebajé mis expectativas, y me tuve que desprender de algunos deseos. No me quedaba otra que escoger y priorizar.
Con tristeza, me di cuenta de mis limitaciones y las de la vida. El tiempo no para de correr ni una microdécima de segundo. Mientras escribo ya está pasando.
Y este contacto con la imperfección prosigue actualmente. Hace unos años que a través del espejo me veo las canas que se multiplican como los panes de Jesucristo. Las canas y otras circunstancias físicas me hablan de que me estoy haciendo mayor. Me doy cuenta que ya no siento la energía de hace veinte años. Ninguno de nosotros escoge envejecer y sin embargo nos ocurre. Agradarme no me agrada. Pero está montado así. Por un lado, echo de menos esas pretensiones jóvenes; pero no la ansiedad ni los miedos que también había. También reconozco que todo lo que he vivido, escogido o no, agradable, equivocado, triste o doloroso, me ha traído cierta serenidad. Y no la cambiaría aunque eche de menos algunas cosas.
Agradecimientos: A NomNam por el naming de la sección
Imagen de Pixabay
Hoy triunfa más la idea de transformación, donde nada es nuevo verdaderamente aunque pueda llegar a parecerlo.
No existe un mundo perfecto único, varios modelos conviven y se yuxtaponen. En la mezcla de ideas está el valor.
Esta colección se dedica a esas ansias de vivir la vida al máximo para acabar en el hoyo. Una galería fotográfica de Bernat Rueda.