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Lo miremos por donde lo miremos, las rebajas son un buen negocio para todos: tanto para comerciantes como para clientes. Mientras los primeros pueden dar salida a artículos fuera de temporada – con menores márgenes, pero rentables al fin-, los segundos podemos comprar las prendas, artículos y servicios que nos gustan a un precio que consideramos más justo.
Pero las rebajas van mucho más allá. Además de un beneficio mutuo, suponen uno de los mayores avances en la evolución de los gustos personales ya que, atraídos por los precios más asequibles, muchos nos atrevemos con prendas de estilos distintos a los nuestros, a veces incluso radicalmente opuestos. ¿Quién no ha visto una blusa de color fucsia y muy chic con un lazo a la altura del cuello estilo “Très parissien” combinada con un traje chaqueta un tanto aburrido y ya amortizado? ¿O una cazadora tremendamente “chillona” y brillante con unos pantalones usados casi ajados, combinados con un atrevimiento extremo?
Está claro que las rebajas nos empujan a ser mucho más atrevidos de lo que en realidad somos, aunque a veces la ropa se quede luego en el armario. Sin duda la accesibilidad de las rebajas hace evolucionar la moda y, si bien es cierto que las tendencias nacen en la calle, las rebajas son la primera “cool-hunter”.
Y el beneficio de las rebajas no termina aquí. También para los comerciantes son su tercera temporada y seguramente la posibilidad de salvar los muebles en esta gran inundación llamada crisis. ¿Quizá la lástima es que las rebajas no duren todo el año? ¡No! Porque el gran secreto de las rebajas es el “tiempo”, su caducidad. Si duraran todo el año perderían la capacidad de sorprendernos, de ilusionarnos e incluso perderíamos el valor real de las cosas. Aunque en la actualidad, ¿cuál es el valor real de las cosas?
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