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Ajustando Cuentas

Si el teatro está pagado por el pueblo, ¿no debería involucrarlo en el proceso de creación?

Categoría: Cultura | 10 marzo, 2015
Redacción: Iván Morales

No hace falta ser muy sagaz para comprobar que la brecha entre lo que sucede en la calle y lo que la “cultura oficial” observa y visibiliza es, en estos momentos, gigantesca. La prueba del algodón más reciente la han hecho los artivistas de Metromuster, “Ciutat Morta” ha demostrado que la inmensa mayoría de los todólogos y opinadores a sueldo de los mass media de nuestro país sólo parecen tener los ojos abiertos cuando algo se emite en prime time, mientras eso no sucede podría parecer que, para ellos, directamente las cosas no existen. Aparte de las consideraciones ideológicas, alguien con el privilegio de tener un altavoz en los medios de comunicación y que no practica una curiosidad activa para enterarse de qué sucede más allá de lo que le restrieguen por la cara por televisión un sábado por la noche es un trabajador perezoso, poco exigente.

Vale. Exigirle responsabilidad a otros sectores es necesario, pero si no te aplicas el cuento tú mismo tampoco arreglamos nada. Los teatreros tenemos mucho camino por recorrer aún en lo que respecta a estar conectados de verdad con la sociedad a la que pertenecemos. En demasiadas ocasiones podría parecer que el teatro se está convirtiendo en una ópera de nivel adquisitivo inferior: Un espectáculo que todos pagamos con nuestros impuestos pero que al final tan sólo le llega, y le habla, a un sector muy reducido de la población al que, inevitablemente, acaba reafirmando, porque para eso paga. Y quién paga, manda, ¿no?

Los hay que soñamos con un teatro que, en vez de aislar, aglutine, que cuestione y participe de los procesos de transformación en los que la sociedad a la que pertenece está inmersa. Y, obviamente, eso es algo que no tiene sentido desvincular del proceso. De hecho, tener buenas intenciones pero no bajarte de tu supuesta torre de marfil no sólo puede ser muy deshonesto sino que además desde fuera se ve de una hora lejos. Cuando una compañía como La Virguería decide hacer EL PES DEL PLOM, una obra sobre el tráfico de armas, y, desde el primer momento, crea su espectáculo trabajando con una organización como Justicia i Pau no sólo se asegura que el resultado final vaya a ser más consistente, también está dándole un sentido mucho más profundo a su trabajo, y demuestra en gerundio que teatro y movimientos sociales viven en el mismo mundo y no pueden hacer otra cosa mejor que colaborar. Una iniciativa como Els Malnascuts, nacida con la idea de acercar la experiencia teatral a gente de fuera del circuito profesional, no ya como público sino como creadores, merece todo nuestro apoyo si queremos crear un tejido teatral fuerte y con arraigo, y el hecho de que haya sido creada espontáneamente por un grupo de jóvenes de veinte años que con su tesón han conseguido convencer para que les apoyen a instituciones consolidadas cómo la Sala Beckett o el Goethe Institut delata que, desde los estamentos públicos, toca ponerse bastante más las pilas.

Cuando desde La Brutal y el Teatre Lliure me pidieron una obra para un tríptico sobre el dinero lo primero que pensé es que, al ser mi primer encargo de un teatro público, la responsabilidad en este sentido era aún mayor que de costumbre. Ya en el proceso de ensayos de JO MAI habíamos colaborado con colectivos cercanos a los personajes y sus circunstancias (personas con trastornos mentales, supervivientes de abusos…), y eso nos había hecho profundizar, por encima de todo, en el respeto y la empatía a la hora de levantar la obra. Pero esta vez, para lo que terminará siendo CLEÒPATRA, decidí darle el tiempo de documentación previo a la escritura necesario para poder tener una mirada concienciada sobre los temas a tratar antes de poner negro sobre blanco.

Pensar en dinero, en economía, y en como nos relacionamos humanamente en torno a ella, y mirar a mi alrededor, en el Barrio Chino en el que vivo, en mi entorno social, en mi círculo de amistades, me llevó a tres temas no necesariamente unidos entre sí: la cocaína, la prostitución y el arte. La localización geográfica de la sala donde la función se va a representar, el Lliure de Montjuic, en la punta del Poble Sec, también me obligaba a informarme bien de la situación del barrio, ya que desde el principio vi muy claro que era imperante escribir algo que estuviera bien apegado al entorno, dentro de esa necesidad de hacer un teatro horizontal, para la gente que va a pie de un sitio a otro, para todo el mundo, por supuesto, pero también para los vecinos.

Y ese fue el pistoletazo de salida para seis intensos meses de documentación que me han girado la cabeza como un calcetín, y que han tirado a la basura todos los prejuicios que albergaba y, lo que es peor, desconocía tener.

Mirar a los ojos de gente con vidas similares a las que pretendo retratar, ver como cuestionan mis ideas preconcebidas, incluso pueden sentirse ofendidas por las premisas argumentales, delatar los estigmas que están incrustados en mi discurso a mi pesar, escuchar opiniones antagónicas pero todas fundamentadas en la experiencia real y no en la entelequia bienpensante, han hecho que, de cada encuentro, de cada reunión, haya salido con una idea diferente de lo que debía escribir. Y luego, en el proceso de escritura, la presencia invisible de toda la gente con la que he hablado ha condicionado cada palabra que he terminado tecleando. Ya no se trata de una relación solitaria entre unos personajes inventados y yo, sino de algo más. De hecho, el reto con el que ahora me encuentro es como continuar con esa experiencia abierta, entre creadores y colectivos implicados, en el mismo proceso de ensayos, y permitir que eso condicione y modifique el resultado final tanto como sea necesario.

Nada garantiza un buen resultado, cualquier proceso creativo tiene un componente de magia y azar que hay que aceptar y abrazar, y que nos esforcemos por crear bien abiertos de orejas, con una metodología marcada por un profundo sentimiento de responsabilidad respecto a nuestro entorno, no tiene por qué luego traducirse en una obra que funcione y emocione, pero conocer mejor el mundo al que pertenecemos seguro que, aunque sea sólo a nivel personal, no caerá en saco roto.

Ahora mismo, las jóvenes compañías de teatro de Barcelona, y de Catalunya, nos estamos organizando colectivamente y planteándonos cómo llegar a más público, cómo promocionar más efectivamente nuestras obras, como conseguir que todo el mundo tenga acceso a entradas, como superarnos a nivel técnico y como encontrar fórmulas sostenibles que nos garanticen las condiciones laborales necesarias para hacer mejores obras. Pero no puedo dejar de pensar que, si realmente queremos que la sociedad sienta que lo que hacemos, esta cosa rara y antigua llamada teatro, tiene que ver con ellos y con su aquí y ahora, tal vez el primer lugar donde nos toca implicarnos y abrir las ventanas para que corra un poco el aire es en los mismos procesos de creación.

 

Autor: Ivan Morales – co-fundador de la compañía de teatro Prisa Mata, y el guionista y dramaturgo responsable de películas como El Truco del Manco y obras como Jo Mai, y Sé de un Lugar.

Fotografía: Helio Reguera

Categoría: Cultura | 10 marzo, 2015
Redacción: Iván Morales
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